El caosmos de Finnegans Wake

Encuentras mis palabras oscuras. La oscuridad está en nuestras almas ¿No crees?

 James Joyce, Ulises, cap. III

JJ_albinJoyce termina el Ulises en 1921 a la edad de 39 años, después de trabajar en él desde 1914. James Joyce y Nora habían dejado Irlanda en octubre de 1904, escasos cuatro meses después de su primera y famosa cita del 16 de junio. Ese día, que va a sellar de manera inquebrantable el compromiso de la pareja, se transforma en el libro de Joyce en el día elegido para el paseo diurno del protagonista, Leopold Bloom, por las calles de Dublín, desde que desayuna hasta que se acuesta. Cada año en esa fecha se celebra en su honor el Bloomsday y la ciudad se llena de hombres que repiten su deambular.

Terminado el libro diurno Joyce empieza a trabajar en su nuevo proyecto, que recibirá el título provisional de Work in Progress, y que le va a ocupar hasta 1938. En total 17 años de trabajo dedicados al libro de la noche, al libro de la lengua de la noche o, en su propia expresión, donde había puesto a dormir al lenguaje. Un libro que pretende ser todo él un enorme sueño en el que la verdadera naturaleza de la lengua quedara al descubierto. ¿Pero se puede inventar la lengua del sueño? Joyce se embarcó en cartografiar no sólo el sueño de sus personajes sino, a partir de ellos, y apoyándose en el concepto de una historia cíclica y circular del filósofo medieval Vico, el de la humanidad entera. Todo va a tener, en principio, posibilidad de acceso, a través de una lengua que van a ser todas las lenguas, lo que llevaría a Derrida a definir Finnegans Wake como un “acto de guerra babeliano”.

Una suerte de historia cíclica universal que se sustenta en el principio de que todo está en todo. (Es con estas palabras como describe Hamlet a su difunto padre: all in all). Principio que en Joyce se expresa, vía significante, a través de una equivocidad sin límite alguno, al menos en apariencia. El resultado es un libro prácticamente inabarcable e ilegible donde intentar extraer de él una sucesión de hechos es ir en contra de su propio fundamento. Sin embargo, ¿por qué no serle infiel, como Molly a su comprensivo marido, Leopold Bloom, y extraer de él aquello que nos pueda interesar?

El lapsus es una formación del inconsciente. ¿Y la fabricación de un lapsus? El libro pretende reflejar lo que “sería” todo él expresión del inconsciente, con la ambición de desvelar con ello la naturaleza de la lengua. El método empleado dificulta enormemente la interpretación. Joyce puso todo su empeño en provocar tales distorsiones que el lector se ve llevado a dudar de lo que lee desde la primera línea. Por una parte no se puede leer sin dar sentido y, por otra, la multiplicidad de los posibles sentidos es el camino al que el texto obliga. En consecuencia, ni siquiera su riqueza lírica puede impedir el desasosiego de no entender casi nada.

Quizás lo que resulte más útil es recoger algunas anécdotas del autor, que es un poco como darle la vuelta a su mismo método recolector.

Un día discutían en su casa varios amigos horrorizados ante la proximidad de la guerra. Uno de ellos, observando su gesto aburrido, le preguntó si a él no le preocupaban las bombas.  -¿Todavía no sabes que para mí la caída de una bomba y la caída de una hoja son la misma cosa? Lo curioso es que no se puede deducir que no estuviera preocupado. Joyce tenía verdadero pavor a todo gesto de violencia. Ciudad donde había un tiroteo o país que estaba en guerra, lugar a abandonar cuanto antes, como de hecho hizo huyendo de los conflictos en su tierra, de la primera guerra mundial y de la segunda. Mientras Europa se aniquilaba el escribió el Ulises, que entre otras cosas es una apología al cuerpo humano.

Pero no sólo los tiros y las bombas le hacían temblar. Una vez viajaba la familia Joyce con una pareja de amigos en el coche de éstos. Habían programado una salida al campo y poco después de salir se desató una fuerte tormenta. Al primer trueno Joyce se puso a sudar sin saber dónde meterse. Al poco no pudo más y suplicó dar media vuelta cuanto antes. El amigo, que iba al volante, le dijo:  -Pero hombre, ¿no te da vergüenza, tus hijos saltando y jugando ahí detrás y tú, muerto de miedo? -Sí, pero ellos no se han criado en la católica Irlanda.

