Cuando Glenn Gould tararea Bach

Publicado en Entrelazos.

Los infinitos dedos de Glenn Gould recorren Bach y el ímpetu rítmico con el que su cuerpo es bombeado lanza al aire sus pentagramas. Quedan un tiempo suspendidos y luego caen, atravesando el espacio para que algo a modo de clinamen suceda, produciendo un cambio en la naturaleza de las cosas. ¿De dónde viene? ¿De dónde le viene a Glenn Gould ese impulso? Más acá de las notas se le oye también a él, se oyen los sonidos que emite, solo, sin un nosotros, y el eco de su extraño tarareo acompaña la perfección matemática que llamamos Bach como si fuera una áspera sombra. O tal vez es al revés, ese sonoro respirar que escuchamos, que escuchamos espiándole a él, abre la puerta que permite su propagación, la de la música, cuando inyecta su compás con la boca abierta y lo convierte en su aliento, un lenguaje previo al lenguaje, previo a los otros. Es Glenn Gould. Lo oímos transmitiendo el goce que lo atraviesa, su balbuceo vital, esa pulsación que lo define y que habla en él quizás desde bebé, cuando su madre lo sostenía erguido en su regazo mientras ella tocaba el piano. La banqueta madre que lo impulsa. Ahí le tenemos sentado de manera tan particular en la banqueta madre que lo impulsa. Así aprendió. Sin la soledad de un espacio intermedio. Sin tener que atravesar el vacío que va de una orilla a otra. No hay resquicios, no hay fallas. Porque para él la música es perfección, es madre. No es que no pueda mancillarse con una ejecución defectuosa, eso sería quedarse simplemente fuera del territorio de lo sublime, y eso no es posible, para él no es posible. ¿Cómo expresarlo? Estamos ante algo que es o no es, donde se está o no se está, por entero. Ejecutando una matemática sonora Glenn Gould está en ese territorio, se pasea por él, por la numérica de ese bosque de escalas, por sus brotes cuánticos, participando del roce de sus hojas mientras lo mece su viento interior. Y no toca para otros, él está en madre cuando toca, en los encantos de la perfección. Más allá de lo humano, o previamente a ello, a ese encuentro con la lengua que descompone nuestros deseos, los de los comunes, los de los mortales, está Glenn Gould, propagando con el aleteo de sus dedos el ajuste perfecto, el encadenamiento del principio y del fin. Y con la música orbita en el espacio, en la esfera celeste, acompañando sus acordes con su cuerpo y con su garganta, esperando su propia aniquilación.

Zacarías Marco, noviembre 2016