Presentación del libro de Fabián Schejtman Philip Dick con Jacques Lacan
Comenzaré por la novedad que nos presenta el último libro de Fabián Schejtman con respecto a los anteriores, una novedad formal a la que conviene dar toda su importancia y que nos permite afirmar que se trenza en él una escritura. Trataré de mostrarlo recogiendo el guante, esto es, haciendo por mi parte una lectura también trenzada. Schejtman nos ofrece en Philip Dick con Jacques Lacan un divertido artilugio donde enseguida apreciamos la existencia de distintas cuerdas que tejen el producto en todos los niveles compositivos. Primero, porque el propio autor se trenza en ella, como nos empieza confesando, en la medida en que anuda en él las distintas pasiones de su vida, las lecturas de Dick y de Lacan, produciendo en su compañía una escritura que es, además de inédita, gozosa. Después, porque el libro son tres en uno: tenemos el libro de un caso clínico, que expone una vida a partir de esa estela sintomática que da cuenta de los tropiezos del sujeto con lo real; tenemos también el libro que desarrolla la formalización psicoanalítica del caso, tanto del lado sintomático como de sus intentos de solución; y por último, la sorpresa de un tercer libro que introduce la ficción de unos encuentros, donde bajo la apariencia de una recreación, se crea y se interviene, en el sentido fuerte de la expresión. Además, creo que tampoco escapará al lector que el anudamiento de estos tres libros podría leerse como un RSI, cada uno escrito desde un registro dominante; lo que no impedirá que la misma composición triádica se reanude en cada uno de ellos. En consecuencia, la lectura que hagamos, querámoslo o no, será nodal. El entretenimiento está servido, sólo es cuestión de atreverse a jugar. Se recomienda soltar un poco el nudo propio, nuestras fijaciones como lectores, y atravesar en modo Alicia, o en modo Schejtman, sus páginas.
¿Qué descubriremos? ¿Dónde están las perlas? Un poco de paciencia. Detengámonos primero en el nivel de la interrogación, en cómo se interroga y desde dónde se interroga. Hasta ahora, Schejtman nos tenía acostumbrados al despliegue de una exigencia que, llevada al punto crítico, producía como precipitado esas formulaciones que tienen el sello cartesiano de la claridad y la precisión, pero en este libro da una vuelta de tuerca y deja que el material le escriba. Me explico, Schejtman se deja escribir por Dick para hablar con Lacan, y se deja escribir por Lacan para hablar con Dick. Lo que tiene por consecuencia la provocadora lectura del caso clínico como ciencia-ficción. Y de esta manera, no sólo Schejtman dickea, sino que hace dickear al psicoanálisis mismo, reintroduciendo en él, como efecto retorno, la creación. ¿Con qué frutos? Si Lacan se atrevió a frecuentar el trabajo de Joyce, en la proximidad de la palabra impuesta, hasta conseguir el empuje que le permitió desarrollar el concepto de sinthome, el resultado del arrojo de Schejtman le hará sumar a Dick a esta aventura, para teorizar, en la exigencia de la clínica nodal, lo que vendría a ser una parafrenia lacaniana.
Me dejaré contagiar un poco, saltando de un registro a otro. La chispa que originó este libro trenzado –¡quizás Schejtman no lo sepa y ahora se lo desvelemos!– debió de ser la pregunta que movilizó a Dick durante toda su vida, ¿Qué es lo real? No sólo por el problema, insoluble para él, de deducir dónde estaría lo verdadero, cuál sería su naturaleza y cómo podríamos distinguirlo de la ilusión, de la copia, o de la falsificación, sino a un nivel profundo, afectando a las (kantianas) formas a priori de la sensibilidad, el tiempo y el espacio. Porque, además de hace saltar todos los bornes, Qué es lo real, es también la pregunta que conecta a Dick con Lacan a través de su famoso aforismo, La verdad tiene estructura de ficción. ¿Cómo evitar imaginar un diálogo entre ambos? ¿Qué le hubiera preguntado Dick a Lacan? ¿Qué le hubiera respondido éste? ¿Lo habría hecho como maestro o como analista? ¿Le habría ayudado? ¿Y Lacan mismo, se habría dejado ayudar por Dick, en el sentido de sacar partido de la ciencia ficción como antes lo había hecho de la escritura de Joyce y de tantos otros? De cómo fue sensible Schejtman a estos interrogantes tenemos clara muestra en el libro, pero lo que más me interesa en este primer acercamiento es destacar el aspecto creativo. No olvidemos que el arte tiene el privilegio de enfrentar lo real en su campo, dejándonos el nudo de esta experiencia. En el libro de Schejtman asistimos a una manifestación de este orden, un encendido de bombilla dickeano, esto es, un viaje en el tiempo que permite intervenir sobre el pasado hasta concluir en un genial divertimento, ¡un análisis après-coup!
