“Aforismos lacanianos” de Zacarías Marco, por Esperanza Molleda

Estoy muy agradecida a Zacarías Marco y a José Alberto Raymondi por haberme invitado a presentar este libro. No es una mera fórmula de cortesía, ya que no es lo mismo leer un libro que tener que presentarlo. De alguna manera, se trata de una invitación a seguir el principio simple que, según nos declara Zacarías, guió su aventura de escritura: “cuando se lee, se escribe”.

Toda lectura es una ocasión para dejar que se escriba el efecto del texto sobre nosotros, pero muchas veces ese efecto queda a las puertas de ser inscrito y lo leído cae fácilmente en el olvido. La exigencia de escritura a partir de lo leído, que conlleva la invitación a presentar un libro, obliga a que la metafórica escritura, a veces tan esquiva, se convierta en escritura real, de modo que la lectura se vuelva menos perecedera en el esfuerzo de transmisión que implica hacer su presentación. Presentar el libro de Zacarías Marco es, pues, una manera de que el placer de la lectura que ha existido vaya más allá y que a través de la escritura de esta presentación los tesoros encontrados se inscriban como puntos de referencia nuevos en mi entramado íntimo. Esto es lo que ha permitido la invitación a presentar el libro de Zacarías y por lo cual muestro mi agradecimiento más allá de la mera cortesía. Queda ahora que mi esfuerzo de escritura sea lo suficientemente elocuente para servir de incitación a la lectura a los que todavía no hayáis leído el libro.

En el prólogo del libro, Zacarías Marco nos habla del deseo que alienta la escritura de estos textos que acompañan a cada aforismo. Nos dice que “no sólo busca transmitir de una manera accesible una constelación de sentido”, no sólo busca acercarnos a la lógica de pensamiento de la que los aforismos lacanianos son el fruto maduro que cae, sino también y, “sobre todo”, subraya que desea que los textos que conforman el libro sean “el resultado de una aventura, un viaje, una apuesta formal que va más allá del ámbito del saber”. Un viaje que va de la lectura a la escritura, resultado de la magia de la escritura, ya que cuando uno se pone a escribir, sabe de dónde parte, pero no sabe los descubrimientos que va a hacer por el camino. Zacarías tiene el talento y la generosidad de saber ofrecer al lector los descubrimientos que su viaje de escritura le lleva a hacer.

Esta doble intención de Zacarías da lugar a un libro “multiusos”. Para aquellos que se acerquen por primera vez a los aforismos lacanianos, el libro ofrece un camino transitable para introducirse en la enseñanza de Lacan.  Zacarías ofrece su bella escritura como una mano amable para adentrarse en el pensamiento lacaniano. Aconsejo aquí sus comentarios a “Un significante representa a un sujeto para otro significante” que nos acompaña para pensar los entresijos de la alienación y la separación, el surgimiento del sujeto y del objeto, la representación significante y la pulsión. Y también “La angustia no es sin objeto” con su excelente relectura del caso Juanito que nos zambulle en lo que es una fobia, como un objeto puede ser tanto causa de angustia como un mediador defensivo, como entender la relectura lacaniana del Edipo freudiano.  Su lectura señaliza un camino a seguir en el acercamiento a la enseñanza lacaniana al que se deje  tocar por estos textos.

Pero también es un libro para los veteranos, para  los que ya estamos inmersos en las enseñanzas de Lacan desde hace tiempo, ya que nos ofrece la posibilidad de abrir ventanas nuevas, de descubrir nuevos detalles, de ubicar el contexto particular en el que surgió el aforismo en cuestión. En este sentido, recomiendo el comentario a “Tú no me ves desde donde yo te veo”, con el que Zacarías nos conduce desde el análisis que hace Foucault de Las Meninas en el primer capítulo de Las palabras y las cosas hasta las clases que Lacan dio en mayo de 1966, pocas semanas después de la publicación del libro, en su décimo tercer seminario cómo respuesta a la interpretación foucaultiana. La riqueza conceptual, desplegada pormenorizadamente, con maestría por Zacarías, va acompañada además de la sustancia dramática (que no falta en otros aforismos) con la que nos dibuja un Lacan deseoso de seducir y dialogar con el filósofo cuando este asiste a su seminario en la primavera de 1966 y un Lacan cómplice suscribiendo lo planteado por Foucault en su famosa conferencia ¿Qué es un autor? tres años más tarde.

