Las lágrimas felices de «La soberanía», de G. Bataille

Presentación del libro La soberanía, de Georges Bataille, en Cruce, el 10 de junio de 2022

Pocas veces como leyendo este libro uno tiene la impresión, verdadera, de tener entre las manos algo que le sobrepasa, que nos sobrepasa probablemente a todos, sobre todo si lo que se pretende es apresar su contenido, extraerlo como objeto de conocimiento. Por esa vía de posesión nos perderemos antes de comenzar. En lugar de ese tipo de acceso, el habitual, aquí se propone otro, una vía que invita al acompañamiento, que busca una relación que aspira o que empuja a la no dependencia. Son grandes palabras. Hay que hacer de entrada un inciso para señalar el peso que tienen, en realidad, todas las palabras, un peso insoportable que hace que nos defendamos siempre de ellas. Podría decirse incluso que de eso se trata en el lenguaje, de defenderse con las palabras de las palabras. Eso hacemos continuamente, pero Bataille nos dice que no, que por ahí no llegaremos a ningún sitio “humano”, que lo humano es hacer frente a lo que está más allá del límite. Lo humano pasa necesariamente por apropiarse de su destino trágico. Leo esta exigencia en La soberanía como una invitación máxima a la subjetividad, a través de una escritura que pone en acto la acogida a lo impensado. Una escritura que, por lo tanto, comunica la soberanía.

La soberanía es un extraño concepto en manos de Bataille, por definición indefinible, al no poder ser limitado de manera alguna, y que tiene poco que ver con el tradicional, asignado a reyes o a Dios mismo, una vez que podemos despojar al término de la torpe, aunque comprensible, relación a la cosa. La soberanía de la que nos habla Bataille es otra cosa, o, mejor dicho, no es una cosa, no es nada. Paralela a la condición humana, tal como decimos que Bataille la entiende, la soberanía sería la condición de la subjetividad. El problema entonces es cómo acercarnos a ella. Cómo acercarnos o cómo reconocer los momentos soberanos, los instantes soberanos. Porque más que de comprender, se trata de experimentar en compañía de Bataille, de seguir el movimiento de su escritura. Creo que es el lugar tan necesario como imposible al que nos convoca.

Hay muchas razones por las cuales sería difícil resumir este libro. Quizás no del todo imposible, pero si pensamos en la criba que tendríamos que hacer, sería poco respetuoso con el autor. Porque, con Bataille, y más si atendemos a su concepto de soberanía, en el que nos incluye, debemos empezar por rescatar lo que se suele excluir del pensamiento. Hay en ello un aspecto ético al que Bataille nos empuja, llevándonos al límite de nosotros mismos. Leerlo nos abre al territorio de lo Otro, de lo conocido desconocido donde se hacen los descubrimientos. De lo Otro y de los otros, porque no hay soberanía sin los otros. Voy a centrarme luego en un ejemplo, en la paradoja de las lágrimas felices, pero antes querría… iba a decir ‘rendir homenaje’, pero para no hacérselo pasar mal, o no mucho, dado que la amistad me lo impide, diré mejor que desearía reconocer como compañía mía el acompañamiento a Bataille que hace Isidro en el posfacio de este libro. No es un resumen al uso, es una lectura hecha desde la cercanía. Pareciera que Isidro toma café con Bataille, habla con él, y nos hace partícipes de su charla. No sé si sólo eso, si del café pasaron a otra cosa… Es posible, él no lo cuenta. Lo dejaré ahí. Bueno, estoy bromeando, pero me gustaría que se entendiera. Quito a este reconocimiento toda connotación de alabanza, mi intención es aprovecharme de él. Isidro muestra que a Bataille hay que leerlo con Bataille, añadiendo después las otras compañías. Es lo que hace Bataille con Nietzsche. Y al igual que Bataille dice que él no es un glosador de Nietzsche, sino su igual, Isidro es aquí, aunque desde la humildad, el igual de Bataille. Fijaros que no hablo de lo que Isidro escribe, ya lo leeréis, sino de su posición de lectura. Quizás por eso, al leer la soltura con la que aborda este imposible, el imposible Bataille, se puede tener la impresión, la falsa impresión, de que la empresa no era tan complicada. Incluso pudiera tenerse la tentación de tomar nota, limitarse a repetir lo que allí se dice y cerrar el libro. Se habría llegado muy lejos, pero no por el propio pie. Faltaríamos entonces al lugar al que hemos sido convocados. Nos toca entonces a cada uno reabrir el problema Bataille. Lo que haya hecho Isidro con ello no debemos tomarlo del lado del contenido, sería probablemente inhibitorio, sino del ejemplo. No nos exime de hacer nuestra lectura.

