Entrevista de Pablo Chacón sobre Finnegans Wake

Entrevista a Zacarías Marco publicada en el Patagónico el 11 de julio de 2016 en el siguiente enlace: pinchar aquí.

1.- ¿Qué lugar creés que ocupa el Finnegans Wake en la obra de James Joyce? En particular, su relación con el Ulises.

Desde que era conocido como Work in Progress, esto es, mucho antes de su publicación, y siguiendo las consideraciones del propio Joyce, se ha venido considerando su última obra como el libro de la noche, en relación al Ulises, el libro del día, que inmortalizó de manera tan paradigmática aquel 16 de junio de 1904. Si bien Joyce, como él decía, puso a dormir en su última obra al lenguaje, lo que implicaba un salto, una pirueta artística de primer orden, lo hizo a partir de una continuidad, digamos a partir del trampolín que le proporcionaba el último capítulo del Ulises, el monólogo de Molly Bloom, el chorro de conciencia en duermevela que tan gozosamente vierte Molly regalándose a sí misma el último placer antes de alcanzar el sueño. Algo parecido sucede con la última parte de Retrato del artista adolescente, la parte del diario, que prefigura claramente el fluir de la conciencia del Ulises. El salto es evidente pero desde una concepción general que considero unitaria. Me arriesgo a contradecir al propio autor, quien comentó a su amigo Jacques Mercanton “que se vuele el puente, con tal que haya hecho pasar antes mis regimientos”, pero creo que se refería a los aspectos prácticos de su nuevo programa artístico. Ello no impide que en Finnegans Wake estén Retrato y Ulises retrabajados de acuerdo a la nueva técnica.

2.- Mucho se ha escrito sobre Joyce como un escritor que «suma» y de Samuel Beckett como un escritor que «resta», quizá hasta llegar al silencio. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

Primero, si me permite, un matiz con respecto a Beckett. Se ha insistido mucho en el silencio y no cabe duda de que hay motivos de sobra para ello, pero es un silencio desde la escritura. Por eso no diría que llega al silencio, eso hubiera significado dejar de escribir y Beckett no dejó de dar otra vuelta de tuerca, de producir otro pequeño texto que partiera también de la imposibilidad. Y con respecto a la división clara entre los dos, el que suma, el que resta, una diferenciación que viene del propio Beckett, hay que estar necesariamente de acuerdo, pero hay que tomarlo como un punto de partida. Siempre que repetimos algo tenemos la costumbre de creer entenderlo todo y nos dejamos de preguntar, por eso hace usted bien en preguntar sobre lo que se supone que ha quedado zanjado. Son las mismas preguntas las más necesarias. Qué hace Beckett cuando resta, qué hace Joyce cuando suma.

Beckett recorta el lenguaje para producir el vacío donde se escuche el alarido. Pero no puede impedirse un movimiento inmensamente creativo que produzca una arquitectura diferente para cada texto, una nueva geometría que alberga a su vez los ecos del lenguaje –mala hostia y humor incluidos–, siguiendo un principio de descomposición y de deterioro.

La suma de Joyce va encaminada a una curiosa universalidad producida por una incesante puesta en continuidad de todos los registros imaginables. Su gusto por Giordano Bruno, equiparando los opuestos, y por Giambattista Vico, con sus concepciones cíclicas de la historia y de la poética, no es casual. Joyce es el círculo o la espiral donde todo se retoma una y otra vez, buscando incluirlo todo, todo lo conocido, todo lo hablado, todo lo pensado, en una continuidad que rechaza la separación, el corte, la castración, que es el lugar Beckett por antonomasia.

3.- Como sea, ¿es el Finnegans la cumbre de esa caracterización?

Sí, necesariamente es así. Joyce entregó todas sus fuerzas en la consecución de su último proyecto y cuesta mucho imaginar que pudiera tener continuación. No creo que sea posible pensar más allá de eso en términos joyceanos. Se sabe que comentó que le gustaría escribir después algo fácilmente comprensible, y hubiera podido hacerlo –como escribió el maravilloso poema Ecce Puer en un estilo que nada tiene que ver con Finnegans Wake–, pero no lo hizo. Creo que hay una lógica clara en su escritura que va de la epifanía a la descomposición de la palabra del Finnegans, un trabajo cada vez más preciso sobre lo real que inunda la palabra, lo real que perturba lo simbólico, y Joyce se deja guiar por ello. Hasta el final y pese a quien pese. Joyce trabaja con las astillas de la lengua, una desconexión que es para él originaria.

4.- ¿Cómo es posible traducir un libro como éste sin alterar su color tímbrico?