La mención de esta conferencia con la que termina su comentario nos muestra otra posibilidad de uso del libro de Zacarias, que es su potencial como depósito de referencias a las que dirigirnos para enriquecer nuestra perspectiva. Encontramos aquí a Zacarías desplegando con libertad y con rigor un buen número de sugerencias. Algunas clásicas citas lacanianas, a las que da un barniz distinto. Nos habla de Spinoza, pero trayéndonos al joven Lacan de 16 años leyendo en su cuarto la Ética. O nos habla de Saussure trayéndonos a la imaginación sus dos caras: el Saussure estructuralista, más conocido, que por el día ordenaba el lenguaje y el Saussure anagramático, menos conocido, que por la noche buscaba aliteraciones en la poesía latina para atrapar otro tipo de leyes poéticas del lenguaje. O nos lleva hasta un Bentham niño que aprende a domesticar su terror infantil a los fantasmas a fuerza de imaginarlos ridículos. Son detalles no menores, ya que nos ayudan a encarnar lo teórico. El deseo del joven Lacan anudado al concepto de deseo spinoziano. La escisión del lingüista enlazada a la doble cara del lenguaje, con su capacidad comunicativa, pero también con su desorden y las invenciones alocadas que surgen en sus límites. El temor infantil del pequeño Jeremy ligado a la ficción y la verdad, a su pathos y a su bathos (palabra desconocida para mí hasta ahora, que significa anticlímax retórico, intento divertidamente fallido de mostrar grandeza artística).

También encontramos en este tercer uso del libro, referencias marca “Zacarías Marco” que tienen la virtud de enviarte a explorar otros territorios alejados de la demarcación lacaniana. Gracias a ellos descubrí la gran diferencia entre “una” y “la” en lo que se refiere a la mujer a partir de una anécdota sobre la censura que sufrió la maravillosa película de Goddard  “La (o una) mujer casada”. Descubrí  también las sillas en tres estados del artista norteamericano Joseph Kosuth, para dejarme tocar con la contundencia de la diferencia entre palabra, imagen y cosa. Y capté el desamparo del sujeto en los tres puntos con los que termina el haiku de Kobayashi Issa que Zacarías analiza en “No hay Otro del Otro”.

El libro se inicia y se termina con el mismo aforismo “No hay relación sexual”, dos comentarios que inciden cada uno de ellos en los dos polos desde los que Zacarías nos indica que hará su acercamiento a las sentencias lacanianas. El primero de ellos realiza su viaje a través de la lógica del sentido para explicarnos la ruptura de relación que hay entre uno y otro; entre el partenaire x y el partenaire y; entre el sujeto que habita entre significantes y el goce que se impone desde lo real. Muestra la apertura que produce tal fractura para indicarnos que es precisamente allí donde nace ese empeño imparable de la humanidad por llenar de fantasías este hiato, motor de toda creación. En el último comentario de la máxima lacaniana, en cambio, es una travesía muy personal por la no relación sexual a partir de una de esas referencias marca de la casa. Zacarías nos ilustra acerca de la no relación sexual a partir de una película de 1965, ambientada en la guerra civil americana titulada Shenandoah. Les aconsejo que lean la trama resumida con delicadeza e ingenio por Zacarías para comprender como ciertas convenciones del cine americano tienen que ver con la no relación sexual lacaniana, como los ritos clásicos del amor tratan la ausencia de relación entre los sexos y como se mezcla la comedia entre los sexos con la enseñanza de Lacan.

Si se leen ustedes estos primer y último textos podrán saborear lo que se van a encontrar a lo largo de todo el libro. Rigurosidad conceptual acompañada de rastros poéticos con un estilo que reconozco propio de Zacarías en el que mientras escribe conversa con el lector. La teoría elevada a poesía y la poesía elevada a teoría.

El aforismo como poesía se recita y se recita, pero en su calidad de verdad oracular nos exige ir más allá: analizarlo, interpretarlo, comentarlo, contextualizarlo, asociarlo con nuevos  vínculos. Esto es los que hace Zacarías. Un atrevimiento tanto mayor cuanto que el propio autor nos dice que el peso del aforismo proviene de su capacidad de apartarse de la continuidad de las frases. En este cruce de caminos imposible, Zacarías acepta el reto y quizás “dobla la apuesta” como le gusta decir, volviendo a unir frases al aforismo desmembrado del discurso.

