El infierno de los malditos (Libro II)

Sede de Madrid de la ELP, 14 de junio de 2017,  publicado en el blog de la ELP, enlace aquí

reseñapresentacionlibroinfiernodelosmalditos-170714La Biblioteca tiene el honor de presentar esta noche el Libro segundo de El infierno de los malditos, de Luis-Salvador López Herrero, subtitulado Conversaciones con el mal. Además del autor, contamos para la ocasión con Sergio Larriera y Gustavo Dessal, que también se encargaron hace unos meses de la presentación de la primera parte.

Me gustaría, antes de darles a ellos la palabra, señalar brevemente un par de cuestiones. Una primera, genérica, y después algún detalle que me ha parecido especialmente interesante.

Esta segunda y última entrega del fantasmagórico paseo que hacemos con figuras que de alguna manera encarnan distintos aspectos del mal, se extiende desde el siglo XII hasta el siglo XIX, concretamente desde el papa Inocencio III hasta el gran poeta maldito, Rimbaud, pasando por Maquiavelo, don Juan y el marqués de Sade. Por estas figuras, entre otras, porque el autor ha tenido el acierto de dar también la palabra a tres mujeres, la de Maquiavelo, Marietta, y dos de don Juan, doña Inés y doña Ana, enriqueciendo el texto con tres posiciones femeninas muy diferentes entre sí.

Distinguiría dos ejes conductores del libro. Primero, la relación del poder con el mal, capítulos de Inocencio III y de Maquiavelo, cada uno desde su perspectiva, religiosa y política. Segundo, las distintas articulaciones del mal con el goce y con lo femenino, que en el libro arranca con las revelaciones de la mujer de Maquiavelo, pasa por don Juan y sus mujeres, y llega a ese modelo extremo de transgresión y utilización del otro para el goce que es Sade. Ni qué decir tiene que esta línea que va del deseo al goce, y que ocupa buena parte del libro, es la que contiene los desarrollos psicoanalíticos más reconocibles.

Lo genérico que quería comentar se refiere al abordaje general, a los ecos del libro y a su estructura, donde puede intuirse, principalmente, la influencia del descenso al Infierno en la Divina Comedia. Algo menos evidente sería el recuerdo, algo socrático, de su forma dialogada, en la recuperación de los espectros del pasado. Todo ello bajo la guía argumental de la investigación de un personaje de ficción, el psicoanalista francés Jean-Luc Millet, que se encuentra en España dando un Seminario sobre el mal. Por esta vía, el psicoanálisis ofrecerá al autor la posibilidad de desplegar no sólo elementos centrales de la teoría, tratados siempre de manera muy accesible, sino también la estrategia compositiva, puesto que los encuentros con los personajes son oníricos. Si Dante se valió del poeta Virgilio, utilizándolo como intermediario para interrogar a los que penaban por sus crímenes en los distintos círculos del Infierno, Luis se vale del sueño y de la irrupción de sus fantasmas, siempre en la oscura nebulosa que constitutivamente desdobla al sujeto, un sujeto que no es sin ellos, por más que no quiera reconocerlos como propios.

¿Y qué tipo de interrogación plantea Millet a sus malditos? También en este punto la variación introducida, esta vez con la referencia clásica de los diálogos de Platón, es significativa. Si allí se utilizaba el diálogo como apoyo para conducir al pensamiento a su propia elevación, lo que aquí se pretende es arrojar una luz sobre algún aspecto que todavía hoy nos sigue suscitando controversia. Pongo un ejemplo, Maquiavelo. ¿Cómo leerlo hoy, como el maldito que sacrificó la ética anteponiendo el fin a los medios, o como el moralista capaz de pensar la práctica política de una coyuntura concreta?

Por último, el libro concluye con el fantasma de Rimbaud, dando una importante vuelta de tuerca al problema de la relación entre el acto creativo y el mal, que ya fuera esbozado en el capítulo anterior, a través de la incursión literaria de Sade. Es sobre este capítulo sobre el que quisiera decir alguna cosa antes de pasar la palabra. Además, me gustaría recomendar también la lectura de un precioso artículo de Gustavo sobre este mismo tema, que se publicó en el nº 35 de Cuadernos de Psicoanálisis con el título Rimbaud: una desesperanza sin nombre. Uno y otro indagan en las delicadas vivencias que precipitan al joven poeta a los abismos del horror, para alumbrar desde allí una nueva visión de la poesía, destinada a convertirse en uno de los principales paradigmas del arte del siglo xx. La obra con la que Rimbaud culminará esta época, la del poeta vidente, y por la que obviamente merece un lugar en este libro, es Una temporada en el infierno. (A mí me gustan casi más las Iluminaciones, pero bueno, ése es otro tema).

Además de la fuerza, del arrebato poético, del descaro incluso, con el que Rimbaud transformó la lengua francesa, que no es el tema aquí, ¿qué despierta sobre todo nuestro interés? Si algo caracteriza su vida es su permanente fuga de sí mismo. Nos fijamos en sus dos vertientes principales. Por un lado, una carnal e inmediata, la necesidad loca de deambular, de atravesar países a pie, hasta la extenuación. Reflejo, tal vez, de la imposibilidad de separarse de ese goce mortífero que lo une al hogar materno. Porque Rimbaud no podía prescindir de la búsqueda de lo absoluto, cualesquiera sean sus manifestaciones, por más que arriesgase en ello su propia destrucción. Pero si hay algo que lo ha hecho famoso, más todavía que su deambular y su empuje divino y redentor (ambos desde el lado de lo siniestro), de aquel que siente que tiene manchada el alma, es su abandono de la poesía, a los diecinueve años. No voy a desvelar detalles del libro, pero Luis destaca este hecho capital, este dilema que se le presentó al joven poeta, la necesidad en un momento determinado de escoger entre la vida y la escritura.

