Sobre «El amor en 32 fugas» de Zacarías Marco, por Miriam L. Chorne

El acto de la presentación se llevó a cabo e la sede de la ELP de Madrid el 10 de octubre de 2018

Presentación 2 El amor en 32 fugas¿Cómo hablar de este libro para transmitirles aunque solo sea parte de mi entusiasmo? Decirles en primer lugar que les recomiendo calurosamente leerlo. Que estoy segura de que lo disfrutarán.Y luego, hablarles del placer de conversar con ustedes de una lectura que me ha resultado apasionante. Siempre me complace escuchar lo que tengan para decirme de un libro que me ha gustado, y espero que sean muchos los que lo hayan leído ya, para que podamos conversar después. También me gusta igualmente hablar de un  libro que me entusiasma, por esta razón mi agradecimiento a la Comisión de Biblioteca y a su directora Beatriz García, a Ivana Maffrand y Paula Fuentes, como a Zacarías Marco que me propuso para presentarlo, es esta vez mucho más que la formalidad del conveniente agradecimiento. Mi reconocimiento por darme esta oportunidad.

El principal afecto que acompaña la lectura de El amor en 32 fugas es de simpatía, en su sentido más etimológico, de compartir una experiencia fuerte, un viaje en la vida, que nos conmueve. Está muy bien escrito y consigue transmitir, con belleza y al mismo tiempo con pudor, los recovecos más íntimos del alma del narrador.

Quiero hablarles de la elección de la portada y la cubierta posterior. Una elección excelente,  significativa. Leeré lo que dice esa contra-portada porque me parece que resume el núcleo del libro y al mismo tiempo el nudo de la experiencia que nos relata.

“Quiero avanzar rápido, ir ya al lugar donde ocurrió algo que se podría decir con dos palabras porque la vivencia fue, en sí, aparentemente banal. Pero su alcance no fue banal, fue algo extraordinario. Afectaba a mi relación no con éste o aquel, no con tal o cual amigo, sino con cualquiera. Con cualquiera y de allí en adelante, eso pensé, con cualquiera en cualquier circunstancia de allí en adelante. Entonces, de repente mi cuerpo se estremeció.”

 La cita es mayor, pero me quedaré en este punto, aunque los invito a leerla porque busca transmitir esa experiencia -el momento epifánico lo nombra Marco- en que por una vez sintió que “el enlace” se produjo.

¿Cuál era el sentimiento hasta ese momento? El propio narrador nos dice que no entendía, que aún no entiende ese sentimiento. Lo que no le impide acumular una serie de expresiones no renunciando a decir lo que no puede decir. Soledad, destierro, inalcanzable comunión, nos habla de una cierta dificultad para el encuentro con el otro, de una necesidad de tarjeta de visita para presentarse, “de un esfuerzo que no terminaba nunca de calmarlo.”

Pero hubo una vez en el que el enlace se produjo. “Un acorde que suspendió por un tiempo el territorio estriado de la imperfección”.

¿Como lo consiguió?

El propio narrador nos hace partícipes de que “utilizaba todo lo que tenía a mi alcance para mantener mis sueños y alejarme de la nube negra”. Hermosa metáfora para hablar no sólo de un humor, del duelo por la muerte temprana del padre, sino también “del exceso doméstico, una amenazante intensidad”.

Asistimos a la utilización de todos los medios que encuentra, los enumera: los amigos, un rasgo del ideal paterno, viajar, conocer mundo, que se articula al deseo de hacerse a otra lengua, de abandonar la lengua materna, en un camino que lleva a edificar “ladrillo a ladrillo su independencia”, caminata a caminata, los reparos necesarios para hacerse un lugar. Y en el que nunca deja de estar acompañado por la música y la poesía.

Aunque las generalizaciones no suelen ser justas, permítanme en esta ocasión hacer una simple división entre dos clases de personas: las que desaprovechan, despilfarran las oportunidades de la vida, las que se enroscan en la queja y quienes saben enriquecerse incluso de los contratiempos. El narrador pertenece a este último conjunto y sus encuentros, que busca o con los que tropieza, pasan a su acervo espiritual. Contribuyen a su formación, a su educación sentimental.

