El punto de retorno del lenguaje

Presentación en Cruce el 4/10/23 del libro de Sergio Larriera En los bolsillos de Leopold Bloom

Los libros se nos presentan como circuitos de lectura. Son recorridos donde el lector, buscando atrapar lo que cree que se le ofrece, queda atrapado, tan expuesto en realidad como el escritor. Circulando por la escritura, asiste a transformaciones, y si el libro lo merece sale transformado. Estas transformaciones a las que asiste y participa son la escritura, la que hizo a un tiempo al texto y al autor, pero también la que ahora le hace a él. Hay en ello una sincronía: todo se hace en la lectura. Y, como ocurre en este libro de Sergio Larriera, de manera sorpresiva. Leyendo, caemos de repente en la cuenta de que no leemos a la persona, sino su escritura. No es lo mismo. La voz está, pero hecha escritura. De este pasaje, Larriera se sustrae para dejarnos su inscripción. Así, nos dice: “Más que escribir, inscribo”. Larriera nos muestra su marca, nos expone su inscripción, que es, dice, “una respuesta ante la pasión por preguntar”. Leemos la letra que lo afecta, su relación con la marca. Y ello va a provocar que se produzca en nosotros una relación con nuestras marcas, o sea, una relación con la escritura.

Este juego de inscripciones, que solo por comodidad identificamos como yendo del autor al lector, queda inmediatamente duplicado en este libro al ser las inscripciones del autor las de un lector. El circuito de lectura es, primero, circuito de lectura de su autor. No tenemos que buscar mucho para saber por dónde ha circulado Larriera, ha husmeado En los bolsillos de Leopold Bloom. Su lectura ha acompañado los objetos que entran y salen de los bolsillos del más entrañable personaje de la novela de Joyce. Nos confiesa también el origen, que vuelve a ser una lectura. Larriera ha seguido una indicación de Ricardo Piglia que aparece en un capítulo de su libro El último lector: detenerse en la relación de Bloom con los objetos, aparentemente intranscendentes, que entran y salen de sus bolsillos. Esta entrada del lector en el Ulises, una entrada al bies, es fundamental para dejarse marcar por la lectura. Uno no elige, es elegido. Los temas lo eligen a uno. Para poder leerse hay que dejarse escribir. Después, se expone. Leemos esta exposición, la escritura Larriera, y sin darnos cuenta nos dejamos escribir. Para ello hay que soportar lo que se descubre, entrar al texto desde una sustracción del propio yo. Por eso, la entrada no se realiza nunca por ningún inicio, sencillamente porque este no existe. No hay inicio, solo una relación. Se detecta y se entra en ella, por cualquier punto. Cualquier punto del circuito es la vía de acceso que nos desvela su esencia, la de la relación –ya veremos cuál–, y a partir de ahí se asiste a sus múltiples despliegues.

Si Lacan siguió la pista del hipo de Aristófanes, que le dejó Kojève, para entender El banquete, de Platón, Larriera sigue la pista del trasiego de la patata, que le dejó Piglia, para entender el funcionamiento de Leopold Bloom. Así, Larriera se introduce en el misterio de la lectura fragmentaria, aquella que Joyce nos abrió para que podamos leer sin censura los pensamientos de Bloom. Por ejemplo, cómo palpa sus bolsillos, tanto para apercibirse de alguna ausencia como de la presencia de su talismán, diciéndose Potato, I have. Pues bien, Larriera voltea una y otra vez los bolsillos de Bloom hasta extraer la lógica del recorrido, que finalmente va a ser la lógica del sujeto en el lenguaje.

Vayamos por partes. ¿Cuál es la lectura que hace Larriera de los bolsillos de Bloom? Podríamos pensar a primera vista que estaríamos ante un análisis estructural, el estudio del juego de posiciones de unos elementos que, elegidos precisamente por su aparente nimiedad, nos va a enseñar la estructura de las relaciones. Lo que nos llevará de la diacronía (el recorrido) a la sincronía (la estructura). Esta sería el estudio riguroso de las idas y venidas de la patata, del jabón… así como de las reacciones de Bloom a las palabras que lee en folletos que recoge, conserva o desecha. Pero esto es solo una cara. La otra, la que anima el texto, es la detección del impulso afectivo. Tenemos estos dos elementos, lo estructural y lo afectivo. ¿Es lo afectivo lo que nos dará la clave de lo estructural? Larriera sigue la pista del afecto del personaje, su sostenimiento vital en estos objetos aparentemente intrascendentes, que son en realidad los puntos de anclaje de su ser. A su vez, seguir esta pista organiza la escritura de Larriera. Este es el redoblamiento estructural que me gustaría destacar y que, por extensión, nos hablará de la escritura, de toda escritura.

