Texto publicado en el blog Entrelazos
“Cuando algo me resulta incomprensible [Finnegans Wake, Bajo el Volcan de Malcolm Lowry] trato de entenderlo, el intelecto del autor y su pasión, y su misterio. Ponerle el rótulo de incoherente no solo es un error semántico sino un acto de cobardía y de muerte intelectual.” Jack Kerouac.
Una cita de ZM: “Y, finalmente, […] cómo leer evitando los peligros que corremos al leer, cómo devenir lectores de Joyce sin perder la cabeza.”
El lector tendrá que ver por sí mismo si Zacarías Marco pierde la cabeza. Es uno de los suspensos de este libro. Fiel a no contar desenlaces, me reservo lo que pienso al respecto. Pero, Zacarías está acá, en esta mesa, y Zacarías Marco en el libro.
Junto la dos citas del encabezamiento. Las enlazo porque las oigo como un desafío al que lee la deriva de sus Retratos. Zacarías Marco subjetiva lo que lee y nos pone frente a lo incomprensible, y leerlo es atravesar ese incomprensible, eso que desconocemos. No son comentarios sobre Balthus, o Beckett o Lacan. Da la impresión de que se para frente a un caballete y nos retrata. Si el lector tiene la ilusión de lo cultural, que renuncie antes de entrar. Este no es un libro de lo cultural, es un libro del poema.
Lee la emoción que sale del mismo leer, y transmite esa corriente eléctrica en cada retrato. Lo leí tratando de escuchar y de responder, sin preocuparme por entender.
Solo seguir la huella de estos Retratos. Escuchar los ruidos del lenguaje, los silencios, las resonancias, la sintaxis.
Muchos de estos trabajos los leí a medida que se publicaban. Los leí como envíos, como cartas que Zacarías se escribía para él mismo y que después entregaba a sus amigos cuando los publicaba, y la publicación es el tiempo en que estos retratos parten como botella al mar. Y aparece otro tiempo. El tiempo en que el autor pierde el control de su libro. Es el tiempo del lector.
Ahora los leí en libro. Y sentí la continuidad del envío. La palabra envío se la tomo a Mallarmé. Es la forma que encontré en estos retratos.
Hay una cita a propósito de Giacometti que me guía:
“No sé si se entiende, Giacometti no quería la representación, quería la forma.”
Hay mucha retórica a propósito de la imposibilidad, mucho estilo se hace con eso. Joyce decía que sobre el estilo se dicen muchas tonterías. Y como Zacarías Marco no se empantana ni en el estilo ni en la retórica, como pone el cuerpo en el lenguaje, escribe lo imposible de un retrato. De cada uno de sus retratos.
Hay otra frase que me llamó la atención: “Balthus tenía la cabeza en otro tiempo. A poco que uno quiera ejercitarse en el arte del retrato tiene que pasar por ahí, por percibir esa distancia con el mundo que constituía, extrañamente, su principal atractivo.” Y me salta al oído arte de retrato y distancia con el mundo. Y otra cita del libro: “acompaño en estos detalles a James Lord” Así que está también la palabra detalle. Y en este nudo encuentro la continuidad de mi lectura. Mi punto de vista. Retratos de un cuerpo por venir no oculta su frotamiento a-retórico a lo imposible. Le toma el gesto a Beckett – ya que en pintura se aprende yendo al Prado o al Louvre – y escribe sus retratos imposibles de mil maneras. Uno por uno. Hasta la maniera. Con su infinitas referencias no informativas. No hay una sola nota al pie. Hay que abandonarse. Cero “intertextualidad”. Zacarías Marco entra en los libros, en las películas y en las pinturas como “espectador despistado”.
Expone su poética en cada retrato. O mejor, expone la transformación continua de su poética. Cito de su retrato sobre el cineasta Zvyagintsev : “No sé si me interesa saber qué es el cine. No sé quién es Zvyagintsev. No sé quién es Tarkovski. Miro sus películas. Miro su mirada.”