Uno de los primeros logros con el inglés (y con Manuel su profesor de inglés) fue que “muy pronto Londres ya fue London. Y sonaba a los Clash.” Esta articulación entre el lugar de sus sueños y la música es permanente.

El análisis que hace del tema de Lou Reed, con el que empezó esas clases. Da un poco el tono del relato. Era “The perfect day”. El joven estudiante experimentaba el placer de ir entendiendo, poco a poco, la canción, cuando sobreviene la sorpresa de dos o tres escollos que no consigue superar. Se enreda con la frase, que lo abre a un misterio en la emocionada entonación de: You just keep me hanging on. Transcribiré un fragmento del análisis que figura en la página 21:

Primero pienso que la frase refleja la suspensión en un momento de éxtasis, expresando algo parecido a cuando decimos que después de haber vivido algo maravilloso nos podemos morir. Ya me puedo morir, decimos. Pero no, no es esto, el narrador se dirige a su amante, a quien por su acción le mantiene con vida, mantiene con vida la relación. Diciéndole a ella You just keep me hanging on, el narrador deja que la canción le escriba. Lou Reed deja que ella, el día perfecto con ella se inscriba en él y lo preserve de una pérdida futura.

 Por eso encuentro tan afortunada la portada, ese mapa de Londres, mejor aún, del barrio de Hackney, en el cual el narrador encontró su particular paraíso y el suelo propicio para su construcción. Y en el título el amor (les recomiendo que no dejen de leer la solapa: allí dice entre otras cosas que “sólo él termina sacando del abismo al doliente para devolverlo a las ficciones de la vida”) y las 32 fugas. Fugas que juegan con la equivocidad del término, fugas musicales, o fugas literarias y ese frenesí caminador, con el que va consiguiendo ser un habitante de un país, tener una vida “tan notoriamente real como las demás.”

La primera fuga está dedicada a Glenn Gould y a su manera de interpretar Bach. “Los infinitos dedos de Glenn Gould recorren Bach y el ímpetu rítmico con el que su cuerpo es bombeado lanza al aire sus pentagramas.”

El modo absolutamente singular de G. Gould de interpretar Bach al transmitir el goce que lo atraviesa, que lo compromete todo, especialmente su cuerpo, consiguiendo una comunión con la música que ejecuta constituye un misterio. Zacarías trata de entender cómo lo logra y nos dice que no es la técnica; aunque la técnica importe no es lo que rasga el velo. “Tampoco es que su lenguaje, ese lenguaje previo al lenguaje, no pueda mancillarse con una ejecución defectuosa, porque eso sería quedarse simplemente fuera del territorio de lo sublime, y eso no es posible, para él no es posible.”  

Es quizás un modo de ejecutar en donde Gould está presente lo que nos conmueve más allá de la perfección del sonido. Marco dice “Más acá de las notas se le oye también a él, se oyen los sonidos que emite, solo, sin un nosotros, y el eco de su extraño tarareo acompaña la perfección matemática que llamamos Bach como si fuera una áspera sombra. O tal vez es al revés, ese sonoro respirar que escuchamos espiándole a él, abre la puerta que permite su propagación, la de la música, cuando inyecta su compás con la boca abierta y lo convierte en su aliento, un lenguaje previo al lenguaje, previo a los otros.

Porque el amor, los amores relatados en las 32 fugas son los encuentros con otros significativos como Manuel, Amanda, Tony o muy particularmente Fabíán, pero son también los grandes amores de Zacarías por esos otros seres que lo acompañan y que nos ha hecho conocer a lo largo de los años: Gould, al que acabamos de nombrar, Tarkovski, Joyce, Rosellini, Barthes, Marx, Freud -su análisis de los conceptos de duelo y melancolía son excelentes- o sus músicos.

El análisis de Animals de Pink Floyd es uno de mis capítulos favoritos, el capítulo 12, “Pigs on he wigs”. Comienza con su anhelo contagioso “Rápido al tren, rápido a Londres, rápido a la ciudad musical, vamos rápido a la ciudad, a cruzar desde el sur el río para salir … a la ciudad“Miro por la ventana y reconozco a mi derecha la portada de un disco delante de mí, la fantasmagórica central eléctrica de Battersea, la señalo. Sí, dice Manuel es Animals, el Animals de Pink Floyd. Y empieza a sonar una guitarra acústica que levanta el invisible globo del cerdo volando.”

