La aventura del sujeto es el poema

Presentación Río incurable de Jorge AlemánPresentación en Cruce del libro Río incurable, de Jorge Alemán (8/3/2018)

Lejos de la poesía, cercanía del poema. Primer gesto a descifrar.

Jorge Alemán presenta el conjunto de poemas de su libro marcando distancia con la que considera una palabra lejana, aquello que se nombra con la palabra poeta. Las que él mira y escucha son aquellas que, en el habla común, nos dice, se perciben como aristas que abren acantilados y se dejan atravesar por un río incurable de sonidos que tocan la carne. Una frase que, como veremos, deja entrar el viento que recorre cada uno de estos poemas, que parten del encuentro con un material primario, fracturado en origen, para ofrecerse a una elaboración, a una composición que no va a dejar de retomar, cada uno a su manera, la actualización de esta herida.

Me serviré primero de la concepción poética de Henri Meschonnic para tratar de entender ese gesto inicial del autor, rechazando para él la palabra poeta. Voy directo, para Meschonnic el principal enemigo del poema es la poesía. La escucha se cierra cuando el escritor está pendiente de algo así como una poetización de la escritura. Esa preocupación, ese forzamiento, mata el poema. Es un falso acompañamiento. El poema no puede aspirar a una formalidad predefinida, cualesquiera sean los criterios, género, métrica, etcétera. Prescindiendo de esos falsos pentagramas, Meschonnic llama poema del pensamiento a la escritura en y por la cual un sujeto se inventa y se reinventa sin cesar. Es una definición amplia pero a la vez muy exigente, apunta directamente a la aventura del sujeto. La escritura, entendida como poema, no puede prescindir de este proceso de subjetivación, en el que encontramos implicados en necesaria interacción cuatro polos: la teoría del lenguaje, la teoría del arte y de la literatura, la ética y la política. Aristóteles los había pensado en relación. Después sobrevino la catástrofe, cuando estos campos se convirtieron y desarrollaron como disciplinas independientes. Toca ahora, al pensamiento de la modernidad, repararla. Baudelaire hablaba de crear una magia sugestiva que contuviera a la vez el objeto y el sujeto, el mundo exterior al artista y el artista mismo. Por eso, cuando Alemán se pone a escuchar el habla común, se mantiene en la única fidelidad posible, la del poema, la de su aventura. Y será cómo se deje trabajar por ella lo único que nos interese, el modo en que él se constituye en escritura.

Intentando no traicionar esta exigencia paso a comentar alguno de los poemas de este río incurable. No olvido que el libro contiene un prólogo de lujo, escrito por un poeta argentino, Daniel Freidemberg, aunque es tan bueno que aconsejaría su lectura a posteriori. Primero, zambullirse sin traje de baño, dejándose arrastrar por sus corrientes.

Poema I

Y entonces vio que ese viento obstinado que sacudía la falsedad de los parques / que hacía temblar los vestidos en los ojos perdidos / que movía a los cuerpos hacia el fondo oscuro de los trabajos / que rozaba la cintura de las mujeres sin rumbo / que trazaba una línea en la frente de los asesinos / ese viento anónimo / impersonal / anterior a toda la carne del mundo / sin nombre y sin verdad / lo invocaba una y otra vez / desconociendo su nombre / No hay que pensar en el amor / dijo sin saber / volviendo solo / sin mirar

Como todos los poemas de este libro necesita varias lecturas. Más que necesitar, las convoca. No se trata de entender, de entender más, sino de dejarse afectar por su ritmo. Yo os dejo lo único que puedo, mi aventura con él. Cada uno tendrá la suya. Digo que no se trata de entender porque todo poema es una forma de bordear un enigma, un misterio. De ahí parte su fuerza, aquí ese viento obstinado que todo lo penetra, o casi todo. Porque ahí está el punto para mí fundamental, el contraste entre la aparente omnipotencia de esa fuerza de la naturaleza, fuera del tiempo y de toda categoría, y un sujeto que se le sustrae. A pesar de la reiterada invocación, el viento desconoce su nombre. Es un dios incapaz de nombrar, de llegar al cuerpo. El ritmo del poema está en este contraste. Primero, la implacable enumeración, después, la implacable sustracción. La enumeración se cierra con ese desconocimiento del nombre. El viento que todo lo mueve se detiene aquí. Y tras ese vacío llegará el movimiento de quiebro del sujeto, un sujeto que vuelve solo, sin mirar, para decir, sin saber, no hay que pensar en el amor. Naturalmente, en ese misterio en negativo está la clave que no despejaremos nunca. Querremos saber donde él no sabe, y pensaremos donde él se rehúye, en el amor. ¿Queda él a salvo de ese viento? ¿Quedamos nosotros? De ninguna manera. Observamos cómo la serie de negaciones finales lo dejan más a su merced, desalojado de sí mismo, ante su herida inconfesable. Allí sus ojos se pierden cada vez que los abre. El poema se teje en ese roto, dice en lo que desdice. El viento que va recorriendo cada una de las imágenes termina atrapando en negativo lo que se sustrae, que es el vaciamiento de una mirada, una negación que se afirma cuanto más se niega.