Para Joyce el castigo y la culpa son omnipresentes. La caída de una hoja es “la caída”. Toda caída remite a una bajada a los infiernos (Dante era uno de sus autores favoritos, quizás el que más), y, en último término, al pecado original. Culpa que él arrastraba de forma orgullosa e incluso arrogante haciendo de la rebelión del ángel caído su propio lema de vida: non serviam (no someterse jamás).

Culpa es lo que da sentido a lo soñado en Finnegans Wake. Todo el libro está impregnado de los sentimientos de culpa que rodean el episodio central, que tiene todos los requisitos para denominarlo primera escena. El protagonista central, Earwicker, que vive con su familia en la taberna que regenta y cuyo nombre da título al libro, se ha visto envuelto en un oscuro y pecaminoso asunto en el parque Phoenix. La escena ha sido a su vez observada y propagada en habladurías por todo Dublín. Se escribe una balada, se le abre un proceso, se le juzga, se le condena, se le ejecuta. A partir de múltiples interpretaciones y alusiones diversas dadas a lo largo de la obra se puede reconstruir dicha escena: Dos chicas se exhiben delante de un hombre, exhibición que recoge la más completa relación de prácticas y perversiones sexuales; a su vez el hombre hace lo posible por excitar a las chicas, dejando al descubierto partes de su cuerpo; tres soldados observan la escena y, en ciertas versiones, atacan al hombre.

A lo largo del libro este relato se complica ofreciendo otras versiones. En el mundo onírico del libro, el hecho de que aparezcan conserva todo su sentido y pueden ser entendidas como más sueños generados por lo mismo. (La verdad no está en un solo sueño, la verdad está en muchos sueños, se dice en Las Mil y Una Noches). En una versión los tres soldados son los hijos de Earwicker observando por el ojo de la cerradura a sus padres en pleno acto sexual. En otra el hombre se exhibe ante su hija para incitarla al incesto. En otra los hijos se rebelan contra el padre con el fin de arrebatarle el secreto de la procreación.

Subyacente al relato y sus versiones circulan básicamente dos mitos, el del pecado original, Adán y Eva, presentes ya en la primera línea del libro, y el mito de Edipo. Ambos mitos tienen en común el enfrentamiento con el padre y el problema de los sentimientos de culpa.

En la familia del tabernero Joyce reflejó tanto a su familia de entonces como aquella en la que nació. Su padre alcohólico, y él mismo, están representados en la figura de Earwicker. Su mujer y su hija Lucía fueron modelo para Anna Livia Plurabella y su hija Issy o Isobel. Y como “todo está en todo” madre e hija se mezclan al entender que una es continuación de la otra. En la parte del libro preferida por Joyce, estando Earwicker decaído, su mujer se esfuerza por intentar subirle los ánimos. Para ello no duda en introducir en la casa prostitutas que fracasan en su objetivo. Después las alecciona ella misma en juegos eróticos. Tras este nuevo fracaso se disfraza ella misma de otras mujeres, se disfraza de Salomé y termina disfrazándose de su propia hija descubriendo un trasfondo incestuoso como causa del abatimiento del deseo del marido. Esto es contado a través de la cháchara de dos lavanderas mientras enjuagan los trapos sucios del señor hablando de una orilla a otra del río Liffey. El capítulo está dedicado a la mujer que cuida y atiende, como si fuera una madre comprensiva, las dificultades del marido.

James A. Joyce nace en 1882, un año después de la muerte de un primer hijo del matrimonio de sus padres. En los trece años que siguieron nacerían los otros nueve hermanos de James, a lo que habría que sumar entre medias tres embarazos que terminaron prematuramente. De amor materno no parece que pudieran tocar a mucho. En total a embarazo por año… y a hipoteca por año. El padre, bebedor desde antes de casarse, de paso que bautizaba un hijo hipotecaba una propiedad, con lo que al final de este intenso periodo reproductor los Joyce estaban en la más completa ruina y no volvieron a levantar cabeza. Deudas, alcohol, desatención paterna, episodios de violencia, otro hermano muerto (de lo mismo que terminaría con él, perforación del duodeno) y continuos cambios de domicilio jalonaron la vida familiar de los Joyce.