Tras una evocación del ambiente convulso de 1977 que incluía la guerra de los Sex Pistols con el rock instrumental de Pink Floyd, demasiado amable para ellos, para el punk, pero también la presencia de la Dama de Hierro que estaba en pleno apogeo de su carrera, transformando también ella a placer, usos y costumbres, Zacarías analiza la teoría política de la granja de Orwell que inspiró Animals. Y tras ese análisis considera la expresión “I have pigs on the wing”, utilizada por los pilotos de la RAF para solicitar ayuda a los compañeros cuando un avión enemigo se colocaba detrás, justo en el punto ciego de su ángulo de visión. “La canción apunta a que el fracaso del amor lleva al enfrentamiento y transforma la realidad en persecutoria. (…) Quedamos entonces a la intemperie, solos ante nuestra nube negra, una mancha que nos es devuelta desde el exterior en forma de piloto asesino un fantasma que sin verlos, nos mira, que sin verlo nos tiene a su alcance. Es el amenazante reverso del fracaso del amor.”

Querría seguir citando párrafos enteros que me entusiasmaron y conmovieron pero debo dejar que cada uno descubra los suyos. Sin embargo unas palabras aún para nombrar esos paseos que en Madrid o en Londres tenían un efecto reparador. Qué bella evocación de los encuentros que te cambian el día, en Hampstead el señor que se disculpó porque sus perros le ladraron. Se disculpó es decir poco, no paraba de disculparse “I’m very very sorry, I do apologize” y amablemente le dio conversación un largo rato mientras contemplaban Londres desde lo alto del parque. Pero la ciudad es ambivalente y su cara triste emergía con esa niña que lamía la rueda de su silla ante la mirada perdida de padre y madre. “En Londres lo vi”. La descripción es más amplia y más fuerte, les dejo explorarla y disfrutar de los hallazgos propios.

Es también magnífica la descripción de ese Londres que respondía con el empuje de la protesta generadora de creatividad y contestación al experimento social de la Thatcher, experimento que abriría el discurso neoliberal al mundo. Ese era el ritmo que se escuchaba. Un ritmo “totalmente musical de la revuelta urbana, un orgullo negro en el andar, en el movimiento del cuello, tan perceptible en las calles de mi barrio cuando salía a recorrer la peligrosa Homerton Road sintiéndome seguro, como si fuera yo también negro y estuviera moviéndome entre la multitud de un concierto de rock.

Voy a volver al comienzo de mi comentario en el que me preguntaba cómo hablarles del entusiasmo que me produce este libro. No sé si es el gusto de su escritura, en el que en algunos párrafos oigo el eco de su también amado T. Bernhard, si son los temas o su forma de transmitirlos, esa escritura fragmentada acorde con la época en la que su misma construcción formal, las 32 fugas, pone de manifiesto la forma desgarrada de las vidas de los hombre en la actualidad. La estructura musical del libro la proporcionan las 32 fugas -y he destacado cuanto me gustaba la anfibología del término elegido, fuga-  pero me parece que también -aunque implícita- construye la estructura otra obra de Juan Sebastián Bach: las variaciones Goldberg -que hicieron a Gould mundialmente famoso. A la manera de Joyce para el Ulises, Marco utiliza una trama, una suerte de grilla que organiza el libro. Las variaciones Goldberg se componen de un tema único, llamado aria y treinta variaciones que concluyen con un reprise del aria o aria da capo. Y el libro de Marco concluye, o casi concluye, con un bello capítulo dedicado nuevamente a Gould. En él, el narrador nos relata la fascinación que le despierta como se pasa en la música de Bach “del despliegue de la diferencia a la unidad. Son las voces en relación amorosa. Allí cada una vale lo mismo que las otras, todas jugando el mismo juego, el juego polifónico del universo fugado donde no hay conflicto posible. Las leyes matemáticas no lo permiten.”

El libro de Zacarías Marco es muchas cosas: como dije antes una novela de formación, tal vez también un testimonio de pase (fuera del psicoanálisis) e incluso la pasión de un viaje en el sentido más amplio del término, el viaje de la vida, incluyendo en esas experiencias de vida, con un lugar fundamental, ese momento epifánico de una tarde en Watermead House.