Presentación en Cruce de Palabras desalojadas

Presentación Palabras desalojadas en CruceEl pasado 15 de junio se presentó en el local de Cruce Arte y Pensamiento mi último libro, Palabras desalojadas. El nivel infraleve de la memoria, que acaba de publicarse en Arena Libros. La presentación corrió a cargo de Hugo Savino e Isidro Herrera, dos maestros lectores, amigos y compañeros de aventuras. Tales atributos no implican necesariamente un buen resultado, como es bien sabido, y con frecuencia sufrido por los auditorios, pero esta vez no es para nada el caso. Como es habitual en ellos, Hugo e Isidro se entregan a la lectura y al pensamiento poniendo en juego su cuerpo, la palabra en su cuerpo. Y el resultado impresiona.

Portada Palabras desalojadasDespués de sus intervenciones me animé a contar alguna cosa sobre el proceso de escritura, sobre ese particular desalojo que es para mí inherente a la escritura, sobre todo gracias a las brillantes preguntas formuladas por los asistentes: Hugo, Antonio, Amanda, Miguel Ángel y Margarita.

Fueron los bises de este concierto, de esta jam sesion, que en realidad era ya una segunda entrega puesto que los tres «músicos» dimos una anterior con motivo de la presentación del libro de Hugo, Furgón de cola, el mes anterior. Abrazos a todos. Inolvidable.

Aquí está el enlace del audio:

https://db.tt/F9qSvJFH

Dejo también, a continuación, la transcripción de las tres intervenciones, la de Hugo Savino, la de Isidro Herrera y la mía.

Tardes de conversación, por Hugo Savino

¿Por qué presentar este libro?

Una cita de Jack Kerouac: La palabra escrita [] único medio para mantener un registro confiable de las cosas.

Trataré de no contar nada de este libro. No quiero arruinarle al lector futuro el descubrimiento de los pliegues.  De las preguntas. De los recorridos del viajero. Además, no se deja contar. Solo se deja leer. Está escrito a contra-realismo. Siempre en el borde de  un incumplido. ZM logró escribir relatos que no se pueden contar, a riesgo de retraerlos a mero realismo. Hay que leerlos. Y en Palabras desalojadas no se cuentan fragmentos de la humanidad, insisto, no se hace realismo, se relata la humanidad entera en ese país llamado Irlanda, en ese verano de 1991. En esos rincones. En esa experiencia propia, en esa conquista de una voz. No es la memoria histórica, es la historicidad de la memoria de Zacarías. Su épica. Es una invitación a leer ese recorrido. A perderse o encontrarse, y a perderse y encontrarse en los niveles de relación. A transformarnos y trasformar su libro. ZM lo puso como botella al mar. Palabras desalojadas no se da y tampoco nos da un sentido. No tiene respuestas. Es una conversación. Preguntas sin respuestas.