Poema III

Ayer vi tu cintura sedienta abrazada a tu amante del tango / no me importó / la música me gustaba / también vi cómo mi deseo de justicia se extinguía con júbilo / pero el bandoneón te hizo girar los ojos hacia mí / y supe que estaba loco desde hace tiempo pensando en la cifra del desengaño

En el lugar del viento encontramos aquí la música, dirigiendo a su compás las miradas. Y también el contraste entre algo que parece inapelable y lo que finalmente se revela. El poema nos mostrará cómo el hechizo de la voluntad y sus resoluciones quedará hecho añicos por el efecto del encuentro con una mirada. Al contrario que el poema anterior, donde el sujeto no podía mantener su apuesta, éste nos empieza mostrando sus logros. Sostiene el reto que la música le lanza, mantiene el tipo como observador y nos exhibe su triunfo. Pero la mujer de sedienta cintura resulta ser infalible con la música como aliada. Su cintura es tango en manos del otro. Y se deja llevar. Aun así, este vértigo se soporta. El distanciamiento del espectador parece exitoso… ¿hasta cuándo?, hasta que la nota del bandoneón, aquí puesta en la palabra bandoneón, vuelve a reunir las miradas, provocando la revelación final. La tensión está entre ese saber y ese no saber. El saber inicial queda agujereado por el segundo, aquí directo, inapelable, que confronta al sujeto con su misteriosa cifra del desengaño. En mi lectura, esa mirada ha levantado la tirita que había conseguido poner sobre la injusticia, el abandono, la disputa con el rival. Todo ese mundo imaginario se convierte de repente en humo, la herida del ser ha sido despojada de sus asideros y se revela como lo que es, intratable. Un final enigmático que comparte con otros poemas. Pero lo importante es que todo lo que se puede comentar está impreso en el ritmo de las cuatro líneas, que lo hace girar justo en la palabra girar, en ese momento preciso, y lo hace hacia esa verdad que es locura. Va de la música a ella y, después, de ella a él, llevándolo a su propio baile, el de su pensamiento, donde soledad y locura se antojan sinónimos.

Poema XXVIII

Sabe que a esa mujer no la perdió cuando el mar separaba los continentes / ni cuando el experto amante tocaba su ser en la noche de París / se la arrebató él mismo en su infancia / cuando las palabras de noche se mezclaban con el destino del rechazo / no permitas ahora la altivez de un lamento / Aprende de una vez lo que sucede / cuando el cuerpo de un niño es un jeroglífico olvidado para siempre

Aunque cada poema es un mundo en sí mismo, a veces surgen ecos inevitables que reenvían de uno a otro. En este caso, la alusión a la infancia, a la pérdida entonces producida, una pérdida que prefigura las que vendrán, me lleva al cuarto poema, me lleva a aquel niño mirado por las plantas que flotan en el río. Se trataba allí de un niño que quería jugar con las corrientes del río, pero no podía, leíamos la luna lo detiene, un impedimento que le anticipaba todo el dolor futuro, ese remolino asustado y sin sentido que crece inevitablemente en la relación entre hombres y mujeres. Teníamos, por un lado, la precocidad del deseo que el tiempo impide, ese niño que quería jugar con las corrientes insomnes, detenido por la luna, y por otro, a modo de desenlace, su proyección a futuro, el dolor del remolino imparable en el que aquellas corrientes mezcladas de aguas dulces se acabarían convirtiendo. El misterioso paso de lo uno a lo otro es lo que en el nuevo poema, el veintiocho, se precipitará como saber. Un saber que se alcanza ahora yendo en sentido opuesto, yendo hacia el pasado remoto, hacia el olvido indescifrable. Pero lo hace para volver a apuntar a la misma verdad, aquella que fue escrita en la infancia con letras imposibles.

¡Pero qué estoy haciendo! Caigo en la cuenta que, rescatando el deseo del niño, me he puesto yo a jugar, a tantear como él, ¡menuda transgresión!, si las aguas de los dos poemas podían mezclarse. Probar si las aguas dulces del primero pasaron después a ser esas aguas saladas del segundo, las que separan los continentes. Por un momento, desacato prohibiciones y mezclo aquel niño de ojos insomnes, que fue testigo nocturno de amores violentos, con el hombre que tiene ahora a mano, en el nuevo poema, la posibilidad de una enseñanza. Mezclo el conocimiento anticipado del niño, sólo como señal, con el del hombre diurno actual, el que descubre sus señuelos. ¿Cuáles? Que no fueron las aguas saladas lo que imposibilitó la reunión de la pareja. Que no fue el encuentro de su mujer con el amante experto lo que la separó de él. Juego a ese fracaso en el saber para acercarme lo más posible a ese no saber. Pero al final hay que aceptar que las melodías tienen un punto de mezcla imposible, y conviene volver a escucharlas por separado. Aunque encontremos a veces cartas que se repiten en distintos poemas, son instrumentos que ejecutan en cada lugar una música distinta. Hay que tomarlos como variaciones que se enriquecen, sin mezcla posible. Cada uno su ritmo. Cada uno una corriente del río incurable.

Volvemos entonces al nuevo, a la corriente del poema veintiocho y sólo a ella, donde la reciente pérdida amorosa queda enlazada con aquella que tuvo el niño, cuando escuchó en la noche las palabras que tejían en su cuerpo un destino de rechazo. El poema surca el tramo que va desde lo que sabe a lo imposible de aprender, al misterio de lo que fue olvidado para siempre. Y apela al sujeto a hacerse cargo de esta enseñanza, a no ceder ante ningún desvío. No permitas ahora la altivez de un lamento, dice, respondiendo con severidad a lo que no son más que infantiles quejas vestidas con ropajes de adulto. Léanse aquí las escenas rivales, las recurrentes escenas que lo separan de su enigma. No, mejor vuelve a tu enigma, vuelve otra vez al río para aprender lo que no quieres: que no podrás saber. Y ése será tu único saber, porque lo que la corriente se llevó un día no tiene retorno posible.

Zacarías Marco, febrero de 2017