¿Por dónde empezar? Tomo La soberanía desde mi no saber, y lo reabro ante vosotros por donde me produce desconcierto. Concretamente por uno de los aspectos más indigeribles de Bataille, esos lugares embarrados por los que transita, que son los de la subjetividad, de la que nunca prescinde pese a la dificultad de articular allí el análisis. Como sabéis, su abanico es amplio, histórico, sociológico, psicológico, religioso, cultural, sexual, pero no es esto lo que me interesa, le dejo a él esas tareas imposibles. Iré a algo más primario. Bataille nos convoca siempre a lugares perturbadores, a los que sólo podemos entrar a través de una mirada oblicua, un poco al sesgo, dejándonos sorprender. Un ejemplo. Bataille habla al principio de este libro de cuestiones de metodología, pero, como sucede con él, no se refiere a lo que comúnmente entendemos por metodología. ¿A qué entonces? A lo que estaría en su matriz. Porque en Bataille las palabras no están para transmitir un pensamiento, sino para pensar. Asistimos a esta experiencia interior suya, a este encuentro único, por la vía del lenguaje, abriendo las puertas de lo que produce confusión, perplejidad incluso. Puertas que abre ante nosotros de par en par. Sin duda es difícil entender esta riqueza de la experiencia interior, de lo que él decide acometer por la vía del pensamiento y de la acción, si uno tiene la mente puesta en el saber que pudiera sacar de la lectura. Como decía, se perdería lo fundamental. Es otra cosa lo que nos entrega, su gasto, la dilapidación. Pero sacudidos por la perturbación podemos fácilmente despistarnos, entregarnos a la domesticada búsqueda de un saber, o bien relegarlo sin más al lado salvaje. Me parece que ambas vías dejan de ser Bataille. ¿Dónde encontrarlo entonces? ¿Cómo acompañarlo en esa mirada suya que nos desnuda también a nosotros, con frecuencia con algo de espanto?

Voy a hacer alguna pequeña transgresión, parece necesaria dado el personaje. Podéis pararme si me pongo excesivo, pero no creo que llegue a tanto, en fin, cada uno tiene sus limitaciones, las que evidencian su falta de soberanía. De todas formas, la transgresión está lejos de la soberanía. Hago mi intento de resumen del libro para mostrar después que no es eso lo que importa.

