Presentación del libro de María Navarro Lacan en la orilla. Apuntes sobre poesía y psicoanálisis
He seguido como clave de lectura la contraposición entre discurso y escritura, y esto me coloca de entrada en una situación difícil, incómoda, porque, por una parte, me gustaría que se me entendiera, lo que empuja lo que diga al discurso, al tiempo que si quiero que se cuele algo verdadero tengo que dejar entrar la extrañeza de lo intransmisible, porque la verdad no puede presentase sino a través de la paradoja, y lo suyo sería dejarla en ese estado enigmático que movilizara vuestra imaginación. Por eso me encuentro dividido, dentro de esta tensión inevitable entre discurso y escritura, desde donde he leído el libro de María, recorriendo los lugares a los que le llevó su preocupación.
Tal vez los libros que merecen la pena no los escribimos, se escriben. (No sé si esto se entiende, casi espero que no). Se escriben para leernos en ellos. Rompo de entrada el nivel del discurso para que surja el de la escritura. Por ejemplo, no separo escritor y lector, son modos de un mismo lugar. Nos alejamos por tanto del que cree que escribe para acoger al que encuentra, con sorpresa, su escritura. (“No soy poeta, sino poema”). La escritura es cuestión de lugar. Ocurre cuando el llamado autor se ha dado cita con algo que no entiende, que lo desborda. Acudirá entonces a un lugar paradójico para abrirse a una lectura, para dejarse atravesar por ella y verter su propia transformación. ¿Por qué un lugar paradójico? Lo será si parte de un extrañamiento, que lo confronta al saber. Creo que podemos leer el libro de María Navarro como una de esas citas que se producen en el lugar de la escritura. Más que con Lacan, o entre poesía y psicoanálisis, el verdadero encuentro es con la escritura misma.
Rescatamos entonces, como punto de partida, una preocupación. Lacan en la orilla, nos dice la autora, es el resultado del esfuerzo por ordenarse en relación al litoral en que poesía y psicoanálisis se encuentran. Y a continuación la pregunta que lo anima: ¿de dónde viene la insistencia de Lacan, al final de su enseñanza, de apelar a lo poético, relacionarlo con la lectura de una escritura (letra del síntoma) y con la interpretación?
Pensemos primero esa orilla, ese litoral. No se trata de que poesía y psicoanálisis sean dos campos heterogéneos que se den cita en un margen compartido. Todo lo contrario. Comparten, de distinto modo, un mismo lugar, el lugar de la creación de una escritura. Propiamente dicho, la orilla no es un territorio sino un límite, está más allá, o más acá de la tierra firme del lenguaje que comunica. Por tanto, el límite afecta al decir mismo. Dicho de otra manera, la escritura nace en un lugar previo al sentido. Y nos enfrentamos al reto de hablar con sentido de lo que excede al sentido. El sentido sería el juego que nos organiza, justo por alejarnos de lo verdadero, de lo real que no podemos soportar. ¿Cómo hablar de ello? Más que un mapa, necesitamos una poética.
Estos Apuntes sobre poesía y psicoanálisis sostienen esta interrogación, y lo hacen por partida doble. Por un lado, desarrollan la investigación en busca de respuesta. Quiere decir que vamos a encontrar una recopilación del material necesario, los textos de Lacan, con citas perfectamente escogidas, también de otros autores, y el trabajo sobre una serie de conceptos imprescindibles, la resonancia, la poiesis, lalengua… hasta llegar al pensamiento oriental, invitado aquí a participar en un desmontaje del etnocentrismo con el que pensamos nuestra relación al lenguaje y al conocimiento. Pero, al mismo tiempo, la investigación se deja atravesar a nivel formal por el tema que la convoca: qué se escribe en el límite del decir. A ese lugar acuden de manera evidente los poemas que abren y cierran cada apartado, pero también la escritura misma, en un tour de force para extraer aquello que, de lo imposible de decir, puede no obstante decirse.
Esta tensión entre un necesario decir, sin engañar la imposibilidad que lo afecta, hace eco al lugar paradójico del encuentro y da al texto la amplitud que se espera. ¿Ante qué estamos? Ante la tarea de entender ese lugar de convergencia entre poesía y psicoanálisis a partir de lo propio que a ambos distingue, la lectura y la escritura de lo real. Un material verdadero, que se escribe, que se cuela en ausencia de una voluntad. Resultado, por una parte el poema, por otra la interpretación. Quien escribe el poema descubre y se descubre en esas letras que devuelven el real a la palabra. Y, con la misma extrañeza, le ocurre a quien lo lee. Es el encuentro con las letras que se crean al leerlas, como leemos aquí en los poemas de Borges y de Cortázar, trazos únicos que nos descubren lo que es la escritura. No estamos hablando de la distinción entre prosa y poesía, recordemos que en el nivel en el que estamos, Mallarmé acabó con ella. En el nivel de la escritura, como dice María, ésta no es sino poética. Del mismo modo, el analista lee lo escrito en el inconsciente, desprendido también de una voluntad propia. Lo lee e interpreta. ¿Desde dónde? Porque es una cuestión de lugar. La llamada posición del analista es estar en el litoral, en el lugar de la letra, de lo que se escribe como goce del sujeto, previo al sentido que se le dará, y de responder desde ahí. ¿De qué manera? No cabe hablar de interpretación acertada, no la hay. Como en el poema, en la interpretación entra en juego una imposibilidad constituyente. Henri Meschonnic decía que el mayor enemigo del poema es la poesía. Podemos parafrasearlo diciendo que toda receta es enemiga de la interpretación, la desvirtúa en el sentido preciso de alterar su naturaleza. ¿Cómo? Evitando el vacío. Colocando como accesible lo que no lo es.