Larriera sigue el afecto Bloom en sus objetos fetiche, esos que desvelan su modo de estar en el mundo. Lo lee en la escritura de Joyce de su personaje, tratado con especial ternura, aceptando sus debilidades hasta hacer de él la figura actual del héroe homérico. Larriera entra en los bolsillos de Bloom. ¿Por dónde? Por cualquier lugar. Los bolsillos son ya cualquier lugar para entrar en el Ulises. Una puerta a ese espacio topológico que nos introduce, sin más, al lugar de tránsito, al pliegue que nos desvela la estructura. Larriera entra por los puntos donde los objetos tienen este reverso afectivo. Son los momentos o lugares donde se metamorfosean. Su insignificancia se vuelve entonces trascendente. Aquí se puede seguir, de la mano de Larriera, la historia de cada objeto, de cada uno de sus movimientos, de cada una de sus transformaciones, pero dejo el placer de este descubrimiento al lector. Porque lo importante es lo que se desvela, un circuito, una estructura identificada como la de la botella de Klein. Finalmente, todo el texto viene a ilustrar el embotellamiento del lenguaje.

La botella de Klein es una figura topológica, una superficie continua en un espacio de n dimensiones que se invagina a sí misma, donde existe una reversibilidad entre el exterior y el interior, y este pasaje se puede realizar, teóricamente, en cada punto. Si la imaginamos en 3 dimensiones, cada corte es un posible círculo de retorno donde el signo se invierte. La botella de Klein nos presenta esta existencia imposible, una superficie infinita con exterior e interior en continuidad. Pues bien, Larriera va a utilizar la reversibilidad de los bolsillos de Bloom para mostrar el lugar de la mutación de los objetos, lo que los afecta en todo momento. Los objetos circulan en el texto como en la botella de Klein. Su afectación en Bloom y el movimiento que provocan hacen la botella de Bloom.

Siguiente paso. Los objetos no son objetos, son palabras portadoras de vida. Son palabras-vida. Son una relación al lenguaje que va a desvelar su estructura de doble faz continua, que en lenguaje lacaniano se denomina la lengua y lalengüa, esto es, la esfera comunicacional y afectiva, que, tras la marca inicial del Otro, están en continuidad.

Entrando en los bolsillos de Bloom, o sea, por cualquier lugar del Ulises, entramos en la escritura de Joyce, en la apertura que él abrió al fluir de la conciencia para hacernos participar de ese mundo misterioso que nos acompaña, que es la palabra en nosotros. Entrando en ese punto de afectación al lenguaje entramos en el lugar de la mutación, donde anverso pasa a reverso y reverso a anverso, el lugar donde el afecto marca a la palabra de lo extra comunicacional, el lugar donde se dirime el ser del sujeto. Larriera nos desvela este atravesamiento que es el efecto de su lectura, de este modo de provocar en él una escritura. Lo cito: “Sus bolsillos no son más que círculos de rebote donde se producen prodigiosas transformaciones o apariciones inesperadas”. Y también: “En el atravesamiento, el continuo de la lengua : lalengüa invierte cada vez el sentido de rotación. De lo general (universal/particular) propio de la lengua y el habla, se pasa a lo singular en el autoatravesamiento. Lo singular de cada hablante, lo singular de lalengüa. El autoatravesamiento se produce siempre en el habla. Es el embotellamiento del lenguaje”.

Por último, me gustaría destacar en este libro de Larriera la depuración de su escritura y el placer que provoca su lectura. Creo que proviene de una relación con el misterio. Lo abre, avanza, indaga, y acompañamos unos desarrollos que evitan siempre el cierre. Puede leerse como el efecto del respeto a esa estructura donde la persecución rigurosa del significante se recorre por su borde afectivo. De ahí que, siguiendo pistas, el lugar no sea el del estudioso sino el del escritor. Larriera seca el cauce (del yo) para dejarnos una escritura lavada donde se recortan nítidas las palabras, que quedan varadas como pecios en la arena, y que van formando la cadena de encuentros que anudan el texto en sus múltiples niveles. Larriera tira literalmente del hilo de estos bolsillos de Bloom, de Joyce, para dibujar su estructura. Sus dibujos son un buen reflejo de un pensamiento topológico en 4. No se queda en las oposiciones, en las dicotomías, ni tampoco las resuelve en síntesis, por la vía de una superación, alcanzando un sentido definitivo. Piensa lo armónico y lo disarmónico en continuidad, en interacción, aceptando el límite que impide que el sentido se cierre en significación. Los esquemas de las páginas 63 y 65 son una buena muestra de ello, haber alcanzado una visión sincrónica de esta estructura tan particular que es la botella de Klein, pero que aquí hago extensible, siguiendo a Larriera, al lenguaje mismo. Dibuja la estructura de la relación al lenguaje desde lalengüa para poderle entrar por cualquier punto. Por eso, aun antes de acabada, la primera lectura convoca una segunda, un nuevo paseo por los bolsillos y por las palabras para volver a detenerse en esos puntos de cruce, en esos guiños, recogiendo cada una de las resonancias, destinadas a hacernos vibrar con el texto, infinitamente.

Como vemos, hay otras maneras de decir esta estructura, y sobre todo de hacerla, cada vez que conducimos al lenguaje a su asalto de lo indecible. Para que cada uno se escriba en su odisea. Aquí, palpando los bolsillos de Larriera devenimos Bloom, aceptamos la significancia de nuestra insignificancia, y nos sorprendemos diciendo: Larriera, I have.

Zacarías Marco, 4 de octubre de 2023