ZM arranca con la idea, o la sugerencia de que ya no quedarían márgenes. Que ahora sólo viajamos por caminos marcados por otros. No entra en la pertinencia de este análisis. (Yo creo que lo dinamita sutilmente). Tampoco recurre a la argumentación. Decide dejarse arrastrar. Es contemporáneo de lo que hay, inevitablemente. Pero ZM no es cualquier contemporáneo. Y tampoco es contemporáneo de cualquier cosa. Ni de cualquiera.   Hay una poética de sus rechazos que va en filigrana. Y ya que cita a Montaigne, él también, ZC tiene lo suyo para aportar. Llega a Irlanda y compra libros, el primer día, y los acarrea.  Hay viajeros que llegan y van a ver pintura antes de empezar su viaje. ZM entra en una librería y se hace un pequeño tesoro de libros. Los pone en su mochila y empieza su viaje por un terreno cuya superficie está fisurada. Y se cuela por ella. Y mientras se cuela por estas fisuras escribe su autorretrato. Desde ahora, desde este presente trae ese pasado. Hace presente un pasado. Pone el cuerpo en el lenguaje,  que sale a buscar ese presente del pasado. Y se encuentra con  un futuro del pasado. Y lo escribe. Lo registra. A modo zacarías  marco.  Una de las cosas que me atrapó de este libro es que ZM no detesta el presente. Detestar el presente, ese recurso de los retóricos para justificar el mantenimiento del orden en la literatura. ZM acepta que hay una poesía de los países, de sus habitantes, de su música, de sus libros, de su pintura. En suma, hay lenguaje. Y ya aparece la modernidad de ZM, y esa modernidad está justamente en su manera de abandonarse al lenguaje, de dejarse llevar. No defenderse de lo que ama. De aquello de lo que se enamora. Escribe la “pequeña vida” como decía y quería Baudelaire. Y traigo a Baudelaire porque ZM callejea. Y mira y escucha. Y relaciona. Y anota esbozos. Esboza. En Palabras desalojadas no se trata del pasado contra el presente, no hay ninguna mitología de un pasado imaginario. o idealizado. No hay esencializaciones. Ni sentimentalismos. Hay: (cito): “Palabras desalojadas en aparente desorden en esta vuelta del río.”  ZM entiende el lenguaje como un “irreductible campo de batalla, donde la lengua que utilizamos es siempre la lengua del otro.”  Sabe de la escucha porque sabe de la no-escucha, sabe que la sordera es como el crítico literario, uno cree que salió por la puerta para no volver, pero siempre entra por la ventana. Y como por la vía de Wittgenstein aparece en su libro la guerra del 14, me acordé de esa anécdota sublime sobre la no relación, la sordera y la no-escucha. Unos soldados bretones heridos, tirados en sus camastros,  decían da-guere, da-guere y un oficial que pasa dice: “escuchen a esos combatientes, heridos como están quieren volver  a la guerra, al combate.” Solo que en bretón da-guere quiere decir “a la casa.” Volver a casa. Esta pequeña historia es toda una alegoría de la no escucha. Y ZC, en esta guerra, la del lenguaje, está en el lado opuesto al de ese oficial. En este libro se escucha el lenguaje. Por eso la palabra conversación recorre todo el libro. Y esa palabra conversación se hace frase, escena, cerveza, historias minúsculas, encarna en personas. En ovejas y en perros. En alguien llamado John. Este libro son las tardes de escucha de ZM, sus tardes de conversación infinitamente en el verano de 1991.

El entremedias, el lugar de las palabras desalojadas, el lugar de la escritura, por Isidro Herrera

Empezaré leyendo a Zacarías:

Sentía un cuerpo que se me retrasaba, un cuerpo al que había que empujar para que la piel reflejara el agua que lo surcaba, el viento que lo azotaba, las miradas que lo atravesaban. Ya no seré un niño, pensaba, no seré frágil, mi piel recogerá las marcas del impulso de mis viajes, recogerá sus encuentros y podrá tener un día voz propia, una voz propia aunque fuera a través de una lengua extrajera. Tenía veinticinco años. Llevado por ese impulso los días eran intensos y todo me servía en un camino que poco a poco se ensanchaba, desde mi timidez me parecía ver que se ensanchaba.”

Unas cincuenta líneas más abajo:

Han pasado veintitantos años. Y leyendo hoy este mensaje que manifiesta una esperanza de ser recogido, una esperanza explícita, se aprecia con toda claridad ese lugar desprovisto de autorización desde el que escribía. Quizá con ello esperaba otorgarle, en ese acto, creo que tan valiente entonces como fallido, la acogida anhelada. Volví los ojos al cuaderno y comencé a escribir.

Palabras desalojadas

reunidas en aparente desorden

en esta vuelta del río…”

Quería empezar así justamente para mostrar lo que es escribir bien, lo que es decir las cosas no sólo con corrección sino con amor a la escritura. Y entregando un lenguaje, una manera de afrontar lo que uno está escribiendo, no sólo valiente sino limpia, que dirige a aquello que se quiere mostrar sin que haya trampa, engaño, concesión a la estética o a lo que se esté esperando, en cierto modo, jugándose la vida o exponiendo la vida, como se hace en la mejor escritura.

