La humanidad muere en Gaza

Estamos en lo innombrable. Es otra dimensión del horror, que no proviene solo del nivel de destrucción real de vidas y territorios, sino de la puesta en marcha de una nueva sistemática, apoyada en un salto tecnológico, que ha convertido a Gaza… en qué, ¿en un experimento? ¿Qué está ocurriendo para que esto sea imparable? ¿Acaso estamos asistiendo a un nuevo experimento sobre los límites de lo humano?

1. Lo que no puede borrarse

Qué hacemos con lo innombrable. Qué se puede decir cuando se asiste a un nivel de destrucción que va más allá de las vidas y de los lugares a los que estas vidas se anclan, que va más allá de los recuerdos y de la historia, más allá de la esperanza, más allá de la palabra, que ahoga incluso el grito. Qué decir cuando no hay palabras que puedan describir lo que la maquinaria bélica del Estado de Israel está haciendo en una parte de los territorios controlados por él, Gaza, pero también Cisjordania, porque un horror mayor no debería tapar el que se comete cada día en cada expulsión ilegal, en cada confiscación de tierras, o cada vez que se impide el acceso para poder trabajarlas, o para relatar lo que ocurre. Cada una, un crimen, aunque hayamos entrado ahora en una nueva dimensión que lo hace todo innombrable. Queremos pararlo porque hay algo en el horror mismo que nos hace inhumanos.

Aunque se haya escrito mucho sobre el carácter único de lo se produjo en los territorios controlados por la Wehrmacht, el ejército alemán en la segunda guerra mundial, de lo que es buena prueba la dificultad para nombrarlo (holocausto, intento de exterminio, shoah), parece que hemos entrado de nuevo en esa dimensión de lo impensable. No se trata de hacer comparaciones sino de percibir la escala del horror, o de su traspaso, o sea, de aquello que excede toda escala cuando se deshumaniza a un grupo humano, cuando se perpetra contra él todo tipo de crímenes. Porque cometer un acto de barbarie aniquila doblemente, no solo a quien lo padece, también a quien lo comete. Incluso si se siente legitimado para ello. Incluso si también ha padecido lo indecible. Y por eso no puede borrarse.

Decir que no hay palabras quiere decir que a la muerte física se ha venido a sumar una muerte simbólica. Y esta nos afecta a todos, a la comunidad humana en su conjunto. ¿Tiene que ver esta muerte simbólica con el cambio de época que vivimos?

2. Los retornos del horror

Me viene el recuerdo de una película de 2008, Vals con Bashir, de Ari Folman, donde se relata el descenso a los infiernos de él mismo, tratando de comprender el origen de las pesadillas de un antiguo compañero de armas. Este retorno de un horror indecible, borrado de la memoria, empuja al protagonista a su propia introspección. Al principio solo le vienen imágenes lúdicas bajo un cielo iluminado por bengalas. Después, algún fogonazo de un horror. ¿Dónde fue? ¿Qué pasó alrededor de él? Lo que le lleva a una sucesión de entrevistas hasta que va pudiendo abrir su mente a lo que vivió, y reprimió, siendo soldado del ejército hebreo en 1982, un joven de 19 años en el contexto de la guerra del Líbano, cuando se produjo la masacre de Sabra y Chatila.

La matanza en estos campos de refugiados palestinos a las afueras de Líbano no fue cometida directamente por el ejército de Israel sino por la milicia falangista cristiana aliada en el Líbano, en venganza por el asesinato de su líder, a su vez respuesta a otra masacre previa, a su vez… Pero sí fue responsable, enteramente, por abrir las puertas del campo bajo su control, y consentir. La barbarie duró tres días. Pero entonces, ante lo insoportable del horror cometido con el total amparo de sus propias tropas, en un país tan orgulloso de las mismas, se produjo en Tel Aviv, en repulsa por estos hechos y contra su responsable, el ministro de defensa, la mayor manifestación de su historia.

Tal respuesta de la sociedad civil israelí provocó la apertura de una comisión de investigación en el más alto rango. Al frente de la misma estaba el presidente de la Corte Suprema de Israel, que decretó que el ministro había faltado a sus obligaciones. Ello no impidió que siguiera en la política, que participara como ministro de esto y de lo otro en sucesivos gobiernos, incluso que años después llegara a ser primer ministro.

En fin, me viene ese recuerdo, el del joven que cumple obligado el servicio militar, que lo vive anestesiado, y que busca después cómo sobrevivir como humano al horror que, sin quererlo ver, pasaba a su alrededor. Una película autobiográfica que nos enseña que el horror no puede borrarse, y retorna como pesadilla. ¿Cuántos Ari Folman hay hoy? El ejército de Israel tiene una unidad de tratamiento para los trastornados por la guerra. Está saturada.

3. La historia como mito

Quizás la mayor parte de los habitantes de Israel no saben ni quieren saber que sus líderes actuales han acabado ya con Israel, con Israel en tanto idea supremacista, que es su política actual, un Gran Israel bíblico, como aquel líder de Alemania acabó, en la práctica, con la idea de la Gran Alemania, también rodeada de mitos y leyendas. ¿Comparamos lo incomparable? Más bien tratamos de distinguir. Distinguir las locuras políticas de las otras. Y distinguimos las locuras políticas porque estas siempre quieren suprimir la diferencia, borrar esa mancha que es en realidad lo humano, y para ello desatan el horror.

Parece que Israel entró hace tiempo en ese fatídico campo de la certeza. Y, por supuesto, eso no impide que otros estén también en él. Certezas y purezas se convocan entre sí, con todo su brillo, pero todas son lo mismo. Pretenden justificar crímenes. Vengan de donde vengan, ningún acto de venganza está justificado. Ningún crimen corrige nada. Solo sirve de excusa al siguiente, y mata también al que lo comete. Esta es la alarma que debería escuchar todo beligerante.