Hay que decir que uno queda anonadado por la ambición de este libro, que Bataille tituló finalmente La soberanía, pero que no llegó a publicar, y para el que previamente barajó el título de Nietzsche y el comunismo. Quizás su misma ambición lo volvía incomunicable, en el sentido de que obligaba a una comunicación directa con su tiempo que toda publicación paradójicamente cierra. En fin, no sabemos, a Bataille le costaba soltar. Ese primer título ilustraba la intervención de Bataille en el presente de su época. Nietzsche y el comunismo eran las dos vías de recuperación de la soberanía en el mundo actual, en su día a mediados de los años 50, pero en cierto sentido válido hasta nuestros días, porque el comunismo al que se refiere se sitúa en un horizonte, el de la transformación posible del hombre por el hombre, que, en tanto proyecto, albergaría una posibilidad moderna de soberanía. Nos dice que toda revolución, burguesa o proletaria, ha propiciado el desmantelamiento del régimen feudal, que era donde sobrevivía la soberanía llamada arcaica, en tanto aquella sociedad no estaba regida por la acumulación, por la reducción de lo humano a la condición de objeto. La industrialización disparó la búsqueda de acumulación, de excedente, y evidenció la alienación del hombre a un trabajo cada vez más sometido a unas leyes que lo reducen a mera fuerza de trabajo. Tanto el trabajo como el uso de la mercancía lo reducen a objeto. En ese contexto el comunismo viene como promesa de recuperación de soberanía, pero no de aquella de antaño, trascendente, sino de otra, inmanente, que es la propia del hombre tras la caída de aquellas figuras de reyes y dioses. Por eso, el acento en la propuesta comunista está puesto en la transformación del hombre mediante una justicia igualitaria (sociedad sin clases). Pero el problema de esta salida es que acaba con lo que pretendía salvar, porque la igualdad es la tumba de la subjetividad, aquí sinónima de soberanía. Una promesa de soberanía sólo alcanzable, paradójicamente, mediante la renuncia a la soberanía. Una renuncia soberana a la soberanía que la convierte en una soberanía negativa, con el eco de la teología negativa. Es cierto que Bataille le reconoce a esta salida una dignidad, no exenta de ciertas ambigüedades que quizás podamos debatir luego, así como determinados peligros, uno en concreto, que la acumulación en ese sistema no tenga otra salida que la guerra. Viene a decir que a este mundo que ha elegido trabajar en vez de jugar, jugará mañana, terriblemente, a la guerra. Aquí se ve a Bataille muy preocupado, no sé si aterrado. Pero ese horizonte insoslayable de nuestra época, tal como ve la propuesta comunista, no es la única. Bataille va a reivindicar otra, la vía de Nietzsche, esta sí positiva. Dirá en este texto una frase, cuatro palabras que impresionan: “Nietzsche da la soberanía”. ¿Y en qué consiste este don que representa la obra de Nietzsche, y de paso la del propio Bataille, del que se reconoce no como un glosador más sino como su igual? En una salida que no parte de la renuncia pero que tampoco reduce la soberanía a algo. “La soberanía no es nada”, repetirá Bataille hasta la saciedad. Una salida que eleva la propia vida a obra de arte. Es en esta última parte del libro donde se aprecia más ese estado en construcción, en apertura constante. Nietzsche abre la puerta a la subjetividad por la vía del arte. ¿Y qué es lo que sustituye al trabajo, al objeto, a la acumulación? Nietzsche dice: “Recuperar para nosotros mismos lo que hemos dado a lo desconocido y al todo”. Bataille va agregar al concepto del instante de Nietzsche el de lo milagroso.

Para llegar a lo milagroso daré un pequeño rodeo por el no saber, tal como lo expresa al inicio del libro, cuando aborda desde una manera inédita los aspectos metodológicos. ¿Por qué inédita? Lo metodológico no suele tener mucho interés, en general un canto al edificio del saber. Confieso que esa parte me suele aburrir tanto que a veces me la salto. Esta vez no lo hice y me gustaría compartir con vosotros mi sorpresa. Sucede que cuando Bataille habla de lo metodológico habla verdaderamente de eso, el método que, sin saberlo, le mueve a él. El asunto cobra entonces el más alto interés. Asistimos atónitos a ese desnudamiento de lo que guía su pensamiento, en la lectura de unas páginas extraordinarias. Voy a leer pura y simplemente unos párrafos de dos pequeños apartados de la primera parte, en los que habla de la paradoja de las lágrimas felices. Me han conmovido. Tuve de repente la impresión de estar encontrándome con Bataille, encontrando el nexo con el Bataille que yo más quería, –digamos, el literario–, y viendo ahora que son el mismo. Por eso, más que el desarrollo y las conclusiones de este libro, me impresiona sobre todo el lugar desde el que parte, el lugar de la autenticidad del no saber, el único capaz de abrir la puerta a lo inconfesable de cada uno, a esa subjetividad profunda, como él dice, donde reside la soberanía.

Leo unos párrafos de esos apartados cuarto y quinto de la primera parte del libro.

