Presentación en Cruce del libro Mientras Dublín dormía, de Daniel Merro y Hugo Savino, el 20 de abril de 2022

Las palabras caminan. Los libros son su territorio, mapas trazados con palabras que salen de paseo. No las entenderíamos si nuestra memoria no estuviera construida por ellas, por sus huellas. Pensar es acompañar el discurso interior de las palabras, seguir su curso, reconocer sus huellas en nosotros. Hay que ser honestos, a conocer no se llega, tan solo a reconocer. Como leemos en este mapa nocturno de Dublín, saber está sobrevalorado, falsea el registro. Peor aún, lo deja sin vida. Joyce prefería dejarnos el inventario, las listas de cualquier cosa. Eran el reflejo del alma inaprensible de las cosas, reflejo a su vez de su propia perplejidad. Por eso empieza por lo más necesario, el registro. Tal vez intuyó que la ciudad desaparece, y nosotros con ella, cuando deja de ser nombrada. Joyce no dejará que eso ocurra, recogerá las palabras que mantengan el pulso de la ciudad. Laten en sus calles dando las horas. Laten en un territorio que se hace memoria, la nuestra corporeizada. No hay otra patria que las palabras. Por eso, cuando Joyce escribe Dublín, somos dublineses, sus palabras caminan en nosotros, roturando los surcos de nuestra memoria.
El paseo nocturno de Leopold y Stephen en los capítulos finales del Ulises pone en escena este discurrir, este flujo que los va a conducir a puerto, a la mujer que retrasa la noche, Molly Bloom. Una travesía que va de un encantamiento femenino a otro, del burdel al hogar. En el primero, la imaginación del marinero puede perderse creyendo poseer lo que no posee, en el segundo descubrirá el vaivén constante del litoral. Porque el hogar tampoco es tierra firme para estos errantes desclasados. En eso todos somos un poco Leopold y un poco Stephen, un pie dentro, el otro en fuga, como Molly es un poco todas las mujeres. Joyce se atrevió a dibujarla en sus dominios, dejándonos, como leemos aquí, esa perla de susurros que ningún mar se tragará.
Si somos fieles al caminar de las palabras en nosotros, nos veremos reflejados en este paseo. Un paseo que es vulgar, cotidianamente vulgar. No mitifiquemos la lectura como abstracción. Es nuestro encuentro con lo que ocurre lo excepcional, y pocos se dejan trabajar por ello. Se requiere arrojo y sensibilidad. Joyce entendió que su vida pasaba por registrar el paseo de las palabras, y Daniel Merro y Hugo Savino se entregaron con arrojo y sensibilidad a la misma aventura. Se leyeron en ellas y buscaron cómo ser fieles a sus arrugas. Leyeron los tres capítulos finales del Ulises acompañando a Leopold y a Stephen, pero escribieron su propio trayecto. Por eso, uno puede hacer como ellos, y acompañarse de la lectura de Joyce, pero no es necesario, su recorrido es suficiente. Suficiente para abrirnos al nuestro. Leer Mientras Dublín dormía no requiere otra cosa que su propia lectura. Un paseo que se puede realizar en un día, y que pedirá después relectura. Porque Mientras Dublín dormía es un libro para leer y releer, como se escuchan las canciones una y otra vez. Y como leemos las letras de las canciones viendo las carátulas de los discos, tenemos aquí la compañía visual de las acuarelas de Daniel, abriéndonos las puertas de la geografía urbana.
El resultado, un tejido sensible savinomerromerrosavino que funciona a la perfección. Los colores de su prosa se reactivan una al contacto de la otra. Se aprecia bien que no han ido a limarse el uno al otro sino a dejar salir cada uno sus encuentros. Encuentros que se interceptan, continuamente, y juntos interceptan a su vez a Bloom, a Stephen, a Molly. Y finalmente su savinomerromerrosavino intercepta Ulises, como la escritura de Joyce interceptaba todas las escrituras, empezando por la Odisea. Han compuesto entre los dos el paseo donde estamos, nuestro paseo con ellos. Porque cada uno somos ya polifonía. La nuestra se lee ahora en la de ellos construyendo memoria. Joyce reconocía esa libertad de uso de las palabras. Le acercaban una escrita por otro y se la apropiaba: “Es una buena palabra, decía, y probablemente la usaré”. Hugo y Daniel se apropian las palabras de Joyce, y ahora nos toca a nosotros interceptarlos en este arte de la apropiación. No deja de ser paradójico que sea nuestra memoria la que se reescriba leyendo Mientras Dublín dormía. Solo hay que dejarse escribir. Vamos a ello.
Me dejo interceptar por estos inadaptados para que sean ellos los que escriban mi memoria. Párrafo en página 103. Antes, situación. Los paseantes han llegado a destino pero este se les escabulle. Es la ley que quiero resaltar, que no hay encuentro, está siempre en fuga. Leopold y Stephen, en falsos padre e hijo, dialogan en el sótano, en la cocina, mientras Molly se entrega arriba, en su dormitorio, al susurro de sus pasiones. En este contexto se produce una invitación que cada uno leerá a su manera. Cito: “Este viaje interior tiene una testigo que se va durmiendo en su ensoñación: en el piso de arriba, la sfacciata donna dublinense, cantante. Llena de visiones. Pero ellos conversan. El arte de la conversación. Los dos están atravesados por la irreparabilidad del pasado. El invitado, Stephen Dedalus, profesor y autor, declina una oferta de asilo con alto riesgo: quedarse a dormir “en un improvisado cubículo en el local inmediatamente encima de la cocina e inmediatamente adyacente al local de dormir de su anfitrión y anfitriona”. Tiene el horizonte de un exilio. Lo único materno que tiene es su escritura. Y es su única fidelidad. Ni la patria, ni la raza, ni los moldes narrativos del siglo XIX lo convocan.” Veamos ahora el funcionamiento de esta fuga de Stephen por fidelidad al susurro de las palabras, las suyas, que están en fuga.
En la escritura, el elemento tercero, el destinado a organizarlo todo, está siempre, pero en fuga. Aquí, lo inatrapable se nos presenta a través de sus múltiples efectos, todos con el sello del desencuentro. La fórmula, no hay encuentro sin desencuentro: en la paternidad la ficción legal; en la historia la pesadilla; en la mujer la infidelidad; en la pareja el trío; en el hogar el exilio; en el día la noche. Joyce los renombra, uno a uno, rescatando el inevitable desacomodo de la existencia. Y lo mismo Merro y Savino, escribiendo lo indigerible que habla en nosotros. Con un humor que decapa los esmaltes. Rescato este detalle, cómo se muestra y subsana el peligro del trío. Stephen “declina una oferta de asilo con alto riesgo”. Y a continuación añaden el injerto Joyce, que describe fríamente la localización de los personajes, pero su frase contiene dos llamativos inmediatamente. No podemos engañarnos. Demasiada cercanía, demasiado hogar para alguien en fuga: Stephen se irá por donde ha venido. Gana el desacomodo, donde todos están. Daniel y Hugo se atreven a registrarlo. Ponen palabras a esa presencia que contiene la ausencia. Escriben que ninguno se encuentra salvo en los recitativos del otro. Allí todos nos encontramos sin encontrarnos.
Zacarías Marco, abril 2022