Zacarías no se detiene en ningún elogio o panegírico al no saber, ninguna retórica con eso. Lo escribe. Le pone el cuerpo. De nuevo: y le desvío una frase: mil maneras de confrontarse a “su imposibilidad.”
Una poética no solo muestra el funcionamiento, también nos va dando esos hallazgos de lenguaje que ningún mar se tragará. Del retrato a Finnegans Wake: “esta miniatura del mundo que pretende albergar toda época y toda relación.”
Así una “miniatura del mundo” se junta con la palabra detalle y con arte del retrato. Y de esas palabras y figuras surge un hacer frases. Las frasea para armar estos retratos que siempre están por venir. Que, como el sentido, se hacen y deshacen en cada lectura. Cuando lee a Bernhard arranca diciendo: “A veces me pasa, me agarra de repente creerme que investigo, que estoy leyendo con un interés clínico, y siento un poco de vergüenza.” Creo que nos dice que si entramos en este libro más que investigar seremos investigados. Que la vergüenza es un sentimiento pertinente para el sabihondo que a veces queremos ser. Abre la posibilidad que si nos dejamos llevar tal vez el libro nos lea a nosotros: “Cuando uno retrata, se retrata.” Así que cuando uno lee, se lee. Parece obvio, pero en esta república de pedagogos no lo es tanto.
Zacarías Marco retrata, y cada tanto, pone toques de autorretrato.
Del retrato de Lucky y la Tortuga: “De rutina en rutina un viejo enciende un cigarrillo tras otro. Lo lleva haciendo desde hace una eternidad. Si fuera para volverse humo ya lo habría conseguido.” Lucky es un viejo ángel del tiempo y Zacarías lo sigue en su “caminar de tortuga”. Se hace preguntas, todo el libro está pautado por preguntas. Son señales camineras. Una manera de no escribir diccionario. De nombrar y darle espacio al sugerir.
Y Thomas Bernhard otra vez (uno de sus escritores amados) : “Bernhard que no tenía habitación propia, es trasladado al cuarto del abuelo y desde allí no para de quejarse mientras es calificado por su madre de “simulador. “ Zacarías no interpreta nada, solo escribe esta frase, que divide el mundo entre los que tuvieron cuarto propio y los que no lo tuvieron. La no interpretación abre a la relación con la emoción del lector, con su historicidad. No hablo de identificación. Hablo de relaciones en movimiento. Retratos de un cuerpo por venir nos pone en estado de respuesta.
En estas frases “miniaturas del mundo” de cada retrato se mueve el infinito de cada retratado. Digo infinito porque este libro no cierra nada. Se inclina hacia un pasado del arte, inmediato o lejano, lo pone en el presente de la lectura y lo arroja al por venir.
Cierro con el Retrato de Nadezhda Mandelstam. Mi santa patrona. En realidad no debería decir nada sobre este retrato. Hay que leerlo. En voz alta. Zacarías no escribe sobre Nadezhda, escribe con ella. Nadezhda pasó del otro lado del cristal y de su nombre y ahí va a buscarla. En ese mundo de “deriva orwelliana”. El lector puede entrar en esa deriva orwelliana y seguro que encontrará todo un mundo. Que soporte lo que encuentre allí, corre por su cuenta y riesgo. Zacarías deja estas señales porque no tiene premisas previas. Va a buscar a esa vagabunda llamada Nadezhda Mandelstam, que no acepta el papel de intelectual funcionario y así sella su destino, solo le queda escribir. Nadezhda entra en un “futuro que parece escrito”. Y Zacarías muestra y demuestra que Nadezhda entró en ese futuro petrificado, lo dio vuelta y puso en movimiento un fragmento de historia. Desencializó un acontecimiento. Pasó ese futuro petrificado por su presente de escritura y le puso detalle y detalles. Y lo envío a los secuaces futuros, que como ella no sueltan el poema. Zacarías es uno de esos secuaces.
Hugo Savino