Nos encontramos frente a un libro que narra un viaje, no cualquier viaje, sino un viaje que sin ninguna duda ha sido decisivo. Un viaje producido hace veinticinco años que se está recuperando casi veinticinco años después y, sobre todo, se está recuperando en la forma de la palaba que, a su vez, en su momento, se presentó en forma de palabra, donde, como decía Hugo, lo que extrañamente aparece es un viajero que lo primero que hace es cargarse de libros. Y no de libros para traerse a España sino que se carga de libros, en la librería de Dublín que corresponde, no sólo para ir desarrollando el viaje por la geografía de Irlanda, no sólo para seguir un trayecto más o menos preconcebido, sino para ir desarrollando una especie de trayectoria literaria, y no sólo literaria, que es la que se encuentra aquí, por suerte, para leer algo más que un libro de anécdotas mejor o peor narrado, donde el héroe que habla de sí mismo está mejor o peor retratado.

También quería decir esto porque, como sabéis, estaba hasta hace un par de días en la Feria del libro y hay allí una costumbre, detestable, por otro lado, que se llama El micro de la Feria, donde invitan a alguien de renombre a que haga su reflexión acerca del libro, y aquello se convierte en una especie de elogio del libro, de admiración y suma de alabanzas acerca de lo que proporciona el libro. Se habla también del libro –elogios por otra parte totalmente intercambiables– que yo me decía, bueno, se habla tan bien del libro que a la salida de esa recitación deberían coger una cadena y liarse a cadenazos con tanto libro mal escrito aquí presente y que no cuesta tanto encontrar. Si amas tanto el libro lo que debes hacer es atacar aquello que lo está poniendo verdaderamente en peligro. Por eso, no se trata de declarar el amor al libro –ahí nos equivocamos siempre–, hay que declarar el amor a este libro que me ha gustado, a aquel otro libro que me ha interesado, a aquel otro que está diciendo algo verdaderamente apasionante… no al libro. “El libro” no existe. Y quería subrayar el valor, la pertinencia de determinados libros que son capaces de hacer apuestas que no son tan sencillas como puede parecer.

Hablaba hace un momento con alguien que me comentaba que este libro tenía algo que lo sacaba de la convención del libro de viajes, del libro de anécdotas, del libro de narración, y es el hecho de que parte de una introducción donde el autor explica lo que va a hacer, lo que se propone. Por eso voy a fijarme más en lo que modestamente creo que podría tener yo algo más que decir, en esta Introducción que él llama –mostrándonos ya la carga de lo que tiene que decir– El nivel infraleve de la memoria. Como él nos explica, la palabra infraleve hace referencia a un término de Duchamp, al que enseguida nos referiremos, pero quizás lo primero en lo que hay que fijarse en esta introducción al texto es la idea de que no sólo han desaparecido los viajes sino también la posibilidad de viajar. Se hace tanto turismo, se viaja tanto, que verdaderamente ya no se viaja nada. El mundo en que vivimos camina imparablemente en esa dirección donde las diferencias tienden a anularse, donde tiende a confundirse todo, a uniformarse todo. Y una de las cosas que se han uniformado es la distinción entre afuera y adentro, entre interior y exterior, es decir, ya no es posible ni experimentar hacia dentro buscando una especie de interior del interior ni experimentar hacia fuera buscando un afuera cada más afuera porque desgraciadamente todo aquello que actúa con el nombre de interior o exterior, adentro o afuera, está colonizado, parcializado, significado de tal modo que cuando viajas a París estás haciendo “viaje a París”, el viaje que ya te han viajado, que ya te han formalizado a través de mil imágenes de las cuales no sólo no vas a poder salirte sino que vas muy gustosamente a reproducir.

Sucede con la gente más joven –que no se sabe cómo viajan tanto, aunque yo creo que no viajan absolutamente–, que están en todas partes, sí, pero que siempre viajan a ver a aquellos que son como ellos y a aquel lugar que ya está preparado para ofrecer lo que están buscando. Y así lo que no se hace es experimentar. No se experimenta nunca esa exterioridad que es la que te puede dar esa bofetada que, como se lee en este libro con una honradez que es verdaderamente de apreciar, te cambia la vida, es decir, que tu vida ya no es la misma a partir del momento en que estuviste ahí haciendo lo que estuviste haciendo. Y tantos años después eres capaz de reconocer esa especie de giro, de cambio, de punto de inflexión que volcó tu vida hacia otra cosa.