En el libro de María Navarro vamos a ir viendo distintos modos en que se expresa esta preocupación. Son variaciones que acompañan el despliegue temporal de los abordajes de Lacan sobre el tema de la poesía y la escritura. A su manera, todos convergen en ese concepto que se nos atraganta, la letra. Un despliegue que creo que no puede ser entendido como progresión, porque de otra forma no veríamos reflejada, en cada momento de su enseñanza, toda la complejidad que anima a Lacan. Un nivel de empeño por tocar un real que deja sus frutos, sus artefactos. Me gustaría subrayar esto, esta letra de Lacan: que todo él está sometido, más allá de la voluntad, a una labor creativa que se va a plasmar en un decir lo que no está en el discurso. Lacan escribe lo que el discurso borra. Saca a la luz esa escritura. Esto es lo que hace a veces tan ardua su lectura, especialmente cuando escribe, pero también en sus Seminarios, cuando se cuela en su verbo ese trazo único (Shitao) que con sus silencios desconcha el discurso hasta llegar a la piedra. Tiene algo de fundador, la necesidad de alcanzar la palabra precisa, que resulta insoportable. No se trata de quedarse eclipsados por esto, que es casi una locura. Procuremos no hacer discurso, sólo lectura, sólo acercarnos a ese lugar de la escritura. Un ejemplo. Ocurre también con Beckett, a veces hay que leer una frase tres veces para descubrir que significa lo que está escrito, y que uno se ha negado a leerlo por estar fuera de discurso, o sea, por ser escritura, por ser letras de un real. Beckett estaba ahí todo el tiempo. Una anécdota. En una ocasión, la escritora Edna O’Brien le hizo una entrevista. (Después entenderéis por qué Beckett no aceptaba entrevistas). Le preguntó, digamos desde el discurso, desde el semblante, cuáles eran sus escritores favoritos. Respuesta: “No hay tal cosa como escritores favoritos”.
Dejo al lector que vaya haciendo sus propios descubrimientos en este doble enfoque del libro, que trabaja en la paradoja de transmitir una investigación, a la vez que desvela el límite estructural del conocimiento. Señalo dos o tres momentos que me han tocado. Por ejemplo, cuando se recuerda la claridad expositiva de Lacan en el Seminario III, hablando de los límites simbólicos que encuentra el Presidente Schreber en su construcción subjetiva, que hacen que no se le pueda otorgar la condición de poeta (“es sin duda escritor, mas no poeta”). Schreber puede construirse un sistema, un mundo para él, por lo tanto delirante, en lugar de asumir un nuevo orden de relación simbólica al mundo. Son dos niveles de creación diferentes. Unas palabras que podemos ponerlas a dialogar con las que, 20 años después, en el Seminario XXIV, y a propósito de la recomendación de lectura del libro de François Cheng sobre la poesía china, utiliza Lacan para hacer recaer la eficacia de la interpretación analítica en su naturaleza poética (“con la ayuda de lo que se llama la escritura poética pueden tener la dimensión de lo que podría ser la interpretación analítica”). Sin olvidar ese momento intermedio del Seminario XVIII, alrededor de la pregunta por la existencia de un discurso que no fuera del semblante, o sea, que rompiera el requisito para ser discurso, que es sostenerse en un semblante. Pregunta que lo encamina a la literatura de vanguardia, dando lugar a una serie de formulaciones, de una precisión extraordinaria. María Navarro recorre estos momentos, hilvanando su preocupación a la de Lacan.
Es un poco inevitable discurrir en el discurso, pero no olvidemos que es el caramelo que suaviza la garganta, allí donde la escritura es lo que se atraganta. Nuestra labor es volver a esa escritura que no se quiere leer, la letra del síntoma o la letra del poema, estas dos dimensiones, contrapuestas, pero articuladas a lo real. La primera, no soportando el exilio, se entrega al goce; la segunda, aceptándolo, recorta el goce. Por eso, para que la intervención opere en lo real, ha de leer esas letras previas al sentido y responder en su nivel, el de la creación.
El saber, el discurso actual, no puede ser sino prosaico. Busca echar raíces en esa tierra que se pretende firme, alejada de la confusión del litoral. Por eso, María Navarro, siendo consecuente con la preocupación que la anima, no se detiene hasta abrir la pregunta sobre el devenir de nuestra cultura, cada vez más reacia a asumir las diferencias, rechazando lo singular, el extrañamiento propio de la condición humana. De ahí el acierto de recoger, en paralelo, esa mirada a oriente en el que Lacan se inspiró, el estudio de sus lenguas, el chino y el japonés, que reflejan otro modo de pensar, donde el vacío y la no correspondencia evidencian otra relación a la palabra. María nos acerca aquel elogio de la sombra, del que hablaba Tanizaki, para dirigir la interrogación hacia el futuro de la práctica analítica. Con una alerta clara. Este devenir prosaico afecta también a nuestras instituciones analíticas. En todos sus niveles. Algo que, a fin de cuentas, no tendría demasiada importancia si no tocara a nuestra práctica, a lo que ocurre cuando dejamos de ser fieles al vacío que nos acompaña. Buscamos fórmulas, consejos, y la interpretación entra en riesgo. Deja de ser la letra por la que el paciente lee su goce. Deja de ser la letra que convoque otra escritura.
Zacarías Marco, 6 de noviembre de 2024