5. La equivalencia de lo milagroso negativo (de la muerte) y de lo positivo.

“Desde hace mucho tiempo he tomado el partido de no buscar, como los demás, el conocimiento, sino su contrario, que es el no-saber. Ya no esperaba el momento en el que obtendría la recompensa de mi esfuerzo, en el que al fin sabría; sino aquel en el que ya no sabría, en el que mi primera espera se resolvería en nada. Quizás es un misticismo, en el sentido de que mi sed de no saber dejó un día de distinguirse de la experiencia a la que los religiosos dieron el nombre de mística —pero yo no tenía ni presuposición, ni Dios. En cualquier caso, esta manera de ir a contracorriente en las vías del conocimiento —para salir de él, no para obtener un resultado que otros esperan— conduce al principio de la soberanía del ser y del pensamiento, que en el plano donde estoy ahora situado tiene este sentido: que el pensamiento, subordinado a algún resultado esperado, completa servidumbre, deja de ser el ser soberano, que únicamente el no-saber es soberano.

“He reflexionado sobre el no-saber, y he visto que la vida humana abunda en momentos, que relaciono con el no-saber, en los que la incesante operación del conocimiento se resuelve. Aludía a ellos al hablar de sollozos, de risa a carcajadas…, al decir que en ellos el despliegue del pensamiento se quebraba. Me detenía en este aspecto de la vida humana buscando en la experiencia la salida de mi servidumbre. El objeto de las lágrimas o de la risa —el de otros efectos como el éxtasis, el erotismo o la poesía— me parecía responder al punto mismo en que el objeto del pensamiento se disipa.”

4. La paradoja de las lágrimas felices.

“…insistiré más ampliamente sobre las lágrimas, porque de hecho extraigo de la reflexión sobre las lágrimas la noción general de milagroso que domina este libro.”

“Desde hace muchos años me sorprendía el aspecto ambiguo de las lágrimas, provocadas tanto por un acontecimiento dichoso como por la desdicha. Pero las lágrimas felices no han sido, como la risa, objeto de investigaciones minuciosas. Esta sorprendente laguna me mostraba la naturaleza decepcionante de la amalgama que forman nuestros conocimientos psicológicos. Había observado que esas lágrimas de felicidad me humedecían a veces los ojos en circunstancias que me dejaban desconcertado. No tengo tendencia a ir anotando este tipo de hechos, pero uno de ellos ha permanecido en mi memoria. Uno de mis primos políticos es oficial en la marina inglesa: durante la guerra servía a bordo del Hood. Pocas horas antes de que el Hood se hundiera, y toda la tripulación con él, mi primo fue enviado a una misión y subió a bordo de un barco más pequeño. El Almirantazgo anunció oficialmente su muerte a su madre: era lógico, formaba parte de la tripulación del Hood, de la que había naufragado, o casi, hasta el último hombre. Pero su madre recibió después de varios días una carta suya relatando las circunstancias en las que había, «de milagro», escapado a la muerte. No conocí a mi primo hasta mucho más tarde, pero tuve ocasión de contar la historia a algunos amigos, y cada vez, para mi gran sorpresa, las lágrimas humedecían mis ojos. No veía el motivo, pero tengo la costumbre de preguntarme qué se sabe de ello: finalmente tuve la sospecha de que nadie sabía nada al respecto. Nadie había propuesto siquiera una hipótesis absurda; nadie había percibido siquiera el interés de estas lágrimas paradójicas. No estoy seguro de esta carencia, debería investigar más, pero hablé de ello en una conferencia a la que asistían notables filósofos: aparentemente nadie sabía del asunto más que yo.”

“Este punto carece en sí mismo de importancia, pero debí esforzarme en resolver yo solo un problema que me asombraba. En primer lugar, consideré la relación entre tales lágrimas y el suceso. Todo el mundo sabe que se llora de alegría. Pero yo no sentía alegría. De pronto —mientras consideraba los problemas de esta obra— me pareció que el milagro, que sólo el milagro hace nacer esas lágrimas felices. El milagro o, si no, lo que parece tal, puesto que en circunstancias parecidas nos es imposible esperar la repetición del mismo hecho. En cualquier caso, no podemos alcanzarlo con nuestros esfuerzos… Ese carácter de milagro es mostrado con exactitud por la fórmula: imposible y sin embargo está ahí, que en otro tiempo me había parecido única para poder asumir el sentido de lo sagrado. Imaginaba al mismo tiempo que el arte no tiene otro sentido, que el arte es siempre la respuesta a la esperanza suprema de lo inesperado, de un milagro; por eso la medida del arte es el genio, mientras que el talento remite a los medios racionales, explicables, y cuyo resultado no tiene nunca nada de inesperado.”

