Bienvenidos al Lacan oracular. Nos sentamos a su mesa y movemos las fichas que nos ha dejado. Les damos una vuelta, otra vuelta. Las experimentamos. Sí, las pasamos por una experiencia para después, sólo después, arrojarnos a su interpretación. Éste es el escenario. Empezamos.
Ofreciendo siempre el reverso del discurso admitido, Lacan sale de su gabinete donde escucha para ir al anfiteatro donde habla. Allí va a desplegar sus modos, como un extraño actor que fuera llevado por el incesante impulso de rehacer su texto todos los días, utilizando para ello conceptos que tienen vida, conceptos mutantes. Una vida que cambia de ropajes y compañías para enriquecerse sin parar. ¿Desde dónde nos habla esta especie de mediador con los dioses, este daimón? ¿Desde dónde nos habla sin que lo hayamos visto venir? Su voz, con sus particulares cambios de intensidad, se acompasa a una mirada que salta todo el tiempo, que va de un interior a un exterior, dejándonos la sombra de la palabra. Aquí lo tenemos. Llega y retuerce el lenguaje para exprimir sus aforismos, sus gotas químicas que fabrican, que fabrican qué, ¡un antídoto social! Y éste es precisamente el caso nos ocupa. Dice, No hay relación sexual. Se lo oímos pronunciar. Nos lo lanza. Ahora nos toca jugar a nosotros.
Pero claro, hay que romperse primero la cabeza, dejar nuestro modo de pensar, nuestra trampa del pensamiento para caer en la suya. Dudamos. ¿Será nuestra vacuna, o propagaremos su epidemia? Cuídate del primer aforismo de Lacan… porque te afecta.
Este misterioso improperio te afecta como les debió de afectar a los encantados por el ‘paz y amor’ de la época. Los encantados con los discursos de la revolución sexual del 68, el movimiento que liberaba y construía lugares –comunas, ¿os acordáis?– donde la relación era posible, donde el paraíso del encuentro verdadero con el otro, con el sexo del otro, era posible. Con ayuda o no de sustancias, estaba al alcance; cantando Lucy in the Sky with Diamonds, la armonía en el nuevo universo estelar estaba al alcance. Y va Lacan y les dice que no, que no es posible. No existe tal posibilidad. Ale, ¡ahí os quedáis! Y ojo, que no se le puede discutir, eh, que Lacan está hablando en lenguaje lógico-matemático. La fórmula no admite réplica, no se negocia, tan solo una mínima aclaración. ‘No hay relación’ significa que no se puede escribir la relación, que no se puede hacer la escritura lógica de la relación sexual entre dos partenaires: tú, (x), quienquiera que seas, con el partenaire de tu elección, (y).
¿Por qué no? Pues es muy sencillo. Basta describir lo que pasa y no lo que te imaginas que pasa. Hay cuerpos, hay inconscientes, hay fantasías, y hay goces. Y ni unos ni otros encajan entre sí. Ni se complementan, ni se unen, ni se fusionan. Al menos no al nivel del goce, que es, a fin de cuentas, lo que cuenta. A través del encuentro con el cuerpo del otro llegamos al modo de gozar propio. Y de él, de esa estructura inconsciente que articula nuestro deseo, es de lo que gozamos. Cada uno, gozando de la suya. Juntitos, llegado el caso, pero cada uno con la suya. Incluso aunque esa estructura llevara escrito satisfacer al otro, si pensamos qué hace, veremos que no puede hacer otra cosa que satisfacer su fantasía de satisfacer al otro. En definitiva, es siempre su propio inconsciente el que se satisface. Un inconsciente del que, además y por definición, saber no sabe.
Como se ve, no es la satisfacción lo que queda impedida, pues puede perfectamente producirse, sino la complementariedad del encuentro. Ésta no es posible porque allí donde haya dos sujetos habrá siempre dos máquinas deseantes.
Tenemos, entonces, el goce de cada uno, a modo de muro que impide la escritura lógica de la relación entre dos. Es el primer muro. Irrompible, lo siento. Sí, yo también me imagino todos los días que no está, que no debería estar, pero… resulta que, si soy sincero, es lo que me encuentro. Si no, ¿cómo explicar lo que pasa, lo que efectivamente pasa? En fin, iremos a ello. Ahora veamos la razón de este primer muro. Su solidez depende de la existencia de un segundo muro. Esto del psicoanálisis es así, no te deja escapatoria. La segunda fractura –o la primera, según se mire– es la que nos divide a cada uno, a cada sujeto, porque nadie puede asumir conscientemente el goce que le es propio, ese goce cuya maquinaria, como decíamos, es inconsciente. Una maquinaria que fue creada en relación al deseo de los otros, construida a partir de los deseos de los progenitores y en respuesta a ellos, por lo que decir ‘yo quiero esto’, o ‘deseo esto’, o ‘pienso esto’, es bien problemático. Nadie fabrica las cartas de su propio deseo. Menuda presunción. La combinación que tenemos en la mano fue fruto de un intercambio. Un intercambio un tanto insondable, pues nos compromete demasiado como para recordarlo.
Bien, esta doble fractura, con nuestro goce y con el del otro, es la que Lacan refleja en las llamadas fórmulas de la sexuación: cuatro fórmulas que no encajan dos a dos, entre un partenaire y otro; ni tampoco una a una, en cada partenaire. La contradicción es cuádruple, porque las dos fórmulas que representarían el goce de cada uno están ya, previamente, en contradicción interna. Vaya lío. Nos quedamos para empezar con esto, que el malentendido exterior tiene por base este velamiento en el deseo de cada uno. El inconsciente es eso, la escritura de una inadecuación originaria, previa a nuestra salida a escena. Y ahí estamos, más o menos buenos actores, diciendo nuestro papel.
Entonces, ¿qué obra representamos? ¿Cuál es el efecto de todo esto y qué margen nos queda? Hasta aquí, hemos visto lo que se muestra en negativo, los muros, las imposibilidades. Pero este negativo opera en nosotros, transmite una función. Ahí está la gracia. Este jaleo total, producido por la ‘no relación’, también es, ¡precisamente!, la garantía de la existencia de la enorme variabilidad de relaciones. Es más, la aceptación de las fallas de cada uno tiende a favorecer los encuentros. En fin, que porque no hay relación, hay relaciones. O, lo que es lo mismo, porque el encuentro perfecto no existe, nosotros, y la cultura en general, no dejamos de producir y producir nuestras fantasías. Las fantasías que organizan lo innombrable de cada uno y que constituyen el motor de nuestros pequeños encuentros.
Por eso, que el tren no vaya directamente de alfa a omega permite la existencia de otras muchas paradas. Aunque ninguna de ellas será omega.
Zacarías Marco, enero 2017