Como sabemos, esta distinción resulta poco menos que imposible para un gran número de escritores. Y no hay que recurrir a Joyce, ejemplo extremo de unión indisociable entre vida y escritura, para ver cómo esta última funciona como anudamiento en multitud de casos. Con Rimbaud tenemos quizás el ejemplo princeps de lo contrario, su rechazo. No es un asunto para tomar partido. Funciona en unos de una manera, en otros de otra. La escritura no tiene por qué ser terapéutica. Detrás de lo que quiera que le ocurriera a Rimbaud a la entrada en la adolescencia, el resultado fue que él se dio siempre a la fuga de sí mismo. Tanto cuando escribía como cuando lo dejó.

 

Reseña de la intervención de Sergio Larriera, Gustavo Dessal y Luis-Salvador López Herrero

A continuación, Sergio Larriera compartió con la audiencia la afectación personal sufrida por la lectura, al no poder mantener la distancia que sí logró con los personajes excesivos de la primera parte. En esta ocasión las fundamentaciones rigurosas llevadas a cabo por varios personajes, en particular por Inocencio III, justificando toda clase de actos malvados, provocó en Sergio la pregunta sobre la pequeña maldad de uno. Cómo estar a la altura de estas conversaciones con el mal. Sergio confesó haber tenido que recurrir como defensa a la visión de la cordura, según quedó expresada en El Golem, el poema de Borges. La salida se la indicó el verso “y la inacción dejé, que es la cordura”, esto es, que la cordura es la inacción.

¿Qué hacer con el mal? ¿Qué hacer, por ejemplo, con la envidia de uno, la que conduce a la agresión primordial al otro? ¿Qué hacer a partir de este principio de inacción que preserva la cordura? Sergio mostró cómo su salida fue la destrucción de ese objeto en disputa con el otro. Yo destruyo el objeto para que ambos lo perdamos. Pero, si soy fiel a las enseñanzas del libro, donde se ve cómo cualquier promoción de un ideal colectivo lleva siempre al desastre, he de hacerlo en privado. Esta sería la gran lección ética del libro: por una parte, tratar el mal con la inacción; pero, no pudiendo esquivar el pequeño mal que está a mi alcance, actúo destruyendo el objeto que ansío del otro, y lo hago en secreto para salvar mi cordura. Esta es la respuesta y la justificación ética, la construcción de una filosofía, a la que Sergio se vio abocado para poderse aliviar de la propuesta de este libro.

La intervención de Gustavo Dessal se centró, en cambio, en el análisis del psicoanalista Jean-Luc Millet, el narrador que, aun sosteniendo toda la estructura narrativa del libro, quizás aparezca algo eclipsado por la magnificencia de las figuras abordadas. Millet no padece propiamente un exilio, más bien se trata de un retiro voluntario del ambiente parisino. Pero es un retiro que aunque no le aparta de su vinculación con el saber, pues viene a Madrid a dictar un seminario sobre el mal, sí lo desvincula con la práctica clínica, convirtiéndose él mismo en analizante. Leemos cómo Millet muestra a un otro, encarnado en los personajes que interroga, sus sueños más turbadores, unos sueños construidos como corresponde, a partir de un resto diurno, de una preocupación que toca la posición deseante del protagonista. Por ello cabe preguntarse qué deseo se realiza en cada uno de los sueños de Jean-Luc.

El problema es que su pesimismo inicial no puede sino agravarse con una investigación sobre el mal que se pretendía salvadora, pues todos los personajes le corroborarán que el mal no solo es inevitable, sino necesario. Por ello el libro viene a testimoniar del fracaso de todos los ideales y de todas las ideologías, y cabe preguntarse entonces si el conocimiento sobre la verdad del sujeto, que se deduce de la clínica, ofrece al psicoanalista alguna protección frente a las derivas que afectan a todos los hombres. Quizás este libro nos ilustre de lo extraordinariamente difícil que también nos resulta a los psicoanalistas poder liberarnos de los fantasmas que afectan a nuestros pacientes.

Por último, Luis-Salvador, cerró el encuentro destacando que El infierno de los malditos trata fundamentalmente de psicoanálisis y está dirigido a psicoanalistas. Lo vemos, por ejemplo, en el motor del texto, que es un resto sintomático de Jean-Luc Millet. A pesar de todo lo realizado en su vida, Millet no se siente feliz y se exilia para pensar sobre el mal, conversar y escribir. El libro plantea, pues, un tratamiento sobre el mal. Y lo aborda mediante la construcción de un texto, que será, a su vez, un texto sobre el mal. Así se vehicularán, a través de él, las preocupaciones de nuestra época sobre los distintos aspectos de mal. En un mundo que no tiene arreglo, pues la pulsión se lo impide, el conocimiento y la escritura serán para Millet su tabla de salvación. Por eso concluye recurriendo a Rimbaud, el poeta afectado por la dicotomía entre la escritura y la vida.

A modo de conclusión, Luis-Salvador aclaró que si las mujeres no están presentes en El infierno de los malditos es porque ellas están en el infierno, día a día, gracias a los hombres. Esta sería la tesis del texto, que el infierno de las mujeres son los hombres. Una afirmación que provocó el debate posterior.

Zacarías Marco