“He querido mostrar el camino seguido por mi pensamiento, descubriendo a lo largo de él relaciones inesperadas, antes que el enunciado secamente teórico de estas relaciones o del método que he seguido. Desde el principio, este contenido, lo milagroso, que finalmente yo reconocía allí donde menos se lo podía esperar, en el objeto de las lágrimas, me pareció inscribirse esencialmente en la espera de la humanidad. Entonces pude decirme a mí mismo, con un sentimiento de certidumbre, que «el hombre no sólo tiene necesidad de pan, que no está menos hambriento de milagro». Sobre todo, comprendía esto tan capital: lo que había encontrado en las lágrimas felices, se encontraba también en las lágrimas infelices. Este elemento milagroso que cada vez que las lágrimas humedecían mis ojos reconocía en la fascinación, no faltaba en la desdicha. La muerte que privaba de ser a mi semejante, aquel mismo en el que yo había reconocido el ser, ¿qué era sino, bajo una forma negativa, lo inesperado, el milagro que sofoca? Imposible y sin embargo está ahí, ¿cómo proclamar mejor el sentimiento que la muerte inspira a los hombres? ¿No podemos decir que en la muerte descubrimos el análogo negativo de un milagro, lo cual nos resulta mucho más difícil de creer cuando la muerte alcanza a aquel que amamos, que nos es cercano, cosa que no podríamos creer, imaginar posible, si ella, si la muerte no estuviera ahí?

“¿Soberano?, usted y yo lo somos. Con una condición, olvidar, olvidarlo todo…”

Bataille reconoce lo humano en la apertura a lo milagroso, en su relación precisamente aquello que según otros excedería su condición. Nietzsche buscaba hombres que pudieran escuchar sus palabras sin caer fulminados. Con Bataille nos ocurre algo parecido. Si no provoca nuestra incomodidad es que no estamos leyendo a Bataille. Incluye siempre lo Otro, nuestra alteridad inhumana, que es lo que nos singulariza como humanos. Incluye todas las expresiones del reino del instante. Incluye el exceso, lo impensable. Incluye la muerte. El problema es que no se trata en sus líneas de ofrecer una domesticación, sino todo lo contrario. La subjetividad está puesta en relación directa con el encuentro con lo insoportable y con las salidas soberanas a ese encuentro. Da incluso una lista.

Os hablaba al principio de nuestras dos maneras de defendernos, nuestras dos maneras de neutralizar a Bataille, una sería la puritana, otra la transgresora. Salidas no soberanas. A mí me interesa volver al borde del precipicio al que nos invita. Ver qué podemos hacer. Son en realidad dos precipicios, o dos bordes del precipicio distintos. Está por un lado el borde suyo, el de Bataille, donde no es quizás difícil intuir los retornos del imposible que toca, el lugar donde los contrarios se dan la mano, la cercanía al éxtasis mortal. El vaticinio de una destrucción total podría figurar en este tipo de retorno tras su apertura a lo ilimitado. Pero está también el borde nuestro, el de cada uno. Permitirse el encuentro propio, la experiencia con lo que no sabemos. Ese borde nuestro está aquí, todo el tiempo, nos paremos a verlo o no. La pregunta sería, ¿ese entrar en contacto con lo que nos excede tiene necesariamente que verse alcanzado por la tragedia? La respuesta de Bataille parece clara, lo apuesta todo, no renuncia a nada, obtiene la risa y el llanto. ¿Y nosotros? ¿Qué está dispuesto cada uno a arrebatar a los dioses?

Zacarías Marco