Entonces, si ya no hay posibilidad de viajar, encontrar la narración de un viaje de verdad está bastante bien, sin presumir de ello, cosa que Zacarías no hace, ya que no se presenta como héroe de su narración sino como una especie de testigo que va facilitando situaciones, lugares, como un geógrafo, como un biólogo, describiendo tierras, paisajes, botánica, animales, costumbres. Como un testigo, decía, que a su vez es muy consciente de que eso ya no existe, eso existió –que es la situación más triste que se pueda dar– pero que esa Irlanda que se ha conocido ahora es imposible volver a ella, no sólo porque tú seas distinto sino porque ni esa Irlanda es la misma ni los propios irlandeses que han recibido la visita de quienes les ha visitado lo son ya, pues han adquirido el papel de receptores de turistas, con conocimiento de lo que se espera de ellos, volviendo falsa toda familiaridad con respecto a los tiempos precedentes, por lo que la cercanía no será ya nunca tanta cercanía, etc.

Por eso Zacarías se inventa un subterfugio para poder mostrar no sólo por dónde él ha viajado –uno de los méritos del libro– sino, a su vez, por dónde se podría seguir viajando. Quizás no haya tanto afuera, nos viene a decir, quizás no haya tanta posibilidad de entrar en un terreno perfectamente extraño, pero siempre quedarán los márgenes, siempre quedarán las fisuras, las grietas, siempre quedará un espacio de entremedias, como el muy bien dice, y en ese entremedias es justamente donde puede darse la posibilidad de conocer lo verdaderamente desconocido, de encontrar lo verdaderamente inesperado, incluso aquello que –siendo los márgenes inhabitables, pues sólo se puede vivir en el interior– puede deslizarse por ellos, aquello que pueda colarse por esos márgenes, sea el agua de los ríos, el aire o la propia vida. Lo dice Zacarías muy bien –y voy a permitirme señalarlo como una de las claves de interpretación del libro–, lo dice hablando de un lugar especialmente inhabitable:

También es cierto que la dureza del terreno la inhabilita para cualquier tipo de aprovechamiento. No importa, su dificultad ha permitido su preservación: tres de cada cuatro especies de plantas de la isla se encuentran escondidas, sustraídas a ojos inexpertos, brotando entremedias de su aparente desolación. Y es justo en las grietas de su ajada superficie rocosa donde se encuentra su extraordinaria mezcla de flores.”

Justamente es esto lo que me parece que hace Zacarías en todo su texto, es decir, vamos viajando por lugares y regiones de Irlanda, que a su vez van haciendo que por ahí aparezca Beckett o por ahí aparezca Joyce o por ahí aparezca el cine o por ahí aparezca la pintura o por ahí aparezcan las canciones irlandesas o por ahí aparezcan las costumbres de Irlanda, las cervezas de los irlandeses, sus cantos, su manera de entender la vida… Y probablemente no haya tenido que esforzarse mucho para hacerlo, es decir, se da una apuesta desde donde desde el principio se trataba de narrar su experiencia. En ese punto donde los márgenes son las grietas, ese mundo donde seguir la grieta es entrar en el terreno bueno, aquél donde los encuentros son apasionantes, más que productivos, propiamente, porque de lo que se trata es de vivir apasionadamente aquello que uno va encontrando aquí o allá. Y es explorando ese espacio de entremedias lo que le permite darle un sentido a las “palabras desalojadas”.

La expresión misma ofrece desde el principio un gran misterio: palabras desalojadas. Le entendemos bien qué quiere decir, está hablando de las palabras que van a venir, de las palabras que van a encontrar acomodo o alojamiento en el cuaderno que acaba de comprar al llegar a Dublín y que se va a llenar de palabras que buscarán más o menos su sitio en el caos en el que van a aparecer, y que a su vez, antes de encontrar claramente su sitio están todavía desalojadas. Pero, a su vez, esas palabras desalojadas que son las primeras con las que se inicia un diario de viaje son, literalmente, dos: “palabras desalojadas”. Dos palabras que, a su vez, están ahí escritas en ese cuaderno, y después pasan a estar escritas en este libro, y después pasan a estar escritas en la misma portada del libro, y van alojándose y desalojándose permanentemente. Y que, a su vez, colocan todo lo que se escribe, todo lo que se ha escrito aquí dentro, bajo esa especie de lema que es el lema de las palabras desalojadas. Es decir: aquí estarán esas palabras desalojadas, donde, probablemente, una de las palabras desalojadas más importantes será “entremedias”, donde se desarrolla ni más ni menos que la vida misma, que es justamente la ausencia de habitación, de alojamiento, esa suerte de perderse aquí o allá para poder encontrar lo inesperado o lo inencontrable.