Sin duda, Schejtman se lo debió de pasar en grande manejándose entre alter egos para acceder al encuentro de Lacan con su admirado Dick, y señalar, de paso, a modo de intervención analítica, algunas de las flaquezas que nos afectan –nuestro narcisismo, o la tendencia a hacer de la Escuela una religión–, pero toca dejar esa cuerda y saltar a la siguiente. Schejtman subtitula su libro Clínica psicoanalítica como ciencia-ficción. Parece que se entiende, pero conviene matizar. Habíamos llegado a esa extraña palabra, ficción, que exige más seriedad de la que aparenta. Al menos es así como la trabajó Lacan de la mano de Jeremy Bentham, poniéndola en relación nada menos que con el papel del significante en el descubrimiento freudiano. De ahí que el aforismo citado, La verdad tiene estructura de ficción, venga a ser copia del anterior y más conocido, El inconsciente está estructurado como un lenguaje. Lacan no se cansaba de repetir que el término ficción, aludido por Bentham, no se refería a algo ilusorio, imaginario, sino que se trataba de un simbólico con la capacidad de operar sobre un real. Así, el mito de Edipo, o la familia, serían ficciones, creaciones simbólicas para intentar cernir el real de lo que no marcha en la sexualidad. Podríamos afirmar entonces que la ficción alcanza por esta vía a morder algo de lo real, como muestra Dick cuando trabaja con su escritura el núcleo mismo de su locura, la fluctuación al infinito del semblante.
Pasamos ahora, en nuestra lectura trenzada, a la ciencia. Nos adentramos en el libro de la formalización científica, que consta a su vez de tres partes: los principios nodales, la elaboración nodal del diagnóstico clínico, y el hacer de Dick con su síntoma, lo que en su caso implica también su reverso, el dejarse hacer por él. Como el desarrollo de Schejtman no tiene desperdicio, iré enlazando sólo alguno de sus hallazgos.
Nada más lógico que partir del desarrollo nodal del caso Joyce para acercarnos al caso Dick. El contrapunto nos permitirá hacer aclaraciones mutuas. Digo contrapunto porque en todos los órdenes ambos se sitúan en las antípodas. Baste recordar cómo Joyce definía su escritura a partir de una total falta de imaginación, justo al revés de Dick, cuya característica es, precisamente, su imparable imaginación. Si Joyce trabajaba con la sustancia real que infiltraba las palabras-cosa, para descomponer después sus cristales, Dick, en cambio, no dispone del más mínimo punto de anclaje que detenga el vuelo de su imaginación. Y es en esto que va a fundamentar Schejtman una visión sincrónica de la parafrenia, siguiendo los comentarios de Lacan en la presentación del caso de una paciente que era puro semblante, un vestido sin cuerpo, a la que diagnosticó de parafrenia imaginativa. Y si vino después Miller a concretar cuál sería su matema, i ( ), marcando la ausencia de objeto a (en esos paréntesis) que pudiera fijar su imagen corporal, Schejtman le añade ahora, con la escritura nodal, ese cuerpo que le faltaba al concepto.
En resumen, Schejtman nos presenta, aplicada a Dick, una convincente traducción nodal de este nuevo tipo de parafrenia, cuyo cadena base sería: nudos S e I interpenetrados; R suelto, retornando eventualmente en lo I. Y con ello nos aporta una visión distinta del análisis diacrónico que hiciera Maleval en su Lógica del delirio, donde la parafrenia quedaba reducida a un lugar excepcional, un estadio último del delirio, sólo accesible tras la pacificación producida en la metáfora delirante, tras consentir el sujeto a la exigencia del Otro. (Ejemplos…) Y no porque la diacronía esté ausente en el análisis de Schejtman, que para eso nos ha introducido en el manejo de la trenza, sino porque no hay manera de entender la constelación de síntomas que desde bien temprano afectaron a Dick que sosteniendo una visión también sincrónica. Esto es, estando operante una parafrenia de base, cuyo síntoma fundamental afecta a lo imaginario, ante la inexistencia de un real para fijar la realidad. Es desde ahí que vemos ordenarse el resto de los síntomas, incluidos los giros esquizofrénicos y paranoicos, producidos cuando determinadas pérdidas vinieron a descompensar su anudamiento, pero que, precisamente por estar limitados por esta parafrenia de base, no alcanzan su entidad característica.
