Presentación de «El amor en 32 fugas», por Ivana Maffrand

El acto de la presentación se llevó a cabo e la sede de la ELP de Madrid el 10 de octubre de 2018

Presentación 1 El amor en 32 fugasDesde el inicio de la lectura de este libro he tenido la sensación de transitar una experiencia extrañamente íntima.

¿De qué se trata? ¿por qué esta sensación? en mi opinión porque estamos ante el relato de un final de la adolescencia, el de Zacarías Marco, que tiene en común con otros el “apremio por encontrar el lugar y la fórmula”, en palabras del poeta Rimbaud.

Rimbaud, en Una temporada en el infierno, escribe: “de hecho, con toda sinceridad de espíritu, había adquirido el compromiso de devolverlo a su estado primitivo de hijo del Sol, -y errábamos alimentados por el vino de las cavernas y la galleta del camino, apremiado yo por encontrar el lugar y la fórmula”

Errábamos, apremiado yo por encontrar el lugar y la fórmula

Eso es lo que es común. Pero a medida que avanzo en la lectura descubro que hay algo más que nutre esa sensación. En ese momento vital habitamos el mismo tiempo y algunos mismos espacios (con unos poquitos años de diferencia que no hacen diferencia), nos agarramos a los mismos troncos para mantenernos a flote.

El mismo contexto no nos hace uniformes, tal vez sí algunas mismas elecciones y parecidas vivencias subjetivas: “hay soledades comunes y soledades extraordinarias”, dice Zacarías (p. 11), parece que la estructural soledad de esta etapa vital fue para nosotros común: la música y letras de Lou Reed, Los Clash, Pink Floyd, Sex Pistols, Bowie, lugares comunes, letras que salvan en momentos de destierro, en momentos de transición “en los que la música (dice Zacarías) nos mantiene enganchados a la vida y nos preserva de caídas presentes y de pérdidas futuras”

Momentos, vivencias, letras de imposible traducción desde la distancia del tiempo pasado, irrepetibles en la autenticidad de su versión original.

El relato de Zacarías, sin embargo, no es el relato de una errancia, es el relato de un vaivén, “ritual de paso” (p. 135), recorridos habitados. Un fort da necesario para separarse de la lengua materna, él lo dice así “para amar hay que abandonar un poco la lengua materna”

No es una errancia porque se transita entre mojones, referencias literarias, cinematográficas, musicales, que invitan al lector a detenerse, a hacer una pausa como el escritor hace en el relato para invitarnos a descubrir esos elementos que hacen del camino algo transitable.

“Encontrar puntos de anclaje en el exilio” p. 92. ¿Sería algo como encontrar una lengua que nombre lo nuevo?

Y como estamos donde estamos, cito a Lacan. En el Seminario 4, hablando de metonimia dice “Si los grandes novelistas son soportables es porque todo lo que se dedican a mostrarnos adquiere su sentido, de ningún modo simbólicamente, ni alegóricamente, sino por lo que hacen resonar a distancia

Zacarías Marco da buena cuenta en este libro de esa cualidad. Su escritura toca el cuerpo.

La puntuación del relato es precisa y huye de posibles derivas de sentido, no se las permite y se le agradece.

Zacarías no se pierde en las razones, va a las “palabras portadoras de vida”.

Es lo que él dice que había leído y aprendido de Joyce, la presencia de la palabra por fuera de sus evocaciones. Hay algo de eso en su escritura.

Hay algo de eso y, sin embargo, Zacarías Marco es un cuidadoso creador de atmósferas, hace habitar al lector los espacios que describe. Como el de la biblioteca, lugar de soledades compartidas, lugar de cobijo. Cobijo en el saber. De cobijo engañoso pero cobijo al fin, defensa, cito: “construir un edificio de saber para no saber de la afectación que lo enloquece”. Mejor que nada. Y mejor si se deja uno, como Zacarías, atrapar por la contingencia que deja un resto de libros abiertos abandonados una tarde entera.

“Lugar desde donde”, dice Philippe Lacadée.

Lugar desde donde: Como fue el Londres de los primeros años 80, ciudad de contrastes “que estuviera maravillado con los descubrimientos que hacía en la ciudad no me ocultaba su dureza. Observaba los rostros, leyendo en sus miradas perdidas y en las comisuras de los labios una desesperanza a veces francamente heladora. Por lo general imperaba el silencio de los gestos y la evitación de las miradas. Yo observaba con la misma discreción pero sin parar de mirar, de mi a ellos, de ellos a mi, hasta confundirme, porque recuerdo que me detenía largo rato frente al reflejo de cristal, en el metro, mirándome a mi mismo, como si buscara sellar mi inserción en la imagen colectiva del vagón. Estaba con ellos (…) imaginaba llevarme conmigo un modo de hacer trayecto entre los demás. Así incluía sus vidas en el surco de la mía y, haciendo corporal lo incorporal, me daba compañía”

“Sellar mi inserción en la imagen colectiva”, “incluir sus vidas en el surco de la mía”.

Zacarías describe así, en un esfuerzo de poesía, los intentos de rebajar la vivencia de extranjería que, finalmente, no depende del lugar. Hay una extranjería estructural, un exilio y una soledad que no hay geografía, por humana que fuera, que prevenga.

La escritura de Zacarías te alcanza, al menos a mi me alcanzó, leerlo provoca la “irrupción inevitable de la subjetividad” (palabras de Barthes, al que cita el autor)

Este libro me transmite la idea de que somos una sucesión de encuentros, y de pérdidas, de momentos irrecuperables por más que nos volvamos a desplazar a un mismo lugar, que transforman algo dentro de cada uno y lo cambian para siempre: Manuel, Amanda, Amita, Fabián, el número 80 de Watermead House, Compendium books… Lou Reed, Rossellini, Truffaut, Bacon, la chica alemana, Glenn Gould, Joyce… son algunos de los que hacen Zacarías Marco, que hacen que su escritura, en concreto el libro que presentamos hoy, nos confronte a lo mejor y lo peor de las experiencias de una etapa vital decisiva, a escenas que marcan un antes y un después, también para el lector: la de los perros, la de la niña del carro, escenas impactantes. Y a vivencias de ambivalencia, en una ciudad tan hostil como apasionante, que confrontan cada una de ellas a la propia ambivalencia. Escenas que te hacen “parar de leer y levantar la vista” , en la fórmula que el autor toma de Barthes.

Finalmente, experiencias de “nuevas geografías que hacen que el que vuelva sea otro y su ciudad también otra, permitiendo habitar como nuevo lo conocido, en un exilio que sale del lado melancólico” (p. 120)

En “recorridos inevitables por territorios inadecuados. No se va al encuentro del otro sin haberlo perdido primero” (p. 143)

Al final, dice Zacarías “echo a andar y el recuerdo casi desaparece. Lo único que de aquella tarde importa es dejar aquí su cuadro y marchar. Eso es. Dejarlo que se desvanezca por completo. Es necesario que se vuelva él mismo también extranjero. No interesa saber con certeza qué es lo que ocurrió. Ya no interesa más. Mejor mantenerse lejos de la densidad de la lengua materna

Sí, mejor.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ivana Maffrand

ivanamaffrand@gmail.com