Y otra de las claves de este libro aquí señaladas es la palabra infraleve que, como se sabe, viene de Duchamp y que a su vez es como una apuesta que se hace en el momento de escribir. Es decir, no voy a escribir lo de peso, no voy a escribir categóricamente, no voy a escribir aquello que, por el motivo que sea, me siento autorizado a escribir, sino que voy a dejar que la memoria disipe, extraiga ese nivel infraleve por el cual todo aquello que ocupa lugar tenga su lugar, tenga el espacio por el que expresarse y salir a la luz, aquello que no tenga la capacidad –y es uno de los temas que obsesionan a Zacarías– de autorizar a nadie a la escritura, y menos a él mismo, porque, en realidad, la escritura sólo se autoriza por ella misma, si es que la escritura es capaz de autorizar ninguna cosa.

Lo infraleve, el inframince, lo infradelgado, lo infrafino o casi lo extrafino como el caso del fideo, eso que es mínimo mínimo mínimo, que está por debajo de lo mínimo. Aquello que no es una mera huella –como se lo suele describir tomando como base a Duchamp mismo–, aquello que no es sólo la huella de la cerveza cuando va dejando sus marcas al consumirla, no sólo el calor de la silla cuando te levantas o del vaho en una ventana, sino que es un espacio de distancia, de indefinición, porque en último término lo infraleve es aquello que está entre. Por ejemplo: ¿cuándo una duna empieza a ser una colina? Tenemos la duda. Distinguimos perfectamente la duna de la colina, pero cuál es el punto por el cual cambia. Le añadimos dos granos de arena a la duna y sigue siendo una duna, y dos granos más y sigue siendo colina; y, sin embargo, haciéndola crecer, crecerá de tal manera que un día cambiará de naturaleza. Pero, ¿cuándo cambia?, ¿cuándo se produce esa especie de salto por el cual una cosa deja de ser lo que es y pasa a ser otra cosa? –la famosa potencia de Aristóteles. Pues, propiamente hablando, eso es lo infraleve, esa especie de distancia por la cual se produce la existencia de todo, sin que podamos determinar qué es lo que le ha hecho empezar a existir. Y a mí me parece que en muchos momentos de este texto está desarrollándose esa especie de posibilidad, es un texto de posibilidades, de posibilidad de vida, en la que vemos que se ha dado un salto y, sin embargo, no se ha terminado de ver en qué ha consistido ese salto. Se ha producido ese salto, pero en la dimensión de lo infraleve, en esa distancia inasimilable e imposible de determinar.

Claro, diré, ese lugar es el de la escritura, eso sólo puede ser determinado por la escritura, por un espacio que se abre exclusivamente al terreno de lo inhóspito, que es el terreno de lo que no puede tener lugar exactamente, que es el terreno de las palabras, de las palabras desalojadas sin ninguna clase de alojamiento, que el mismo Zacarías no ha querido alojar en ninguna parte excepto en un libro que, a su vez, existe y no existe para ese alojamiento.

El proceso de la escritura, por Zacarías Marco

La verdad es que no he preparado nada contaros, quería que me sorprendieran primero los maestros, Hugo e Isidro. Bueno, cuando se escribe algo se produce siempre una sorpresa cuando escuchas los comentarios que te hacen. Y hay que reconocer también que la sorpresa a veces no es agradable. Por eso, cuando, como en este caso, que no es lo habitual, escuchas estos comentarios que dan tan certeramente en las claves, la sorpresa es mayúscula.

Hay una cosa muy interesante que es el proceso de la escritura. Existen tipos de lectura que leen la obra como acabada, que muestran al escritor bajo la forma de un hombre erudito que nos está intentando contar esto y lo otro, etc. Son maneras de interpretar el texto a partir de la experiencia de la lectura de cada cual, pero es sorprendente en algunas esa transmisión de una idea donde se intuye una defensa ante el proceso mismo de la escritura, que es lo fundamental. Y luego hay otras lecturas, como las de hoy, donde se percibe esa sensibilidad hacia el proceso de la escritura, que para mí es lo único que tiene importancia.