En cuanto al tratamiento, también aquí el paralelismo con Joyce ofrece la oportunidad de precisar sus diferencias, tanto sobre la localización del sinthome de la escritura como sobre el papel de las mujeres en la vida de Dick, tan distinto al que jugó Nora para Joyce. Creo que merece subrayarse cómo el rigor en la formulación nodal corre paralelo a la finura de sus invenciones lingüísticas. Así, leemos el “Noraguante” que ciñe a Joyce para toda su vida, en contraposición con las mujeres en serie, las “mujeres-alma”, que animaban a Dick, pues materializaban algo del real en fuga. Y si era difícil distinguir en Joyce lo que en su escritura funcionaba como sinthome o como síntoma, en el caso de Dick, que es el de una psicosis abierta, esta doble vertiente es inevitable. Porque si bien en una trabaja (es su simulacra-sinthome), en la otra es trabajado. Se ve cuando se somete compulsivamente a ella, lo que Schejtman llama su empuje-a-la-escritura, o cuando se convierte en el amanuense de la voz de VALIS, la inteligencia cósmica superior, fruto de la experiencia “2-3-74”. Y lo mismo sucede con la serie de mujeres, de las que no puede prescindir pero tampoco convivir, siempre a un paso de volverse persecutorias.
Terminaré con algún delirio propio sobre esa experiencia “mística”, a la que Dick denominó “2-3-74”, que marcaría el último gran giro en su vida y en su escritura. Brevemente, la sucesión de acontecimientos. Tenemos a Dick sentado en el sofá, escuchando Strawberry Fields Forever, aquejado de fuertes dolores tras la extracción de una muela del juicio. Dick telefonea a la farmacia pidiendo analgésicos. Llaman a la puerta y aparece una mujer con un colgante en el cuello. Es la figura de un pez, la representación clásica del cristianismo. Dick mira ese pez, según empieza a emitir ante él maravillosos fulgores –lo real invadiendo lo imaginario–, unos fulgores que vienen a corroborar… ¿qué?, nada menos que aquella certeza que ya le había hecho un guiño en un sueño de juventud: la realidad que vemos no es lo que parece porque… “el Imperio [romano] nunca tuvo fin”. No voy a entrar en los detalles posteriores al desencadenamiento, para eso está el libro de Schejtman, conjeturo desde la ficción sobre el momento previo. Schejtman pesca ahí otro pez, se fija en el estribillo de la canción de los Beatles, que tiene una alusión tranquilizadora sobre el eterno problema de Dick con la realidad. Dice la canción, nada es real / y no hay por qué preocuparse; y claro, uno se imagina a Dick escuchando esta canción forever, a punto de entrar en su propio túnel del tiempo. Investigué un poco la canción, como decía, con ganas de pescar en las aguas del delirio. Como casi todas las canciones de los Beatles, tiene una larga historia, pero hay algo que la hace totalmente singular. De todas las compuestas por John Lennon, es una de las dos únicas –la otra es Help!– de las que reconocía una autoría auténtica, porque, según dijo, sólo esas dos fueron escritas a partir de sus propias vivencias, en este caso, de sus recuerdos infantiles… para terminar confesando que con Strawberry Fields Forever había hecho su propio “psicoanálisis en música”. Pero está claro que el sinthome de Lennon no valía para Dick…
No contento con morder este anzuelo dejado por Schejtman, me fijé también en el detalle de la extracción de la muela. No por caer en el chiste fácil, en cómo se puede perder el juicio justo después de que te extraigan la muela del juicio, y menos aún para escarbar en una causalidad que desconozco. Esta ficción me permite volver a lo que importa, para recordar cómo todas las pérdidas, desde el lugar inaugural de la melliza muerta, eran para Dick algo inasumible, quizás porque el corte contradecía su síntoma fundamental, esa inconsistencia de una realidad en bucle, cuya escritura nodal sería la continuidad de los registros simbólico e imaginario, a través de su interpenetración.
Nosotros, en cambio, nos esforzamos en separar vertientes, delimitando, por ejemplo, qué es síntoma y qué es sinthome. Y nos servimos de Schejtman para orientarnos en ese territorio fronterizo, sabiendo que, por más que la línea divisoria no pueda estar del todo clara, el esfuerzo de aproximación es necesario. A ese terreno (nodal) nos lleva Schejtman, dibujando con precisión los límites, para señalar después, fruto de su misma exigencia, lo difuso de la frontera. Habla en su favor que no se deje atrapar por la belleza de sus hallazgos y reconozca también la subsistencia de una ambigüedad ineluctable.
Zacarías Marco, 13 de marzo de 2020