La política de la jara

Publicado en el blog Entrelazos

Bienvenidos al tiempo de las plantas pirófilas, amigas del fuego, también llamadas pirófitas, plantas-fuego, un tipo de vegetación expansiva cuya gracia no reside sólo en que ardan con facilidad, que ya sería bastante, sino en haber aprendido a manejar a su favor los tiempos, también los nuestros. Aunque con ellas reaccionemos siempre tarde, forzoso es conocerlas, son el futuro.

De entre ellas, me fijamos en las llamadas rebrotadoras obligadas. Denominación que parece eximirlas, como si no estuviera en su carácter ponerse a trabajar tras la catástrofe. No entiendo bien qué obligación las impulsa, pero siendo las primeras en hacerlo, en rebrotar, algo de cierto debe haber. De entre ellas, las llamadas propagadoras de incendios. Denominación que pasa a nombrar directamente su crimen, a responsabilizarlas, apuntando al antecedente, el fuego, de su posterior frenesí expansivo. Y concretando un poco más llegamos al espécimen que nos interesa. De entre ellas, una planta que, atendiendo a una adecuación insuperable a los tiempos que corren, se extiende sin parar, la jara.

A veces llamada jara pringosa, la jara es un tipo de planta resinosa que se propaga gracias al fuego, que se aprovecha de él ardiendo con fuerza, avivando las llamas. El incendio es su fuerte. Lamentablemente, no son los numerosos efectos medicinales de su resina, el ládano, lo que la ha mantenido con vida, sino su pura combustibilidad, porque la jara se consume haciendo que se consuma, que se devore por las llamas todo lo que hay alrededor. Cuando sólo quedan las cenizas, las propias y las de las competidoras, la jara es la primera en rebrotar, en crecer entonces sin competencia posible, alimentándose de los nutrientes de sus antiguas competidoras. Es magnífica, toma para sí todo el alimento posible.

Cierros los libros y prendo la radio, perdón, la enciendo, perdón, la conecto. Escucho la radio y veo jara por todos lados. Empiezo a alucinar que estamos en el tiempo de la jara, casi no se permite hablar de otra cosa. No oigo hablar de otra cosa. Es lo que tiene, la temperatura va subiendo y ya no hay marcha atrás. Parece que la lógica es clara: empiezas no siendo jara y acabas siendo jara. Asunto de tiempos y de aplicar bien los aumentos de temperatura. Enseguida llegará la felicidad. Primer paso, olvidar lo que fuiste, después ceniza, después jara.

¿Cómo responder? No, no lo hagas, es peor. ¿Qué entonces? ¿El silencio? Para no devenir jara el primer combate que ensayas es el silencio, porque sólo con hablar corres el riesgo de que te vampirice. Pero ni siquiera callar te libra cuando el incendio ha prendido por todos lados, lo oyes en los llamados medios de comunicación, ahora más bien medios de propagación. Hablar, callar, nada, me quedé sin opciones. Me pregunto cómo no ser jara, cómo no ser ocupado por la jara. En esta expansión de la jara, qué cortina de agua podría mantenerme al margen, qué zanja abierta en mí podría servir de cortafuegos. Me pregunto, y se me escapa la pregunta.

Pongamos que hablo de… ¿nacionalismo? La cagaste. Si fuera eso habría que hablar del de aquí. Primero del de aquí. Con razón y con espanto. Aunque también del de allí. Porque, si fuera eso, el de aquí sería como el de allí. ¿Sigo? La misma desgracia. Es cierto que mi egoísmo me lleva a pensar que el de aquí es siempre el peor, así lo siento, pero cuando me muestro algo más generoso he de admitir que el de allí también debe serlo. Al menos otro tanto. Nada, mejor dejarlo, por esa línea se entra en razonamientos peligrosos. Por ejemplo, si fuera eso, y no repetiré hoy esa palabra repleta de significado, si fuera eso, digo, pero que no lo es, se definiría como la aspiración de las plantas que viven aquí, cualquiera sea el aquí, en función de la queja de allí, porque, nos dicen, no soportan el allí. Parece sencillo pero no acabo de creérmelo, para mí decir aquí y allí es ya hablar en jara, es la lengua jara. Todo el mundo sabe que el allí que menos se soporta está siempre aquí. Cuanto más próximo el allí menos se soporta, y tanto más se lo necesita para su disputa, que hará equivaler a su expansión. El resultado es dejar de pensar, esto es, dejar de tratar con lo otro, con lo que uno no entiende ni entenderá. Mejor no. Mejor vivir en el peculiar idilio mortal con el suculento vecino al que se pretende extinguir. Menuda inmersión en este delirio jara, en esta palabra pringosa que arrasa por doquier con toda otra vegetación posible. Una palabra que ama el fuego que la propaga, ama las llamas que la abrasan porque las necesita en la eliminación de toda otra vegetación posible.

Qué atractivo ser esa palabra, ser devorado aniquilando todo lo demás. Qué atractivo suspender toda otra lógica de la existencia, tener un solo amo al que servir. Fuego, aniquilación, expansión. Poder dar la flor única que nazca de las cenizas. Es bellísima. Ser esa flor única. Ser miembro de un campo infinito de flores únicas, y todas iguales, todas las mismas. Cerrar los ojos y pensar ahí la belleza sin mancha. Qué atractivo.

Y no pensar más. Sobre todo no pensar más. Nunca más. Sólo un brotar en masa de un único color, un color vivo que despliega al cielo sus pétalos. Pensar que sabemos el significado de la palabra, lo hacemos nuestro, lo devoramos. Ser en adelante esa palabra, ser pétalo, ser bandera. Qué atractivo, qué ritmo más atractivo. Qué belleza de campo único, inmaculado. Los himnos, las marchas. Sí, qué horror tan atractivo.

Pero basta, me aburrió ya. La llamada política, hoy sin afuera, me aburrió. La llamada política, si fuera eso, si esa palabra fuera eso, me aburrió. Si de llegar a colectividad se tratara, por favor, que sea una colectividad de otros, estoy cansado de mí mismo. Mejor que vengan otros versos, una cortina de agua que me vuelva otro, lo prefiero. Por mucho que en estos tiempos hacerse otro tenga tan mala reputación, me da igual. No hablaré jara. Apagaré la radio y esperaré a que me vengan al oído las líneas de un Brassens cualquiera, unas frases, un verso que esquive en guiño solitario toda masa, que disuelva un poco la manada, que continúe el harto de estar harto ya me cansé. No pido más. Que venga un verso que me saque a vagabundear entre las palabras, tan perdido como siempre, lo prefiero. Que deje de mostrarme sus encantos propios para perderse en afueras, que encuentre otras líneas, otras flores, que haga policromía.

Zacarías Marco, 23 de septiembre de 2017