De todas las opciones he elegido para nombrar los textos de Zacarías la de “comentario”. ¿Por qué? Para integrar en la Escuela el libro que nos ocupa. Lacan en su Acta de Fundación de la Escuela en junio de 1964 nos propone el “comentario continuo del movimiento psicoanalítico” como uno de los ejes en los que desplegar la tercera sección de la Escuela, la recensión del Campo Freudiano, la reseña y censura crítica de los textos psicoanalítico. En este sentido, Zacarías Marco asume la tarea de “comentar” los aforismos de Lacan sin dejarse succionar por la doxa de la Escuela, pienso que esta es una gran aportación de su escritura. No se deja “fascinar” por los lugares comunes que habitamos la mayoría de los que habitamos la Escuela, se rebela sin un ápice de rebeldía a la doctrina al uso. ¿Por qué hablar de un primer Lacan entregado a lo imaginario, un segundo Lacan centrado en lo simbólico y un tercer Lacan que da primacía a lo Real? Simplifica, no hace justicia al maestro que mostró el trenzado continuo de los tres “Lacanes”, ampliando su lupa, ora en un registro ora en otro. Nos invita así a separarnos de un clásico en la manera de entender el corpus lacaniano.

La lectura de los  comentarios de Zacarías Marco tiene la virtud de sacarte de la pereza tan denostada por Lacan de creer comprender, te despierta, te  abre una nueva mirada sobre los conceptos que creías ya asumidos. Empuja a poner en acto la apuesta de la práctica del psicoanálisis que parte de un trabajo de lectura de lo que está escrito, para hacer otra escritura que nos lleve más allá de la primitiva. Dejamos de comprender algunas cosas que creíamos comprender para encontrarnos con nuevos destellos de compresión que relanzan el interés por encontrarte de nuevo con la palabra de Lacan desde otro lado. Te hace consciente de las suposiciones en las que te mecías tranquilamente, un aire fresco te despierta y te dan ganas de aventurarte tú tan bien en este principio del principio “cuando leas, escribe”, pero hazlo a título personal: “¡No canten a coro! ¡No hagan melodía! ¡No cedan al encanto de la repetición!”. Zacarías nos recuerda al Lacan de La cosa freudiana en su comentario a “Sublimar es elevar el objeto a la dignidad de la Cosa”. No defenderse de las aristas del aforismo con lo ya sabido. Hacerse consciente de que toda lectura exige al lector una escritura propia.

Y esto solo se puede hacer de una manera singular.

Y esto se hace posible, porque, como Zacarías nos indica, tiene el atrevimiento de “utilizar” a Lacan para pensar, para escribir y para ir más allá de lo establecido, aspirando a cavar un nuevo surco en el campo del saber del psicoanálisis lacaniano. En fin, hay que ser un poco irrespetuoso con la doctrina lacaniana y atrevernos a “usar” a Lacan, si queremos salir de la condena de la repetición de lo mismo con la consiguiente degradación del saber a la que toda institución está expuesta en la reiteración de lo asumido como comprendido. La escritura de Zacarías  tiene el mérito de hacernos salir de la reproducción de lo mismo, gracias a su manera de posicionarse de manera excéntrica respecto al saber establecido y gracias al movimiento centrífugo que imprime a sus escritos. Zacarías parte del centro de gravedad que le ofrece el aforismo para alejarse de él, pero sin perderse, girando siempre a su alrededor, pero alejándose de lo ya dicho.

Los “Aforismos lacanianos” de Zacarías Marco, merecen ser reconocidos por el nombre de su segundo autor, en ese  work in progress  del “cuando se lee, se escribe”, porque, lamento contradecir el planteamiento de Zacarías, el autor no se borra. Mientras leo el libro, la presencia permanente de la voz singular de Zacarías en su escritura me hace pensar, es un “autor”, no es cualquiera haciendo un comentario dentro de la doctrina lacaniana. Zacarías tiene la peculiaridad hacer resonar su voz de la buena manera en su escritura, sabe hacernos acompañarle por los vericuetos de su pensar y su sentir, por la sorpresa de sus asociaciones y por las infinitas referencias de su mundo. Contribuye así en nombre propio a que las sentencias lacanianas se mantengan vivas en nuestra comunidad de saber.