Por ejemplo, una vez acabado el libro puedo escribir la introducción, después de darme cuenta de los caminos que he seguido. Aparece ahí entonces una especie de precipitado donde la escritura se desnuda a sí misma y muestra el proceso. Lo curioso es cuando esto es captado de manera directa, sin mediación, a una primera o segunda lectura. Repito, no es nada habitual y os agradezco los comentarios porque creo que habéis dado los dos en claves que son fundamentales. Y se desprende de lo que habéis dicho que esas claves no están en el inicio, me interesa remarcarlo un poco, no están en el inicio del proceso de la escritura. No se parte de un lugar interesado en transmitir algo con una estructura ya establecida, un modo de decir ya establecido y algo que se quiere contar. Mi manera de acercarme a lo que es una aventura de escritura no tiene nada que ver con eso. Cuando se empieza no se sabe cuál es el inicio ni adónde se va ni cómo se va crear algo ahí. Ese proceso, que es lo fundamental, es lo que moviliza el texto, en este caso de una manera placentera, como tan acertadamente habéis percibido, y que es una experiencia que sucede casi por primera vez, siendo muy gozosa del principio al final.

Puedo contar que sí hubo un comentario que me sirvió de empuje inicial, un comentario de Sergio Larriera hacia finales de julio del año pasado a raíz de que yo contara una anécdota de este primer viaje a Irlanda. Fue entonces cuando Sergio me tiró el anzuelo donde piqué. ¿Por qué no escribís algo de esa experiencia? Yo contaba sobre el momento en el que caigo por absoluta casualidad en un pueblo muy pequeño donde en esos días se desarrollaba un festival literario que reunía la crème de la crème de la escritura y de la música irlandesa del momento. Y caigo por absoluto azar… Ocurrió que alguien… [Aquí Hugo interrumpe diciendo: Y no cuentes cómo caes. Risas de ambos] … lo dejo ahí.

Bueno, de lo que se trata de esa relación, intentar vivir con esa relación que produce la escritura donde uno, como habéis dicho, ni está ni no está, la palabra viene del otro, donde uno está de entrada siempre desalojado. De lo que se trata es de no coger las insignias que el otro te ofrece dándote un lugar que te coloca en la existencia, sino atreverse a interrogar ese estar de uno en esa circunstancia. El problema es que, cuando uno escribe, no hay palabras para expresarlo. Ésa es la experiencia primera, uno no tiene palabras para expresarlo, pero tiene que expresarlo, tiene que utilizar esa nada para que puedan fraguar esas historias. Que sea la memoria o el pensamiento actual poco importa. La idea de entremedias o de infraleve surgió como metáfora de lo que estaba ocurriendo. Como apuesta, pero no como una apuesta a priori sino que es más bien después, en el après-coup, cuando uno se da cuenta que ha hecho esa apuesta, porque no podía hacer otra cosa. Entonces se hace el relato de la apuesta que ha hecho sin saber que ha hecho esa apuesta. Y sin que tenga por qué ser exitosa finalmente, como de hecho no lo es, no puede serlo, pues no podrá cuajar en un corpus definitivo, la solución no se alcanza. Se quedará en lo que se queda, en sus derrotas particulares, también sus alegrías, en fin, lo que haya surgido.

Por eso no se trata de transmitir ningún conocimiento. Es cierto que aparecen autores, libros, canciones, que por lo general estoy descubriendo en el proceso mismo de la escritura, pero son utilizados no para transmitir un saber sino como impulso al necesario entusiasmo con el que escribo. No puedo escribir sin entusiasmo. La escritura profesional para mí no tiene ningún sentido. Y esos autores permiten, mediante el entusiasmo que promueven, que se pueda generar ese entremedias por el que los juegos y las estructuras del lenguaje surjan. Esto es lo que verdaderamente me interesa, dejar surgir esas estructuras de la escritura que están ahí como a la espera. Eso es para mí la escritura en sí.