La silla marciana de Zacarías Marco, por Hugo Savino

Presentación del libro El amor en 32 fugas en Cruce, el 3 de noviembre de 2017

Cruce el amor en 32 fugas«Para orientarnos en este viaje recurriremos a dos grandes relatos, siempre con la vista puesta en lo que permite el tránsito de una orilla a la otra, buscando la llave de las mutaciones

Zacarías Marco escribe, e inscribe, en el arranque del libro: “Hay soledades comunes y soledades extraordinarias.” Están los tropiezos y están las incógnitas. Y, entre otras, está la palabra elegir: como en el caso de Tarkovski: “Tarkovski llegó a un estado de agotamiento tal que tuvo que elegir. Eligió seguir filmando.”  A Zacarías Marco la palabra elegir se le hace frase. El viajero de este libro –que está en continuo con El tejido Joyce y con Palabras desalojadas, que son otros viajes– elige hacer lectura, o sea, elige escribir. Elige seguir. ¿Dónde está el lugar de este viajero? En principio, acepta la llegada de secuaces que lo puedan guiar. Los autores que aparecen en el libro son amigos íntimos de Zacarías Marco. Lo transformaron y él los transforma con su lectura. La transformación es un hilo conductor de este libro. Puede ser leído como un viaje de Zacarías a Marco. En el sentido en que Proust decía que a los escritores hay que nombrarlos por su apellido. Entones leo a Zacarías Marco. Y él le pregunta a Glenn Gould, a Rossellini, a su amado Tarkovski. A Joyce siempre. Cuatro extranjeros en el tiempo. Ya lo dijo el poeta: se puede ser extranjero en casa. El del pueblo de al lado puede convertirse en extranjero. Un extranjero, un exota, se sabe, es el que arruina la identidad, lo identitario, felizmente. Y ZM va minando en su viaje de ida y vuelta la categoría de identidad. El que viaja en este libro está “en huelga ante la sociedad.” (Mallarmé)

Sale del hogar y sale hacia otro espacio y otra lengua.  Un viaje entre lo banal y lo extraordinario. Digamos que sigue esa lección del inventor de la modernidad, Baudelaire: extraer lo eterno de lo transitorio. Esa es su travesía. Su aventura. “Mi manera extranjera de vivir en Madrid había venido para quedarse.” Sí, el hogar es una espesura, y si hay algo que hacer, hay que hacerlo afuera: “El primer viaje a Londres había sido el primer movimiento de la larga travesía todavía en marcha.” Una manera no es una sustancia, una esencia, se hace en curso. En el leer. Cuando ZM dice “mi manera extranjera”, refuerza con el adjetivo extranjera su manera, para que no queden dudas. No en vano Glenn Gould ya está en el arranque. Una manera enloquece a la institución. La manera no es aceptable por lo cultural. Por eso digo que el viajero de este libro “está en huelga ante la sociedad.” Todavía no sabe, cuando intenta salir, que no basta con decir: “déjenme salir”. Mi manera extranjera radicaliza el punto de desacuerdo con la Sociedad. Planta un desacato. De sistema nervioso, como decía Francis Bacon. Los extranjeros del tiempo y del espacio, se cortan solos. Sueltan el libro como botella al mar. ZM, lector consecuente de James Joyce, parece decir: “Ayúdame Tarkovski”. No se encomienda a cualquiera. Quiero marcar intensamente este rasgo de su manera. Entonces, se enfrenta a lo aparentemente banal, al lenguaje ordinario, a lo aparentemente normal, única manera de introducirse en lo extraordinario. El narrador se inventa en el transcurso de la radicalización de su manera: “De lunes a viernes volvía a la regularidad del trabajo en la nave industrial de Terry. En Vauxhall.” Lee el diario, se hace el inglés en el oído y en la boca. Todo eso como él mismo lo dice: “sin dejar de observar en modo extranjero cada detalle.” Y maximiza: “Lo ordinario era extraordinario.” Pero ese extraordinario solo surge de la anotación. Anotar la fecha de la compra de un catálogo es la base de una futura construcción. Por ejemplo, la escritura de ese poema llamado Bacon y Rothko en la Tate. “Parece que quería experimentar en mi carne el encuentro dadá, lo que era vivir en la posibilidad, y, desde aquel día la Hayward Gallery y el National Film Theatre, con su arquitectura de hormigón desnudo que tanto me gustaba, pasaron a ser dos de mis destinos preferidos.

Anotar frases. Todo Zacarías Marco está en esta observación de Émile Benveniste: la frase es la noción clave de la poética. Y la frase, en la medida en que no se ajusta a lo permitido, es la mejor defensa contra la esencia. Y Zacarías Marco no está en el seguidismo. En cada libro profundiza el continuo de su manera. Digo su manera, no su estilo. Así como tampoco tiene temas. Escribe motivos. Anota y frasea motivos. Anota lo inaudible, lo invisible, los silencios del lenguaje, lo que está arrinconado, como esa chica que trabaja en la nave y come golosinas. Aparece en pocas líneas y ahora mientras la evoco me pregunto qué será de ella. Y ella me evoca a otra chica perdida, que trabajaba en una fábrica de Buenos Aires y comía chocolates. Cada vez que leo este viaje repaso mi experiencia. Eso es la maravilla del poema, como dice nuevamente el poeta, que nos permite encuentros que no estaban en el tablero, y evocaciones inesperadas. Este libro es un viaje de salida de la lengua materna. Escribir para perderla  es la apuesta: “Déjate perder, deja que sea la lengua quien te encuentre.” Pero, aventuro, como en su escritura ZM avanza hacia lo que no conoce, en ese dejarse aparece el lenguaje, la apuesta y el vivir la transfiguración, la transformación, como el Manuel de este libro, dejarse ir a un máximo de intensidad del lenguaje. Salir de la lengua madre lo exige, para encontrar el infinito del sentido. Exige un fraseo que se haga sintaxero, machaco: “mi manera extranjera”,  exige abandonarse a la palabra, que es cuerpo. En este sentido esta fuga pluralísima es una actividad crítica y poemática. Porque no comunica una experiencia, la escribe, y a la vez inscribe su valor único y singular, y si acompaño su desplazamiento tal vez llegue a escucharme. Abro esa posibilidad. Ahora el libro está del lado de lector.

Texto leído por Hugo Savino en el espacio cultural Cruce Arte y Pensamiento Contemporáneo, el 3 de noviembre de 2017