Cuando en agosto de 1903 muere su madre de cáncer con 44 años, a James ya no le retiene nada en Irlanda. Culpa de su muerte al maltrato de su padre, a los años de calamidades y a la “cínica franqueza” de su propia conducta. La mató para él un sistema al que declara la guerra abierta. La hará como escritor en exilio tejiendo una obra, verdadero cauce vital, que en definitiva le sostenga a él.

Los años de composición de Finnegans Wake son años marcados por dos deterioros progresivos, el de su vista y el del estado mental de su hija Lucía. Su preocupación por ella fue constante y va a ser ella, a través del personaje de Issy el símbolo de aquello que mueve el sueño en el libro.

Lucía, segunda hija tras George, había nacido en Trieste el 26 de junio de 1907, en medio de grandes adversidades, en un pabellón de caridad, estando Joyce ingresado por fiebres reumáticas. Aquella niña bizca y endeble iba a ser para su padre la portadora de su genialidad. Joyce, que siempre se sintió culpable de no haber podido ofrecer una mejor infancia a sus hijos, apoyó y justificó todos los efímeros proyectos que Lucía emprendía y procuró consolarla en sus repetidas decepciones amorosas. Finalmente se enamoró de Samuel Beckett, asiduo visitante que por aquel entonces iniciaba su particular exilio siguiendo los pasos del maestro. El asunto terminaría mal, “la causa de mis visitas no eres tú sino tu padre”, y Lucía, cuyo comportamiento ya era muy chocante para todos menos para su padre, se hundió en la depresión. Joyce no dudó en prohibir la entrada durante años a Beckett y, forzado por la necesidad, empezó a echar mano de especialistas. Pidió la opinión a Jung quien la diagnosticó de esquizofrenia y trató de convencerle de la irreversibilidad de su estado. Joyce rebatía sus argumentos apelando a que era la genialidad heredada lo que su hija tras-lucía, y más aún, que su desvarío verbal era un reflejo intuitivo de las distorsiones en la lengua con las que él trabajaba.

Cuando la situación se hizo insostenible y Lucía empezó a infringirse daños físicos mayores, primero a ella y luego a los demás, el internamiento pareció inevitable. Lo que los demás veían como una orgullosa ceguera de su padre parece también más complejo. Ceguera que por otra parte amenazaba con entrar por la puerta de lo real debido al glaucoma que padecía. (Para sus problemas dentales terminó por encontrar una mejor solución… la extracción total).

En Finnegans Wake Lucía, cuyo segundo nombre era Anna (LA), es Issy, la hija de Anna Livia (AL) y hermana de dos hermanos enfrentados, Shemm y Shaun. Issy representa el impulso que mueve los otros seres y el motivo por el que se sueña el sueño. A partir de ella surgen múltiples conexiones derivadas del simbolismo, de la literatura, de analogías varias, de la mitología y, por supuesto, lingüísticas (homofónicas, etc). En un breve resumen los estudiosos enumeran que Issy es el rocío, la lluvia, Cenicienta, la bella Sulamita salomónica del Cantar de los Cantares, Isis y Osiris. Como Isis adopta diferentes personalidades: bruja, sacerdotisa, seductora, princesa. Isis, “la de los mil nombres”, es en Egipto ante todo la diosa del saber. Yo soy lo que es, lo que ha sido y será. Para los agnósticos la sabiduría tomaba el nombre de Sofía, que era la virgen de la luz y que en alguna mitología bajaba a los infiernos de donde era rescatada por su hermano (como Isis y Osiris). En Asiria Isis es Ishtar, hija de Sin, dios de la luz, que también baja a los infiernos atravesando siete pórticos, teniendo que despojarse de una prenda de su vestimenta en cada uno. (La metáfora de los velos que recubren la verdad viene de antiguo.)

Issy, como continuación de Anna Livia, es el agua y el río que fluye, es el pelo rojizo que son las olas nocturnas del río Liffey a su paso por Dublín, ya presente desde la primera palabra, riverrun. Este río, este riverrun, es el lenguaje, el intento loco de Joyce de desentrañar la naturaleza de la lengua en sus infinitas conexiones. La lengua que fluye es el pelo rizado que se enreda y desenreda en el río de la vida y de la noche, y donde se lavan los trapos sucios diurnos de la ciudad de los hombres.

