Nuestros dramas

notre drameLa noticia hoy es el fuego que ha estado a punto de arrasar Notre Dame. Una imagen que ha introducido en el nombre de esta vieja señora la amenaza de una consonante incómoda, vibrátil, una erre que ha podido transformar en Drama 800 años de historia. Y seguramente sea inevitable preguntarse cómo ha sido posible, cómo no hemos previsto lo imprevisto. Pero nos tememos que no se hará otra cosa que revisar los protocolos. Todo es hoy asunto de protocolos, nos olvidamos que las obras de reparación son la mayor causa de incendio. Por lo visto, Notre Dame requería cuidados desde hace años. Se recuerda ahora que sus peticiones eran desatendidas. Se entiende que cuesta mucho dinero lucir bien las joyas, aun en un mundo tan volcado a mostrar al otro y a sí mismo exclusivamente su faz gloriosa. Curioso cruce de caminos entre turismo y nacionalismo que no alcanza a concretar los réditos prometidos. Pero bueno, quizás cueste todavía mucho más leer en este mundo imponente la fragilidad de sus edificios singulares, ver el drama de estos colosos que fueron concebidos con el propósito de anonadar las almas de los fieles. Este ser suyo, por estar hecho de una sola pieza, oculta la debilidad que los constituye. Son gigantes no sectorizables. O apenas. Por lo que una vez que el fuego se transforma en incendio, es imparable, sólo terminará cuando agote el combustible que lo alimenta. Los bomberos no pueden hacer entonces otra cosa que defender los aledaños, los otros sectores, si los hay, o bien aquellas partes que se encuentran al otro lado de un muro, o los edificios circundantes. Y como contra el fuego mismo poco se puede hacer, hay debates sobre lo apropiado del uso de los medios de extinción. Porque también el agua puede dañar, incluso hacer caer lo que el fuego no dañó, la piedra, la estructura.

Estos pequeños detalles nos debieran poner en alerta frente a los verdaderos dramas que nos acechan. Y sobre cómo tratarlos. Qué tiempo el nuestro en que lo social sólo se escribe en lengua titular. Quién se atreve a desempolvar hoy los matices cuando la letra pequeña ya no se lee, cuando el diálogo que construía y revelaba nuestra interioridad no debe leerse, para quedar reducido a protocolos de actuación. En esto hemos terminado, una vez que nos dejamos arrebatar la posibilidad de expresar lo que no estaba expresado ya no hay marcha atrás. Parece como si nadie supiera ya qué hacer con los imprevistos, danzar entre el material que antes recibía el nombre de vida. Y una vez perdido este trato con ellos, mejor desde luego que no los haya. Pero esta vida protocolizada no puede dejar por ello de mostrar, cada tanto, sus fisuras, de revelar sus verdades, convertidas después a fuerza de titular en desgarros insoportables. Eso nos venden y eso compramos. Miedo. Somos por ello enteramente responsables. Nos dan lo que buscamos en nuestra desesperada huida de nosotros mismo. Casi somos los que lo producimos. Sí, productores, vendedores y compradores a un tiempo. Hablamos de las dificultades de la vida, convertidas rápidamente en terrores sobre las que no haya posibilidad de pensar, disentir, elaborar. Una vez lanzado este hipnótico colectivo, prende como la yesca, volviendo paranoico al más pintado. Cómo contrarrestar esta visión tan paranoica de la política… ¿tan aburridos estamos?