La perplejidad, todavía

LA PERPLEJIDAD, TODAVÍA. 

Publicado en el Foro El malestar en la democracia, celebrado en el Círculo de Bellas Artes de Madrid el 28 de sept de 2013 : http://us7.campaign-archive1.com/?u=57e0b5d0ced2a05fbaf28b290&id=ba5283013d&e=85ccb31392

Asistimos, un tanto desnortados, a una creciente degradación que parece afectar a todos los órdenes de la cosa pública. Hablamos con frecuencia de frustración de unas expectativas que vinieron a converger en un entusiasmo colectivo que fechamos según los países en momentos distintos. En España, ese momento de entusiasmo podría remontase ya a hace 31 años. Naturalmente que sobre ello hemos construido no pocas ficciones, pero entusiasmo sí lo hubo y sin él se crean pocas cosas. Desde entonces, entusiasmos ha habido pocos. Todavía no sabemos si el chispazo que se produjo hace dos años en Sol (por favor, borremos la palabra Vodafone!) ha logrado sacar al enfermo social de la UVI, si ese fulgor que ha avivado dos o tres mechas importantes de lucha terminará produciendo, vía suma de sectores puestos en pie hasta encontrar el significante vacío… a lo Laclau, un vuelco en la situación o no. De momento parece bastante improbable. Se habla, sobre todo, de la degradación de las condiciones de vida de este enfermo social, que podemos llamar “lo común”, al que, desde determinadas instancias, se le retiran día a día sus posibilidades de existencia. Nos preguntamos por las razones de una apatía colectiva, por el tipo de servidumbres que están en juego que expliquen la ausencia de freno a esta deriva. Hace dos años se debatieron en el Foro de Madrid las servidumbres voluntarias y hoy le toca el turno a las involuntarias, con la esperanza de participar en un revulsivo que vuelva a permitirnos pensar la política.  

Tanto deterioro conduce a replantear los problemas en términos estructurales. Decimos que el sistema o, mejor, que la circularidad inherente del discurso capitalista… Es cierto, sí, pero si tuviéramos que aislar el punto estructural mínimo, ¿cuál sería? Quizás el deterioro mayor se esté produciendo en el ámbito de la palabra. En la medida en que nos dejamos representar cada vez menos por ella, todo lo demás queda inexorablemente afectado. Por ejemplo, hoy en día es habitual que un político afirme con rotundidad ante las cámaras algo que no sólo es falso sino que su falsedad se desvelará sin duda pocos días después. No importa. Casi pareciera que provoca así la oportunidad de una inmediata reaparición televisiva para producir un nuevo montaje, el enésimo truco de un trilero que pese a la infinita repetición, o precisamente por ella, no deja de tener algo de fascinante. Orson Welles decía, a propósito del plegamiento de Hollywood al macarthismo, que había vendido su dignidad por una piscina. Si recordamos aquellas líneas de un poema de Brecht –Cada mañana, para ganarme el pan/ voy al mercado donde se compran mentiras./ Lleno de esperanza/ me pongo a la cola de los vendedores–, quizás convengamos que lo que subyacía era un conflicto estructural. Era lógico pues… Y bien, nosotros hace tiempo que nos hemos vendido por una imagen. Y lo que hay detrás del “nos” es la palabra, el lenguaje. Hemos comprado imagen cediendo palabra. Consecuentemente, verdad y mentira están, en el reino de la imagen, out of focus, desenfocados. 

¿Será moviendo la rueda del objetivo de la cámara cómo verdad y mentira saldrán del estado de confusión e indistinción? Vivimos en un sistema donde se nos dice hasta la saciedad que para sobrevivir tenemos que ponernos, alternativamente, en la cola de los compradores y en la de los vendedores. Sabemos del lado “divertido” que esto conlleva, ese lado objetal que nos atrapa. Incluso hemos aprendido también cómo rechazar y prescindir puede volvérsenos un atrayente abismo. Pero eso sí, todos los caminos parecen conducir al mercado. Aún el cínico los recorre para instalarse a sus puertas. ¿Con qué papel entrar entonces en esta escena? Lo que parece seguro es que el movimiento que “enfoque” la palabra no vendrá del lado de la cámara. A la palabra lo que la enfoca no es otra cosa que la escucha, sólo ésta “hace” la palabra, restituye su dimensión, pone un freno a la deriva imaginaria. Quizás nos convenga, ante la avalancha de déjà vus, mantener un acto mínimo, mantener viva nuestra perplejidad. Quién sabe, puede que un día lo que escuchemos nos provoque tamaña risotada que haga cambiar de golpe este género literario que hoy se reclama único posible. 

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