Joyce, gran fetichista, buscaba sustentar o derivar todo detalle de hechos concretos y de casualidades de todo tipo (históricas, numéricas, alfabéticas…), por lo que obtuvo una foto de la mujer de Italo Svevo (Livia Smith) con su pelo rojizo de largos rizos, ¡y suelto!, favor visual que su dueña no otorgaba a nadie salvo a su marido. (Y sí, tuvo la delicadeza de acompañar la foto con un mechón). Con esta foto, con esta visión de pelo rizado Joyce se inspiró para elaborar su increíble madeja que es Finnegans Wake.

Ese pelo, o tejido, o corriente de palabras que se entrecruzan y se mezclan formando unos lapsus que no pueden ser lapsus, esa madeja compositiva, no parece que se distancie mucho, en analogía, con lo que Lacan va a utilizar para desentrañar la razón de la escritura de Joyce, la teoría de los nudos. Para deshacer un nudo hay que saber cómo se hace. No se trata de saber la razón de cada juego lingüístico de Joyce, a eso se dedican numerosos eruditos en un tan afanoso como desesperante trabajo, sino de entender la lógica del concepto de arte aplicado a su propia persona y a su propia vida, cosido a él mismo, que hacía de cada libro una vuelta de tuerca del anterior.

Lacan lucha por darle fundamento al tejido Joyce. El universo descentrado de Joyce, el caosmos, su vida consagrada a su visión artística, constituiría el síntoma y la solución centradora, el parche sustitutivo de una función faltante.

Cualquiera que hable de Joyce no hace otra cosa que luchar por darle sentido, y es curiosamente esta actitud la que se topa en parte con la de Joyce. Imaginemos que Freud se hubiera contentado con elaborar la lista de las conexiones de los sueños de Dora siguiendo el principio de la asociación libre. El resultado hubiera sido la amplificación significante. Eso, como objetivo en sí mismo, hubiera hecho Joyce. Bueno, de hecho lo hizo, tiene sueños de Nora escritos y analizados por él siguiendo una técnica cercana a la de Freud. Joyce le había leído y su método refleja una influencia que él por otra parte despreciaba. No obstante, nos dejó algún juego con sus nombres. Joyce es en inglés lo que el nombre Freud en alemán. El problema con Joyce es saber si impide o no la interpretación, precisamente por habilitar un sinnúmero de ellas. Freud interpretaba y buscaba además la interpretación, aquello que diera sentido a las demás. Búsqueda del sentido y causalidad se hermanan bien, pero ¿qué pasa cuando al sentido hay que sumarle el sinsentido del que también está hecha la lengua?

Joyce se entregó desde niño a la composición de mapas para los que inventaba referencias y coordenadas propias. Una vez su padre comentó que si alguien le dejara en mitad del desierto del Sahara, Jim lo primero que haría sería un mapa. Sus libros son eso, mapas hechos, eso sí, con una brújula que se tuvo que inventar. Se dice que no existe en la literatura

ciudad descrita con tal precisión como Dublín ese día de verano de 1904. Punto geográfico que volvería a ser la localización de Finnegans Wake y del que había huido como de la peste sin intención alguna de regresar, …aunque sería mejor dejarle a él que diera su importante corrección. Preguntado una vez si pensaba regresar algún día a Irlanda contestó: ¡Ah! ¿Pero es que acaso salí?

Voy a dar dos ejemplos para ilustrar la maraña compositiva de Finnegans Wake. Lacan dice que allí el significante viene a rellenar como picadillo al significado. No desarrollaré ninguno de los dos. El primero es una mera indicación de lo que estudia Umberto Eco en su libro sobre “Las Poéticas de Joyce”. El segundo es una frase que he extraído del capítulo octavo del libro primero, el preferido del autor.

Primer ejemplo (inicio del libro): riverrun, past Eve and Adam’s, from swerve of shore to bend of bay, bring us by a commodius vicus of recirculation back to Howth Castle and Environs.

que viene a ser traducido como cauce del río, pasada la iglesia de Adán y Eva, que desde la curva de la playa hasta el recodo de la bahía nos vuelve a llevar por una vía de circulación más cómoda al castillo de Howth y Extramuros.