Traducir es siempre alterar, esto es inevitable, pero debe alterarse para producir en la nueva escritura un color tímbrico desde el respeto a la lengua de la traducción. No es ir de una lengua a otra: se parte de otra lengua. En caso contrario el empobrecimiento es mayúsculo. Salimos entonces de la perspectiva purista. La traducción es una escritura, debe serlo. Para mí tiene un alcance creativo de primer orden. En lo que a traducción se refiere, comparto plenamente las opiniones de Hugo Savino. Y bueno, naturalmente no se trata tampoco de hacer alteraciones “creativas” sobre el texto original, partiendo de una falta de respeto al mismo. Esto es terrible, lo peor. Cuando estudiaba francés leí una edición bilingüe de Las flores del mal donde entendía mejor los versos de Baudelaire que los del traductor, quien no podía impedirse “mejorar” en cada verso el original. Eso no es traducir, pero tampoco debe caerse en su contrario. Lo suyo es que cada uno pudiera hacer su propia traducción, su lectura. No he leído todavía las traducciones de Zabaloy, estoy deseando, lo que dice me gusta. No habrá nunca una traducción definitiva, cada uno está autorizado a hacerse la propia.

5.- Si Beckett alguna vez fue considerado parte de la vanguardia, ¿cómo pensar a Joyce, a la totalidad-Joyce en relación a las vanguardias artísticas del siglo pasado?

Anthony Cronin titula su biografía sobre Beckett El último modernista, está bien, es un buen título. Podemos entender a Beckett dentro de un movimiento que trabaja el lenguaje llevándolo a los límites de lo imaginable, dinamitando el sentido y dinamitando la dualidad forma-contenido. Beckett parte de ese movimiento de vanguardia que giró, en lo que a la escritura se refiere, alrededor de Joyce y que publicaba en la revista de Jolas, transition, pero también es cierto que acaba haciendo algo que yo ya no ubicaría bajo los parámetros de un movimiento. Beckett se independiza de Joyce y creo que también del modernismo. Beckett termina o consigue hacer Beckett. No hay final. No creo en el final de la historia, al menos no entendido como el final de una posibilidad. Siempre es posible hacer. O mejor, porque somos fieles a lo imposible de la escritura, escribimos. ¿Qué podemos hacer si no? Y si Beckett se sale –aquí ya no me parece tan bueno el título de Cronin–, ¿cómo podemos pensar a Joyce desde nuestro presente? Creo que es inevitable pensar que también se sale. Todo gran escritor va más allá del movimiento, completamente. No se trata de desentenderse de la historia, está ahí y sin duda es capital, pero no podemos utilizarla para reducir de esa manera a un autor. Joyce está vivo para nosotros, introdujo un trueno en la lengua que no desaparecerá. No utilicemos la historia para intentar domesticarlo.

6.- Finalmente, ¿qué es lo que Jacques Lacan lee (o escucha) en Joyce, como para dedicarle uno de sus últimos seminarios?

Lacan hizo lo mejor que se puede hacer con Joyce, se sirvió de él para crear algo propio. Ocurre con ambos algo parecido, no se dejan atrapar, no se dejan tematizar, ningún atributo les conviene, el movimiento innovador es una constante donde todo lo anterior se redibuja una y otra vez, eso es lo más maravilloso de ambos y lo que resistirá siempre a toda interpretación reductora. Y, yendo a su pregunta, creo que Lacan queda impactado por la fuerza del saber hacer de Joyce por fuera del sentido. Como sabemos, conocía desde bien joven su obra y sin embargo no se decide a utilizarla hasta que llega a un nuevo impasse en su elaboración, ya en plena época de los nudos. Pareciera que Lacan no tiró nunca la toalla. Tampoco frente a la psicosis. Y tuvo la genialidad de observar la pretendida “normalidad” desde la locura. Pensar desde el encuentro con lo real, desde aquello que se resiste a todo sentido. Pensar la neurosis misma como una defensa, siendo freudiano en ello, pero dando el paso de poder operar desde otro lugar. Freud dijo que el psicoanálisis debía proporcionar el hilo que nos saque de las determinaciones del inconsciente. Lacan tira de los hilos de Joyce, un desabonado del mismo, para ver cómo es posible operar directamente sobre lo real sin la herramienta (fálica) del sentido y sin sucumbir a los fenómenos de la psicosis. Joyce mantiene el tipo frente a esa desconexión y consigue crear algo. Jung ya notó esto, pero él era insensible a su arte, miraba siempre desde lo simbólico. Jung se defendía, Lacan no. Lacan aguantaba frente a lo real, y ahí no queda otra que crear o ser abatido.

 

Zacarías Marco, 9 de julio de 2016