El fin de la política empieza, o tal vez se cumple, cuando se vive la historia como un mito. Es la entrada en el fanatismo. Sobrecoge darse cuenta hasta qué punto se opta por vivir en un discurso mítico, en la historia como mito, en vez de vivir dentro de un devenir desconocido. Cuando se vive en el mito el destino escribe el guion, un guion que precisa servidores de no se sabe qué imperativo de pureza. En la historia como mito el odio a lo diferente se justifica como venganza, y un genocidio llama a otro. Al diferente se lo esclaviza, se lo empuja al nomadismo, se lo teme, se lo odia. ¿Cómo entenderlo? ¿No será que lo odiamos porque representa en realidad lo inasimilable de nosotros mismos? Da igual el nombre que reciba, gitano, judío, palestino. Son nombres equivalentes. Y todos somos eso que odiamos. La catástrofe se produce cuando se instaura la certeza de haber colocado el mal en el exterior, en una comunidad cualquiera. A continuación, todo queda justificado.

El cambio de época se muestra en la reducción del campo de lo político, que parece invadido por temores identitarios, fundamentalmente imaginarios, que se han impuesto sobre los debates reales. Lo imaginario se ha vuelto real. En ese contexto, la queja se pierde en el aire, no engancha, no hace red. La respuesta ya no está en el aire.

4. Lo virtual os hace libres

La red es hoy en día otra cosa, y en esas redes que no hacen comunidad estamos todos atrapados. Entramos y salimos bajo su letrero, el nuevo, el que preside ahora el mundo: Lo virtual os hace libres. Con el verbo conjugado en presente. Lo virtual ha parasitado la red simbólica y la ha ido deslizando hacia otros territorios. Y en medio de esta debilidad de lo simbólico se ha producido una alianza a múltiples niveles con lo virtual. Pero la propia palabra engaña. Es tal vez solo un nuevo estadio de la técnica, aquella que se pretende que se impulse a sí misma borrando el factor humano.

Hemos entrado en la era del algoritmo. Pero este, ¿nos transforma, o está al servicio de nuestras debilidades? Fijémonos en dos usos. Por un lado, el lúdico, el de la satisfacción privada, el premio fácil que engaña nuestra impotencia. Es el lado mundo feliz al que accedemos con tan solo mover un dedo en la pantalla. ¿Es imaginario? ¿Es real? La confusión en estos campos parece también haber afectado a otro uso de la técnica en la nueva era del algoritmo, el militar, donde la puesta en marcha de determinados programas de inteligencia artificial ha multiplicado casi al infinito las posibilidades represivas, a la vez que ha desdibujado la responsabilidad humana. Se ha hecho posible lo hasta entonces impensable. Y de posible ha pasado a real.

Estos programas informáticos (Habsora, Lavender, y otros) señalan objetivos militares siguiendo parámetros de semejanza obtenidos a partir de ciertos patrones de conducta. ¿Se entiende? ¿Se entiende cómo funciona el algoritmo? Y lo abstracto se concreta, son considerados posibles terroristas, es decir, posibles objetivos. La técnica ofrece esta posibilidad y queda a la espera de un contexto favorable para su ejecución. Y el contexto llega, la matanza del 7 de octubre, con el agravante de los secuestrados. Es el fin de toda línea roja. Se ha abierto lo que se toma como una oportunidad de ejecutar una limpieza bíblica.

Lo terrible de esta alianza tecnológica es que, una vez justificado el crimen, no importa la escala. Antes del 7 de octubre había asesinatos selectivos perpetrados contra dirigentes, lo cual hacía digeribles, para los que los llevaban a cabo y para buena parte de la sociedad del país, un número determinado de víctimas colaterales. Ahora, el ejército israelí, las FDI, demandan a estos programas decenas de objetivos diarios y la inteligencia artificial se los da. Y se los da a su manera, algorítmica. Ya no son datos de dirigentes de un grupo terrorista, necesariamente escasos, a los que se haya localizado, sino de supuestos militantes de cualquier rango, sin la menor comprobación específica y para los que también se amplía el número de bajas paralelas justificadas. Y como es más fácil detectar los objetivos en sus casas, se bombardea el edificio entero. Uno tras otro…

Con el amparo tecnológico, este es el nivel de degradación humana al que se ha llegado. En la cabeza de los dirigentes, la ejecución, por fin, del diseño de una limpieza étnica, declarada ya sin rubor alguno, y con la promesa, no conviene engañarse, de grandes beneficios económicos. En los que los acompañan y justifican, ¿una nueva modalidad de la banalidad del mal?

Si en otra época lo movilizador era sentir la respuesta revolotear sobre nuestras cabezas, teniendo en mente otros modos de vida odiados por las instancias del poder, tal vez lo que tengamos ahora sean solo preguntas. Preguntas sobre qué es lo humano. Y preguntas sobre lo que, por ser demasiado humano, deja de ser humano.

Preguntas con todo el riesgo de formularlas, especialmente para algunos. Basel Adra, Hamdan Ballal, Yuval Abraham y Tachel Szor dirigieron el año pasado No Other Land. Hamdan Ballal fue golpeado por colonos. Yuval Abraham y Ahmed Alnaouq fundaron Across de Wall. La mayor parte de la familia de Ahmed Alnaouq murió en un bombardeo, él emigró a Londres. Kaouther Ben Hania acaba de presentar en el festival de Venecia La voz de Hind

Son propuestas que nos presentan los que no se ponen de lado ante lo insoportable, propuestas que nos llevan a preguntarnos, ¿qué se puede hacer con este sufrimiento?