Embarcados en esa primera palabra, que no ha de figurar como primera (está escrita sin mayúscula) sino que es la que hay como el agua que pasa delante de nosotros cuando llegamos a la orilla, ¿hacia dónde vamos?  Vicus es en latín senda y también el nombre latino de Vico, cuyas teorías cíclicas se ven confirmadas por la circulación rotacional aludida. Teorías que, de paso, (y de hecho pasa por ahí el camino descrito) ya ha nombrado el inicio de un ciclo, Adán y Eva, y la decadencia de otro al utilizar commodius, versión latina que hace pensar en Commodus, emperador del declive del Imperio Romano.

Segundo ejemplo:  Minxing marrage and making loof.

que viene a ser traducido como

Sinvergaonzoneando el martrimonio y foliando a barlovento.

Mixing es mezclando. Palabra que se mezcla con mincing, que es una manera de andar o de hablar, amanerada o afectada. Marriage, que es matrimonio, ha hecho hueco para incluir rage, que es furia, cólera, odio. Making love, hacer el amor, follar, ha visto cambiado el love por loof, palabra que hace recordar por homofonía y escritura a otras que sí existen. Aloft, que es al aire (arriba). Aloof, que es distante. Wolf, que es lobo.

Se comprueba que la traducción dada conserva varios juegos interesantes en castellano como es la mezcla de martirio con matrimonio.

Ha habido pocos escritores tan demandantes como Joyce. Preguntado sobre qué le pediría a un lector, respondió “que dedique su vida al estudio de mis obras”. Hasta del título del libro logró fabricar una estratagema perfecta. Le dio un título provisional, Work in Progress (destinado por otra parte a definir en adelante todo trabajo intelectual y artístico “en construcción”) y moviliza a todos sus conocidos promoviendo un concurso para averiguar cuál será el título definifivo de la obra. Pone a todos a trabajar para él, para que le estudien y para que traduzcan sus obras. Y no buscó que otros fueran joyceanos porque el camino de uno no vale nunca para otro. Samuel Beckett fue de los pocos que habiendo partido de su estela logró, como se dice, encontrar su voz. Voz proveniente de una posición que éste expresaría años después: “Joyce en la literatura es la omnisciencia, es el que todo lo sabe y todo lo puede. Yo, en cambio, parto del que no sabe, del que no puede”.

[Las fuentes que a buen seguro he distorsionado en mi recuerdo básicamente son: la biografía de Richard Ellman, la introducción a Anna Livia Plurabelle hecha por Francisco García Tortosa y el mencionado libro de U. Eco, además de las obras de Joyce, no todas leídas.]

Se pueden consultar varias páginas en este blog con textos sobre Joyce, dejo por ejemplo el enlace de mi libro El tejido Joyce

5 respuestas a El caosmos de Finnegans Wake

  1. caosliterario17 dijo:

    Encantado de leerte, llevo todo el día en tus letras, un gusto conocer una mente acaso con inquietudes símiles.

  2. Alberto Sladogna dijo:

    Marco, Zacarias: Gracias por tu texto, una pregunta colocas al inicio la siguiente frase de James Joyce » Encontráis mis palabras obscuras, ¿pero no creéis que la obscuridad está dentro de nuestras almas?», no aparece a qué texto de Joyce corresponde, podrías decirme la referencia, desde ya gracias, Alberto Sladogna

    • Disculpa Alberto la falta de precisión en la referencia. Es un texto que escribí originalmente para una intervención oral hace ya muchos años. Tendría que recuperar las notas. No sé si es muy importante para ti, pero me llevaría tiempo encontrarlas, la verdad. Puede ser de Retrato del Artista Adolescente, o bien de alguna de sus cartas… Si lo encuentro te paso la referencia exacta. Gracias por tu lectura.

    • Hola Alberto. Localicé la cita. Se encuentra hacia el final del capítulo tercero del Ulises. En la edición de Lumen del año 91, en la página 104. Ahí está traducido (Valverde) así: «Encuentras mis palabras oscuras. La oscuridad está en nuestras almas ¿No crees?»
      Un saludo. Zacarías.

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